“Cuando la perra es brava hasta los de casa muerde”, dice el viejo refrán. Y en materia de derribo de estatuas de personajes históricos ningún país del mundo se salva. Por infinitas razones, el ser humano peca de sentimientos ambivalentes: tanto puede rendir pleitesía absoluta al hombre o mujer convertido en estatua, como manifestar el mayor desprecio a cualquier personaje que por decisión oficial sea representado en madera, metal o cualquier otro material sobre un pedestal que obligue a los seres comunes y corrientes –la gran mayoría de la sociedad–, a levantar la vista en muda señal de respeto.

Para bien o para mal, en su generalidad, las estatuas causan resquemor. Pocas, muy pocas, son del beneplácito absoluto. Díganlo si no, el derribo de la estatua togada del expresidente Miguel Alemán Valdés el 4 de junio de 1966, en la gran explanada de CU,  frente a la rectoría de CU (Universidad Nacional Autónoma de Mexico :UNAM). Hasta la fecha los responsables no han sido capturados. ¿La razón? Chi lo sa? Certamente non noi.  En fecha más reciente, manos desconocidas echaron por tierra la estatua del ex presidente Vicente Fox Quesada, en el boulevard de Boca del Río, Veracruz. Quizás molestos por  el hecho de que el guanajuatense fue el primer mandatario mexicano por cuyas venas no corre ni una sola gota de sangre mexicana. De nueva cuenta, Chi lo sa?… (¿Quién lo sabe? Seguramente nosotros no).

Ni que hablar del derribo o por lo menos del destrozo de las estatuas de metal de próceres mexicanos situadas a lo largo del otrora hermoso Paseo de la Reforma –antes de que el Atila tabasqueño le montara un horrible camellón central–, con el propósito de mal vender, al kilo, el bronce o el cobre recuperado. Dos o tres ladronzuelos fueron capturados in fraganti. Sin más. Así las cosas, ningún mexicano puede tirar la primera piedra.

Todo esto viene a cuento porque tras el brutal asesinato del afroamericano George Floyd, a manos de policías blancos, en Estados Unidos de América (EUA), la tensión social generó infinidad de protestas así como un oleada de ira contra algunas estatuas que incluso han sido derribadas y destrozadas; además, en algunas ciudades los cabildos estudian cada caso para determinar su pertinencia en la vía pública.

A decir verdad, en la Unión Americana llevan tiempo a vueltas con las estatuas de próceres y grandes personajes de otros tiempos. Esta preocupación se avivó en tiempos del presidente Barack Hussein Obama –hace trece años–; el movimiento Black Lives Matter : BLM (Las vidas negras importan), dio pie a una revisión general de la memoria histórica, que ha cubierto de pintadas monumentos que hasta el momento eran sagrados como el dedicado a la memoria de Abraham Lincoln en Washington. En este movimiento, parece que no importa mucho la antigüedad de los héroes convertidos en estatuas, porque hasta a George Washington, el primer presidente de EUA, no le han perdonado que también tuvo esclavos de uno y otro sexo.

Ni qué decir de Jefferson Davis, el Presidente confederado, cuya estatua erigida frente al Capitolio de Kentucky, tuvo que ser trasladada a un museo por disposición de la Comisión de Asesoramiento sobre Patrimonio Histórico del propio estado. Resulta que Jefferson Davis tuvo hasta 74 esclavos en una plantación de algodón, amén de que fue el primero y único presidente de los Estados Confederados. Ya como mandatario, Davis ratificó su pensamiento esclavista: “La esclavitud africana, tal y como existe en Estados Unidos, es una bendición moral, social y política”. Sin comentarios.

Estas remembranzas no solo recalcan la nada ejemplar vida de Davis, sino la sorpresa que se llevaron los ejecutores del traslado de la escultura cuando ésta, de dos metros de altura y cinco toneladas de peso, fue levantada por una grúa. En el pedestal de la estatua, se encontraron dos objetos poco comunes. El primero una botella de bourbon que, según algunas informaciones estaba vacía, y otras decían que había una nota en su interior pero cuyo mensaje no se hizo público. El segundo, un ejemplar del diario The State Journal, editado en Frankfort, Kentucky, del día 20 de octubre de 1936 en cuya portada, a cinco columnas, dice: “Azaña moves on to Barcelona” (“Azaña  avanza hacia Barcelona”), en el que se cuenta la salida del presidente de la II República a los pocos meses de comenzar la Guerra Civil española. En otro titular más pequeño se leen las razones del mandatario republicano para salir de Madrid: “El jefe de la República trata de esquivar a los fascistas”, lo que no deja de tener una cierta lectura política a la luz de las acusaciones de Donald Trump contra Antifa, el movimiento de izquierda en la Unión Americana que fue acusado por el presidente como instigador de la reciente violencia racial en los dominios del Tío Sam. Simples curiosidades históricas, pero interesantes.

