Derivado del coronavirus, hay otras pandemias en más de un país, en todos los continentes. Porque esta “enfermedad epidémica que se extiende a muchos países”, como la define el Diccionario de la Real Academia, es también el racismo, la xenofobia y el nacionalismo que pretende destruir la Unión Europea —hace apenas unos días el Tribunal Constitucional de Alemania se negó a acatar una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea; lo que ha merecido un comunicado de la presidenta de la Unión Europea y una nota de prensa del tribunal Europeo de Luxemburgo en la que los jueces reafirmaban la supremacía del derecho europeo sobre los tribunales nacionales—.
Estas pandemias políticas y sociales también enemistan a gobiernos y pueblos en América Latina. Son, en fin, pandemias que rechazan a la ONU y sus agencias especializadas como la OMS, a los programas contra el cambio climático y a favor de la economía verde; y al multilateralismo.
El coronavirus
De las noticias y comentarios, vinculados al coronavirus, sobre Latinoamérica y los latinoamericanos, comienzo por señalar a los que se refieren a los latinos residentes en Estados Unidos, legales o indocumentados, e incluso los que son estadounidenses de varias generaciones en el país.
De acuerdo a informaciones publicadas este 8 de mayo por The New York Times, la comunidad latina y la de los afroamericanos están siendo golpeadas con mayor fuerza que la de los blancos —los WASP, para emplear el lugar común—.
Respecto a los latinos, las estadísticas de contagios en diversos Estados, como Oregón, Iowa, Washington, Utah y Florida, muestran que el número y porcentaje de contagiados no guarda proporción con el número y porcentaje de la población de origen latino.
Por ejemplo, en Iowa, el 20 por ciento de los contagiados son latinos, a pesar de no superan el 6 por ciento de la población. En Washington, constituyen solo el 13 por ciento de la población, pero ya alcanzaron el 31 por ciento de los contagiados. En Florida, donde son un poco más de la cuarta parte de sus habitantes, 2 de cada 5 contagiados son latinos.
Los motivos tienen que ver con la condición económica y social de amplios segmentos de la comunidad: bajos salarios, trabajos que les exigen el contacto con otras personas, sin acceso a los servicios de salud, lo que da lugar a tasas más altas de diabetes y otras condiciones de riesgo. Aunque debe señalarse que la comunidad latina también la integran minorías que cada vez van siendo más numerosas, acomodadas y de relevancia social y económica.
En lo que concierne a América Latina y el Caribe, información seleccionada de la OPS (Organización Panamericana de la Salud) y de expertos médicos epidemiólogos peruanos, argentinos, mexicanos y chilenos, revela, por una parte, que la región, de aproximadamente 630 millones de habitantes, ha sido, hasta hoy, menos afectada por el coronavirus que Asia, Europa o Estados Unidos.
Se hacen notar, sin embargo, sus enormes disparidades regionales: mientras la pequeña Costa Rica, con 5 millones de habitantes reportaba el 8 de mayo 6 decesos, Panamá, con apenas 900,000 habitantes menos que su vecina, tenía 225 fallecidos. Lo que tiene que ver, según expertos de la OPS, con las previsiones de San José, que adquirió oportunamente equipo médico y con los test que desde principios de la pandemia y permanentemente realiza.
Costa Rica, al igual que Cuba, Argentina, con 293 decesos al 8 de mayo, para un país de 44 millones de habitantes, y Uruguay, siguió las recomendaciones de la OPS invirtiendo más del 6 por ciento del PIB en el sistema de salud. Mientras que el ejemplo inverso, Ecuador, en 2019 invirtió en salud apenas del 2.7 por ciento de su PIB, y registró ya —datos del 8 de mayo— por lo menos 704 muertos, en una población de 17 millones -sin hablar de las imágenes dantescas de cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil.
La información y comentarios de expertos de la OPS y los mencionados de diversos países, hace referencia en términos positivos en general, a Colombia, Perú y Chile. Respecto a México señala que las mediciones del gobierno solo han llegado “a la punta de la punta de iceberg de las infecciones” y que los 3465 muertos —cifras del 11 de mayo— podrían ser en realidad 20,000. Brasil, en fin, podría llegar a ser uno de los epicentros mundiales de la pandemia, y sus 9897 fallecidos podrían multiplicarse por 9. Dramática situación que responde a diversas causas y a la actitud de un presidente de extrema derecha que se vive minimizando la epidemia.
Las mencionadas informaciones y comentarios adelantan, como hipótesis, que América Latina y el Caribe ha sido menos afectada que otras regiones porque su turismo e intercambios comerciales son menores que los de Asia o Europa, y porque su población es más joven que la de Europa —28 años contra 43 años de media—. No obstante constatarse esta menor afectación sufrida por América Latina, ello no significa -se subraya- que la región se haya librado de la pandemia.
