In memoriam

Sólo a últimas fechas me di cuenta de que Los Caifanes es una genuina expresión de la colonia Portales. Juan Ibáñez, el director del mítico filme, era de ahí y estudió en la misma secundaria que Carlos Monsiváis, habitante de la calle San Simón, que el cronista rebautizaba como San Monsi. De ahí era el cantante Óscar Chávez, antes de identificarse, como el escritor Arturo Azuela y el crítico de cine Luis Terán, con Santa María la Ribera. La funeraria que es episodio central de la película, no es otra que la Funeraria Ramírez.

Sin embargo, la casa de la fiesta no estaba en Portales, sino en cerrada de Galeana, en San Ángel. Era la suite del director de teatro José Luis Ibáñez, que estaba en el jardín de la casa de Carlos Fuentes, quien fue el autor del guión. Fuentes estaba casado entonces con Rita Macedo, madre de Julissa, que interpreta a Paloma, quien es pareja al principio de Enrique Álvarez Félix y luego conoce a Oscar Chávez, El Estilos, a quien, me entero ahora, le llamaban El Caifán Mayor.

En la fiesta, aparecen un instante Luis Guillermo Piazza y Sergio Fernández, uno de ellos dice a cámara este verso de Agustín Lara: “El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde”. A Carlos Monsiváis, con enojo de Doña Ester, le valió su papel de Santa Claus borracho, una Diosa de Plata.

 

En Radio Universidad

A Óscar Chávez lo vislumbré en El cine y la crítica, el célebre programa de Monsiváis en Radio Universidad. El elenco lo formaban, entre otros, Beatriz Bueno, Claudio Obregón. Gastón Melo, Óscar Chávez y Nancy Cárdenas, quien le heredó el programa a Carlos. En línea, me entero ahora que Óscar era productor de Radio Universidad, dirigida entonces nada menos que por Max Aub.

 

En el 68

En esos años, los cantantes eran Judith Reyes, León Chávez Teixeiro, Amparo Ochoa, y, claro, Los Nakos, los Folkloristas y, por supuesto, Óscar Chávez. En uno de sus discos cantaba: “Mariguana, ya no puedo ni levantar la cabeza con los ojos retecolorados y la boca reseca reseca”, que creí dedicada a Victoriano Huerta y parece que es a Santa Anna. Sin embargo, mi preferida era otra, y me iba a Acapulco cantándole a mi primo Eduardito (muerto de la risa) una canción que le escuché de niña a mi abuelita Sara: “Me quisiera comer un panecillo, con azúcar y canela muy caliente, me quisiera arrancar hasta los dientes tan sólo por tu amor, por ti bella Mariana, por ti lo puedo todo, el mundo entero si tú quieres te lo pongo de otro modo”.

 

La edad de oro

Un día la economista Blanca Morales, vecina nuestra y entonces esposa de Gustavo Petriccioli, nos invitó a cenar y adonde fuimos fue a un bar en Paseo de la Reforma que se decía estaba en donde estuvo el Café Colón. Se llamaba, en honor de Buñuel y Dalí, La edad de oro. Ahí escuchamos a Óscar Chávez. Tuve la mala idea de platicarle a Blanca que hacía años, veíamos a Óscar en el programa de Carlos. Y Blanca, sin decir agua va, llama al mesero y le dice: Dígale al señor Óscar Chávez que las señoritas Galindo le invitan una copa. Nosotras, hijas de productor de cine, sabíamos lo mal que les cae a los artistas que los fans los llamen para saludarlos, en este caso agravado porque me temía que Óscar ni siquiera se acordara de habernos visto con Carlos. Lo increíble sucedió: Vino Óscar y se sentó a tomar una copa con nosotras. Óscar jamás fue un cantante como otros, era un investigador, un intelectual y, además, de izquierda, así que, con cara de trágame tierra, tuvimos el singular privilegio de que el gran Óscar Chávez, “fichara” en nuestra mesa.

De sus acciones de izquierda recuerdo su participación en el Sindicato de Actores Independiente, que le costó que lo vetaran por años en el cine. Me entero en línea que hizo una película con mi padre: El cuerpazo del delito. Miguel Breceda me cuenta que era primo de Enrique y Eduardo Lizalde.