 

A  poco más de un mes de iniciarse las protestas raciales, estas se han transformado en una serie de actos vandálicos contra la memoria histórica y la cultura estadounidense. Estatuas, retratos, bustos y otros símbolos de políticos y personajes de toda laya están en el punto de mira: en las últimas semanas alrededor de veinte han sido derribadas. Algunas en el extranjero. Una de las que más han llamado la atención por no tener una connotación política clara es la emblemática escultura dedicada al célebre autor de El Quijote de la Mancha, don Miguel de Cervantes Saavedra, en el Golden Park de la ciudad de San Francisco, que fue vandalizada con pintadas de símbolos fascistas y el absurdo insulto de “bastardo”. Vale preguntarse: ¿Por qué Miguel de Cervantes? ¿Qué tiene que ver el creador del Quijote de la Mancha con las protestas raciales?

El presunto revisionismo histórico en la Unión Americana al parecer no distingue entre eximios escritores, militares y políticos confederados y tratantes de esclavos. El Think Tank ibérico que promueve las relaciones culturales entre España y EUA, The Hispanic Council, lamentó en un comunicado los atentados contra Cervantes y otros personajes de origen español en los últimos días: “La cultura, idioma, historia y herencia hispana deben ser defendidas y respetadas”.

Resulta que además del ultraje a la estatua de Cervantes, se ha atentado contra la memoria de fray Junípero Serra –el fraile español fundador, sobre todo, de las  misiones católicas de  California–, derrumbando su estatua en la Placita Olvera de Los Ángeles. Y otra del mismo misionero en San Francisco, junto con la de Ulyses Grant –el general de las fuerzas de la Unión en la Guerra Civil y posteriormente Presidente–,  con otra más de Francis Scott Key, autor del himno nacional de EUA. Grant y Scott fueron propietarios de esclavos, así como otros Padres Fundadores –George Washington y Thomas Jeffersom–, que fueron dueños de esclavos negros.

Por algo inexplicable, fray Junípero Serra ha llamado la atención de los vándalos, así como Cristóbal Colón –sobre el que ha caído el repudio de propios y ajenos desde hace muchos años–, y otro menos conocido, Juan de Oñate en el suroeste de EUA. Una estatua de Colón de tres metros de altura fue derribada en la localidad de Saint Paul, cerca de Mineápolis. Asimismo, otra de sus esculturas, alzada en un pedestal en pleno centro de Boston, fue decapitado con furia. El ya citado Hispanic Council, envió un comunicado lamentando el hecho: “Asistimos con tristeza al derribo de la estatua de fray Junípero Serra. Lejos de ser un ‘genocida’ o un racista, este franciscano mallorquín representó todo lo contrario”. Las primeras obras en ser destruidas unos días antes fueron las del navegante genovés, que de manera permanente ha estado en el punto de mira del revisionismo histórico.

Consideradas por los activistas como símbolos racistas, las estatuas de misioneros, conquistadores, y otros líderes del ejército confederado –situadas en Massachusetts, Minnesota, Florida y Virginia–, han sido objeto de la ira de radicales que han tomado parte en las protestas contra el racismo. Los símbolos de la Confederación, un grupo de los estados del sur que lucharon para mantener a esclavos capturados en África durante la Guerra Civil de EUA, entre 1861-1865, se encuentran entre los objetivos principales.

Cabe decir que los personajes históricos extranjeros no son los únicos blancos de los ataques.  En Portland, Oregón, los enojados manifestantes la tomaron con la estatua de George Washington, prendieron fuego a la cabeza del monumento y pintaron mensajes como “colonialista genocida”, “estás en tierras nativas” y “1619”, en referencia al año en que los primeros esclavos llegaron a EUA.

En fin, durante la popular Juneteenth, el viernes 19 de junio, que conmemora el fin de la esclavitud en EUA, otros manifestantes echó por tierra e incendió la figura del general confederado,  Albert Pike en Washington. Lo dicho, cuando “la perra es brava, hasta los de casa muerde”. Así están los ánimos en la Unión Americana, y no solo por efecto de la pandemia. La política también cuenta. VALE.