En realidad, ya se conoce desde hace tiempo que quienes menos conocimientos tienen son quienes más opinan sobre cualquier materia siempre con un aire de seguridad, aunque sus apreciaciones sean erróneas. Incluso pretenden convencer a quienes lo escuchan.

A estas personas se les puede encontrar entre conocidos que frecuentemente pretenden demostrar su conocimiento sobre cualquier tema que esté de moda o sea de interés general. Se consideran expertos en política, deportes, espectáculos, ciencia, informática, meteorología y muchas áreas más. Ahora la pandemia ha puesto de manifiesto a estos individuos que presentan el efecto Dunning-Kruger.

 

El invisible origen del efecto

Las investigaciones sobre el efecto Dunning Kruger comenzaron a mediados de la última década del siglo XX, cuando un hombre asaltó dos bancos en Estados Unidos con la cara descubierta. Las cámaras lo grabaron y la policía rápidamente lo encontró, el asaltante se sorprendió de que lo hubieran identificado, ya que era invisible porque ─según le habían referido unos amigos─ el jugo de limón que se había untado en la cara lo había vuelto invisible.

La anécdota sirvió de base a Justin Kruger y David Dunning, investigadores del Departamento de Psicología de la Universidad de Cornell, Nueva York, para iniciar un estudio no sobre la invisibilidad, sino sobre lo que supone saber una persona.

En 1999, los investigadores publicaron en Journal of Personality and Social Psychology el artículo Unskilled and unaware of t: How difficulties in recognizing one’s own incompetence lead to inflated self-assessments (Inexpertos e inconscientes de ello: Cómo la dificultad de reconocer la propia incompetencia conduce a sobrevalorar el propio desempeño), en el cual informaron de los resultados de tres pruebas practicadas a 65 estudiantes universitarios.

La primera consistió en calificar qué tan graciosos eran unos chistes y comparar su calificación con la asignada por comediantes profesionales; por supuesto, los resultados estaban influidos por factores subjetivos. Pero la segunda y tercera prueba eran más objetivas: una sobre razonamiento y lógica y otro sobre gramática.

Los resultados fueron semejantes: quienes obtuvieron la menor puntuación en cada prueba consideraron que su desempeño había sido mejor, es decir que quienes estuvieron en el percentil 12 creyeron que estaban en el 65 (el percentil, en estadística, es un valor que compara un conjunto ordenado de datos; en este caso, estar en el percentil 12 significa que 88 por ciento de los estudiantes obtuvieron una mejor calificación que ellos).

 

La comprobación del efecto

Los autores señalaron que su artículo era “como una exploración de porqué las personas tienden a tener opiniones demasiado optimistas y mal calibradas sobre sí mismos. Proponemos que […] no solo llegan a conclusiones equivocadas por las que cometen errores lamentables, sino que su incompetencia les impide tener la capacidad de darse cuenta”. Ellos mismos referían con cierto sentido del humor, que les preocupaba que su artículo tuviera una lógica defectuosa o una metodología errónea.

La investigación tuvo críticas y opiniones desfavorables, tanto así que en 2000 obtuvo el Premio Ig Nobel, organizado por la revista Annals of Improbable Research, que distingue investigaciones científicas que “primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”. Y así ha sido, pues ahora se ha popularizado y se ha comprobado que sus resultados son certeros.

Por ejemplo, Joyce Ehrlinger et al. en 2008 publicaron en Organizational Behavior and Human Decision Processes su artículo Why the Unskilled Are Unaware: Further Explorations of (Absent) Self-Insight Among the Incompetent (Por qué los no calificados no son conscientes: nuevas exploraciones de autoconocimiento (ausente) entre los incompetentes), en el cual refieren estudios de otros investigadores en que se comprueba que la mayoría de ingenieros (95 por ciento), conductores de vehículos mayores de 75 años e incluso académicos (94 por ciento) consideran que están por encima del promedio.

En México, tenemos pruebas empíricas del efecto Dunning-Krugger, que el covid-19 ha puesto en evidencia en redes sociales, en lectores de noticias de radio y televisión, columnistas y, tal vez, entre conocidos, quienes se consideran expertos en epidemiología, virología, estadística, química farmacéutica biología, salud pública, administración de hospitales, infectología y otras disciplinas, pues opinan y opinan con supuesta autoridad, que únicamente pone de manifiesto su ignorancia y su incapacidad para reconocer sus limitaciones.

Este es otro de los beneficios que nos está dejando la pandemia, además de los avances en varias áreas de la ciencia y la tecnología.

 

@RenAnaya2

f/René Anaya Periodista Científico