Recordando a Óscar Chávez

La niña de Guatemala fue una de las piezas más emblemáticas dentro del repertorio musical e Óscar Chávez. Memorables son las interpretaciones que realizó de esta canción en diferentes recintos, desde el Palacio de Bellas Artes, hasta los foros populares.  Sin embargo, la trágica historia que narra la letra tiene un particular origen, pues en realidad se trata del Poema IX contenido en el volumen Versos sencillos, escrito por el poeta cubano José Martí. Y es que durante la segunda mitad el siglo XIX, Martí llegó a Guatemala y participó activamente en tertulias intelectuales adonde acudían personajes de alta sociedad, entre los que se hallaba María García Granados y Saborío, hija de un importante político que había fungido como  presidente del país centroamericano. José Martí se enamoró de María y mantuvo con ella un apasionado romance hasta que partió hacía México algunos meses después.

La tradición dicta que María nunca dejó de esperar al poeta, que regresaría un año después a Guatemala, pero casado ya con Carmen Zayas, lo cual causó a la niña una pena tan profunda que derivó en su muerte. La formalidad de la Historia ha desmentido esta versión, pues María y Martí aún se comunicaban amorosamente a su retorno y algunos indicios apuntan a que María, que contaba apenas con 18 años de edad,  en realidad murió por complicaciones respiratorias.

Después del triste fallecimiento, Martí quiso inmortalizar y mitificar sus amores con María a través del mencionado Poema IX, mejor conocido como La niña de Guatemala.  De aquí nació la leyenda que inspiró la voz de Oscar Chávez.

 

Quiero, a la sombra de un ala,

contar este cuento en flor:

la niña de Guatemala,

la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;

y las orlas de reseda

y de jazmín; la enterramos

en una caja de seda…

Ella dio al desmemoriado

una almohadilla de olor;

él volvió, volvió casado;

ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas

obispos y embajadores;

detrás iba el pueblo en tandas,

todo cargado de flores…

Ella, por volverlo a ver,

salió a verlo al mirador;

él volvió con su mujer,

ella se murió de amor.

Como de bronce candente,

al beso de despedida,

era su frente -¡la frente

que más he amado en mi vida!…

Se entró de tarde en el río,

la sacó muerta el doctor;

dicen que murió de frío,

yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,

la pusieron en dos bancos:

besé su mano afilada,

besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,

me llamó el enterrador;

nunca más he vuelto a ver

a la que murió de amor.