En pandemia, he tenido el placer de revisar seis películas de la realizadora Dorothy Arzner (3 de enero de 1897, San Francisco, California-1 de octubre de 1979, en La Quinta, California). Dorothy debutó con la película silente (Fashion for Women, 1927). De las diecinueve películas que realizó, destacan The Wild Party (1929), primera película sonora de la Paramount Pictures,  The Bridge Wore Red (1937) y Dance, Girl, Dance (1940).

 

La loca orgía (The Wild Party, Estados Unidos, 1929).

Realizadora de maestría impecable, conocedora de todos los secretos del oficio cinematográfico, sabía que el rodaje de las secuencias de una película, compuestas de varias tomas, cada una, se lleva a cabo de manera discontinua, por lo que al material en bruto (rushes) debía dársele la continuidad predeterminada en el guion. Tenía la capacidad para resolver el principal problema que presenta la realización cinematográfica: el montaje. Así como intuía el lugar adecuado donde debería colocarse la cámara, también poseía la virtud de decidir donde efectuar los cortes. Conocía los elementos técnicos para darle fluidez al paso de una toma a otra, en cada una de las secuencias de sus películas, logrando una particular coherencia, espacio-temporal, a sus relatos. La loca orgía evidencia su gran habilidad para dirigir actrices. La conocida exuberancia, volubilidad y desenfreno de Clara Bow fue enriquecida, bajo su dirección, de autenticidad creadora en la actuación. Dorothy dijo de Clara: “Fue una pelirroja juguetona, llena de vida y vitalidad, con el corazón de una niña”. El personaje interpretado por Clara (Stella Ames) en La loca orgía es ella y algo más. La mano maestra de Dorothy. Acompañada por un selecto cuadro de jóvenes bellezas y del galán Frederich March (James Gil), Clara interpretó a una estudiante, llena de sensualidad y valentía, en un ambiente de solidaridad femenina.

 

Sara y su hijo (Sarah and Son, Estados Unidos, 1930).

Respetable melodrama con final feliz, relleno de sus respectivas dosis romántica, dramática y musical, que trata sobre las vicisitudes por las que debe pasar una madre para recuperar a su hijo, quien fue raptado por su desobligado, borracho y arrepentido marido, para vendérselo a un egoísta matrimonio burgués, también arrepentidos. Ruth Chatterton interpretó a la heroína Sarah, mujer de sentimientos nobles, que enfrenta situaciones e incidentes, propios del género melodramático, hasta que logra triunfar. Efectivamente, no hay relato sin instancia relatora. El relato es lineal, se muestran las acciones sin decirlas. La instancia relatora recurre a la enunciación leíble, para explicar el pasar del tiempo. La artesanía de Dorothy, cerrándonos un ojo y dejando abierto el otro, nos ofrece su personal capacidad autoral. La deliberada vista, en una de las secuencias de la película en cuestión, del cuadro de un torero, debido a un movimiento de cámara, acompañado la mirada de uno de los personajes, es una clara alusión a la participación, como montajista, en la producción de la película Blood and Sand (Estados Unidos, 1922) de Fred Niblo, con Rodolfo Valentino. Por cierto, al preguntársele si había hecho alguna de una escena de Sangre y arena, contestó: “Sí. Yo filmé algunas tomas para las corridas de toros”. Finalmente, ella determinó el montaje final de las tomas, con el material de archivo tauromáquico.

 

Mujer de cualquiera (Anybody’s Woman, Estados Unidos, 1930).

La sensualidad manifiesta de La loca orgía es superada por la única y excitante secuencia erótica inicial de Mujer cualquiera. Ruth Chatterton, representando a una corista desempleada (Pansy Gray), canta, mientras mantiene una pose seductora, invitando a la pasión sin freno. Cuando le preguntaron a Dorothy si Ruth no fue una inverosímil estrella de cine, un bocado pasado y más maduro que las demás actrices, contestó: “Ruth fue una estrella en el teatro. Fue una buena actriz. Llegó a ser conocida como La primera dama de la pantalla”. A fin de cuentas, la película es una verosímil historia romántica de cierto universo femenino soñador: La lucha de una mujer galante por sostener un matrimonio, producto del azar juerguero, deviene en amor recíproco, en concretización de la ilusión de una pequeña burguesa por entrar al mundo burgués de la buena vida.

 

Muchachas trabajando (Working Gilrs, Estados Unidos, 1931).

Dos hermanas  June (Judith Wood) y May (Dorothy Hall), llenas de cando y atractivo, llegan a New York para ganarse la vida. Entre su actividad laboral, de pequeños oficios, y enredos amorosos, poco a poco se va revelando la diversidad de sus caracteres. Divertida comedia, donde Dorothy volvió a demostrar su habilidad para poner de manifiesto su conocimiento del alma femenina. Dejando a un lado las discusiones sobre la diferencia de clases sociales, la realizadora seguía manteniendo las mismas instancias narrativas de sus anteriores trabajos. Se le preguntó a Dorothy cómo fue su relación con la guionista. Contestó: “Mi colaboración con Zoe Akins fue muy íntima. Yo la siento una fina escritora”.

 

Honor entre amantes (Honor Among Lovers, Estados Unidos, 1931).

Claudette Colbert hace el papel de una secretaria ejecutiva (Julia), metida en enredos amorosos, que trabaja para un gran burgués (Jerry), interpretado por el excelente Frederich March. Claudette ganaría un Oscar por su actuación en It Happened One Night (Estados Unidos, 1934) de Frank Capra. Honor entre amantes, con la inconfundible marca de Dorothy (la realizadora colaboró en la elaboración del guion, declarando después: “Como el público gustaba de apariencias, fue considerada la más astuta comedia de la época”), contiene la casi inicial secuencia del intento de desayuno de Julia, en la oficina de su jefe Jerry, quien trata de seducirla, en buena lid, la cual es clasificada como “una de las más agudas del cine de la época”. La punzante secuencia final en la que la casada Julia se dirige a un viaje por ultramar, con Jerry, que no es su esposo, es un heterodoxo final, supuestamente ideado  por Dorothy. Dos secuencias aluden al título de la película y remiten al secreto, propuesto por Jean Baudrillard: “El secreto. Cualidad seductora, iniciática, de lo que no puede ser dicho porque no tiene sentido, de lo que no es dicho y, sin embargo, circula”.

 

Alegremente vamos al infierno (Merrily We Go to Hell, Estados Unidos, 1932).

Una burguesa soñadora (Joan), encarnada por la sensitiva actriz Sylvia Sidney, se enamora de un periodista borracho (Jerry), el galán Frederic March. Después de cierto tiempo de felicidad. Aparece un amor perdido de Jerry. Finalmente, ellos deciden jugar al matrimonio moderno lo que conduce a la ruptura y a la reconciliación. Si partimos de la enunciación a la narración, citemos a Dorothy cuando se le preguntó por el título. “Él (Jerry) hizo reír a Joan cuando ella se aburría de la vida social de su clase”.