Cuando estoy por concluir mi colaboración aparecen informaciones y comentarios, de analistas de The New York Times, fechados el 12 de mayo, sobre el coronavirus, señalando que los brotes en América Latina están alcanzando el nivel de Europa. Ello cuestionaría, al menos en parte, los datos y comentarios de analistas y de funcionarios de la OPS que he transmitido y comentado a mi vez.
El artículo del NYT se refiere a Lima, a Guayaquil —a cuya dramática situación ya hice referencia—, a ciudades de Brasil, entre ellas Manaos, a países especialmente vulnerables como Venezuela y Haití, y a la Ciudad de México. Compara la previsión y reacciones inmediatas del gobierno peruano para enfrentar la pandemia con la irresponsabilidad criminal del mandatario brasileño. Hace notar, por último, que la enfermedad se ha difundido al azar, salvando de momento a países relativamente ricos, como Chile y a pobres, como Paraguay.
Vinculada al tema del coronavirus es la noticia, que no llegó a tiempo para que yo la comentara en mi anterior artículo en la revista, sobre el protagonismo de la recién electa alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ante la pandemia, que da a esta mujer un lugar destacado, con las otras dirigentes que han conducido, con talento y entrega, a sus países en la lucha contra este flagelo.
Cuando apareció la pandemia, mientras el presidente colombiano y el gobierno parecían no saber qué hacer, la alcaldesa marcó el ritmo con un simulacro de aislamiento, cinco días antes de la cuarentena nacional. Entre acuerdo y controversia civilizados con el presidente Duque, el manejo de la crisis ha dado dividendos de popularidad a ambos: 52 por ciento de aprobación al mandatario y 89 por ciento a ella.
A diferencia de Colombia y del inteligente manejo de la crisis por sus dirigentes políticos, Brasil padece a Bolsonaro, el presidente que se empeña en negar la gravedad de la pandemia, a pesar de que el país —o señalé— podría ser epicentro mundial de la pandemia.
Además el mandatario, preocupado por la baja de su popularidad debido al mal manejo de la crisis, endulza el oído de sus partidarios que lo llevaron al poder ofreciéndoles beneficios y ventajas: a los madereros la posibilidad de explotación indiscriminada de la riqueza forestal, a los defensores de las armas permitiéndoles armarse, y a los evangélicos, poderosos y temibles en Brasil, en América Latina, en Estados Unidos, África —y en otras latitudes— perdonándoles las deudas —alrededor de 175 millones de dólares— que tienen ante el fisco.
Bolsonaro está, asimismo, empeñado en hacerse del control de la policía de Río de Janeiro y de injerir en el Poder Judicial, que en el caso de la policía responde al interés del mandatario de que no prosperen las investigaciones sobre su hijo Flavio por desvíos de dinero público en beneficio de grupos paramilitares de ultraderecha y por blanqueo de dinero. Estos intentos de injerencia provocaron la renuncia de quien era su aliado de lujo, el juez Sergio Moro, y amenazan con un escándalo que pudiera incluso desaforar al propio Bolsonaro.
Otras pandemias
El coronavirus, pero también otras pandemias: el nacionalismo, filiaciones ideológicas y antipatías están amenazando la continuidad del Mercosur, el bloque de integración regional, creado en 1985, del que son miembros Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay —Venezuela está suspendida y la incorporación de Bolivia pendiente—. Precisamente cuando esta instancia de integración, tras 20 años de complicadas negociaciones, firmó en junio de 2019 un importante Acuerdo de Asociación Estratégica con la Unión Europea.
El acuerdo con la Europa comunitaria vigente no se traducirá, por el momento, en beneficios para ambos bloques, porque Argentina y Brasil los dos gigantes del Mercosur están tomando distancia de éste: El presidente argentino Alberto Fernández suspendió “de hecho” la participación de su país, declarando que la prioridad del gobierno era proteger empresas, empleo y a las familias humildes de los efectos del coronavirus y no negociar otros acuerdos de libre comercio con terceros países.
El irredimible Bolsonaro, por su parte, la noche misma de su triunfo en los comicios declaró, en boca de su ministro de economía, que el Mercosur no sería prioritario para Brasil. Porqué mar de fondo de este desinterés es la pretensión del mandatario de consolidar una suerte de alianza preferente con los Estados Unidos de su admirado Trump. Y el mar de fondo también, del repliegue de Argentina y de Brasil es la antipatía y el rechazo que un mandatario siente por su homólogo.
Amplío mi comentario sobre la relación de Europa con América Latina para hacer notar que los analistas europeos que comentan lo que sucede en el Mercosur, lamentan que no se aproveche el acuerdo del bloque con la Unión Europea, y que pase casi desapercibida la conclusión de las negociaciones sobre el nuevo acuerdo de Europa con México.
El comentario final de estos analistas sobre América Latina y la Unión Europa expresa su desencanto al constatar que, de los montos multimillonarios —15,600 millones de euros— que Bruselas destinará internacionalmente en apoyo de la lucha contra el coronavirus, solo 918 tocarían a nuestra región, no obstante que la CEPAL pronostica que la economía latinoamericana perderá un 5.3 por ciento en el presente año y prevé que la pobreza tocará a 29 millones de personas.
España en la Unión Europea, en donde contamos con el invaluable apoyo de Joseph Borrell, su alto representante para la Política Exterior; y nuestra región en foros multilaterales tenemos que ejercer fuertes presiones a fin de obtener auxilio financiero en los montos que se requieren.
Otra pandemia, diríamos que política y diplomática, deriva, en primer término, de los dimes y diretes sobre el coronavirus, y tiene como protagonista principal a Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien, recuérdese que a mediados de marzo acusó a México de autorizar un vuelo hacia San Salvador en el que, afirmaba, que iban a viajar 12 pasajeros contagiados de coronavirus. Afirmación cuya veracidad nunca probó, a pesar de solicitárselo las autoridades mexicanas; y sí, en cambio, respondió con majaderías.
Un par de meses después, el 6 de mayo, el salvadoreño protagonizó otra polémica, ahora con el gobierno de Costa Rica, diciendo que daba “la falsa impresión de que ha aplanado la curva —de contagios de coronavirus— pero la realidad es que solo ha bajado la cantidad de pruebas diarias”. El comentario de Bukele que alude al hecho de que Costa Rica ha reducido sustancialmente los contagios en el último mes, dio lugar a una nota de reclamo del canciller costarricense.
El mandatario salvadoreño, que, emulando a Trump gobierna a través de tuiters, tuvo, como se recuerda, otros graves problemas, al irrumpir, en febrero, en el parlamento, acompañado por policías y militares, para presidir una sesión. Con la irrupción, en la que no faltaron las invocaciones a Dios — 25 veces— pretendía que el congreso autorizara un crédito por alrededor de 120 millones de dólares para adquirir armamento necesario en la lucha contra la delincuencia. Un violento ultimátum al legislativo que se consideró un intento de golpe de Estado.
La última de las pandemias, en el amplio sentido que estoy dando al término, que amerita reseñarse es el conato de invasión a Venezuela con el fin de aprehender al presidente Maduro, sacarlo del país e instalar en la presidencia a Juan Guaidó, auto proclamado presidente encargado.
Las revelaciones del gobierno chavista, con Maduro como protagonista estrella, así como una excelente investigación de The Washington Post, mostraron que asesores de Guaidó firmaron un contrato con una empresa de seguridad de Florida que empleaba mercenarios estadounidenses los que, acompañados por unos pocos ex militares venezolanos entrarían al país y se apoderarían de su presa.
La frustrada invasión es una caricatura de la que también fracasó, en 1961 en Playa Girón-Bahía de Cochinos, que pretendía derrocar a Fidel Castro. Pero mientras la invasión a Cuba, aunque realizada por exiliados cubanos, contó con el apoyo financiero y logístico de Washington, en el caso de Venezuela, Estados Unidos, en voz del mismísimo Trump, ha negado tener participación alguna.
Todo hace pensar que, efectivamente Washington no ha tenido injerencia alguna en el torpe intento, que además deja muy mal parado a Guaidó y su una vez más frustrada aspiración a ser el presidente —y no solo el presidente encargado— de Venezuela. Aunque respecto a la inocencia de Estados Unidos, no me quita la mosca detrás de la oreja —como se dice— el que Elliot Abrams sea el encargado por la Casa Blanca del dossier de Venezuela.
Porque Abrams es un halcón de negra historia en operaciones de desestabilización en países de Centroamérica y vinculado a la llamada operación Irán – Contras, mediante el cual los servicios de inteligencia de Estados Unidos vendían armamento a Irán y con las ganancias financiaban sus operaciones precisamente en América Central. El personaje fue condenado a prisión, pero el presidente George H. W. Bush lo indultó.
Por si eso fuera poco, Abrams era parte del gobierno del otro Bush cuando se produjo el intento de sacar del poder a Hugo Chávez, el 11 de abril de 2002. El semanario británico The Observer ha dicho que Abrams tuvo conocimiento y dio el visto bueno a dicho intento de golpe de Estado.