En Ludwig (1973) Visconti alude a su experiencia existencial sentimental; nos anuncia algo sobre su secreta vida pasional: Una decepción amorosa que lo orilla a la práctica de su homosexualidad latente. El amor, no correspondido, que siente Ludwig (Helmut Berger) por su prima Elizabeth, Emperatriz de Austria (una mujer cuya belleza es una leyenda, interpretada por la extraordinaria Romy Schneider) lo hace tener, previa actividad constructora de castillos (Ludwig tuvo la mentalidad de un arquitecto, afirmó Visconti), tentaciones “raras” y caer en “conductas sexuales anormales”, como un paso a la locura. En una escena, vemos a Ludwig en ese trance. Pese a ello, su relación con Richard Wagner siguió siendo la de idolatrar al compositor. Por cierto, Rafael Castanedo comentó que Visconti rescató… una pequeña obra para piano, la última que compuso Richard Wagner y que dedicó a su esposa Cosima (interpretada por Silvana Mangano), que sirve como leit-motiv de la película y que es ejecutada en diferentes versiones instrumentales. Concuerdo con Nicolás Casullo: Ludwig adquiere conciencia de la disolución, es decir, la relación de permanencia y pérdida; adquiere conciencia de la transgresión, es decir, la relación de enfrentamiento y ruptura; adquiere la conciencia de la alucinación, es decir, la relación de fortaleza y miedo y, por último, reingresa a lo real, es decir, la relación de vida y muerte.
Después de un ataque al corazón, y mientras se recuperaba, Visconti acentuó su odio a Roma, “por sus ruidos, su vulgaridad, su tráfico y su corrupto desorden bizantino”. Al presentir el fin de su existencia, probablemente pensaba más en el pasar del tiempo, que en pensar en la muerte. Cierto: “Somos el tiempo que nos queda”, por lo que hay que vivir y trabajar. Para el maestro de la puesta en escena, teatral y operística, era importante hacer una película, sentirse útil. La pasión de crear fue superior al dolor físico. La oportunidad llegó. Gruppo di famiglia in un interno (1974), que da la impresión de ser un mediocre melodrama, con personajes cuasi histéricos y neuróticos, dados a las pasiones sexuales desordenadas, es una seria reflexión sobre la soledad, sobre la necesidad del amor perdido. No sólo de recuerdos vive el hombre, sino de la necesidad de afecto y compañía de sus semejantes. Las rupturas del orden político y las pasiones malsanas son lo de menos. Lo importante es la armonía espiritual interior. Película estructurada en base a constantes movimientos de cámara y cortes precisos, como en todas las películas de Visconti, para que continúe la puesta en cuadro la destrucción pasional de los personajes entre sí, es una auténtica tragedia superior. Los recuerdos y diálogos subjetivos, de y con su esposa ausente, del profesor y coleccionista de objetos de arte, interpretado por Burt Lancaster, y sus encuentros con jóvenes de vida disoluta, pero sincera, ajena a su moral tradicional, marcan finalmente el sentido del discurso.
Visconti, simpatizante del marxismo, con L’innocente (1976), termina con sus parábolas antimorales sobre la decadente, recurriendo a la ideología de derechas de Gabriele d’Annunzio. O, tal vez, quería reiniciar los mismos temas obsesivos en su filmografía. Por primera, y tal vez única en sus películas, el autor no sugiere su homosexualidad, aunque hay una escena de un personaje masculino desnudo u otras en las que la cámara sigue en primer plano el rostro de Giancarlo Giannini, como si fueran los ojos fascinados de Visconti, por la presencia del actor. Hay una escena de relación sexual entre la pareja de esposos sadomasoquistas (interpretados por Laura Antonelli y Giancarlo Giannini), en la que Laura Antonelli se ve bellísima en todo su ser. Visconti era sadomasoquista en sus relaciones sentimentales. Hay diferentes confrontación filosóficas de la vida, en la película: Religiosidad vs. Ateísmo, Infidelidad vs. Fidelidad. Crueldad vs. Arrepentimiento.
En su libro sobre Visconti, Gaia Servadio pone como epígrafe un pensamiento de Gustav Mahler: “En mis obras se puede hallar mi existencia completa, mi completa visión de la vida… También se puede encontrar mi angst, mi ansiedad, mis miedos”. Un pensamiento muy similar a lo declarado por Visconti. “Prefiero narrar las derrotas, describir las almas solitarias y los destinos destrozados por la realidad. Describo personajes de los que conozco bien su historia. Pude ser que cada una de mis películas esconda otra: mi verdadera película, nunca realizada, sobre los Visconti de ayer y de hoy.
Lo innegable es que no puede haber arte sin maestros y Visconti fue un maestro del arte cinematográfico. Su elegante sentido de la elipsis y su capacidad de traslatividad formal, en el espacio fílmico, son dos ejemplos.
La obra creativa de Visconti, en cuanto a la puesta en escena de la forma estética, es decir, la filosofía de lo bello y su relación con la percepción y disfrute de una obra de arte, y las presencias de Romy Schneider y de Silvana Mangano, en las películas Il lavoro (cortometraje) y Morte a Venezia, me inspiraron a escribir: “¡Oh amor de mi vida! Pienso en ti cuando las divinidades del cinéma aparecen en pantalla. Fulguras inquietando mi memoria, siempre recordando tu gracia sin par. Eres tan bella como las imágenes de Il lavoro y de Morte a Venezia, un ángel de la naturaleza que no es necesario ir a buscar al Paraíso, porque vives aquí, donde se te puede a acariciar con la mirada, donde es posible besar tus blancas manos y tus pálidas mejillas sonrosadas”.
Carlo Lizzani (1922-2013), quien conocía a fondo la historia del cine italiano (de Lizzani sólo he visto el extraordinario episodio L’indifferenza, de la película colectiva Amore e rabbia (1969), realizó el documental Luchino Visconti (1999) en el que -he leído- “traza una semblanza del director, mostrando los lugares donde pasó su infancia y adolescencia -el Palazzo Visconti en Milán, Villa Erba en Cernobbio-, las ciudades en las que empezó a trabajar -como Milán y Roma- y varias locaciones de sus películas, como la Scala o el Hotel des Bains, en Venecia. Incorpora también testimonios del propio Visconti y de las personas que le conocieron y trabajaron con él, así como fragmentos de sus películas, fotografías y filmaciones realizadas durante los rodajes.
Sus trabajos para el teatro, las óperas y ballets, que montó son extensos e impresionantes, aparte de que fue un apasionado melómano que, hábilmente, se ayudaba de la música para darle mayor dimensión y dramatismo a los estados de ánimo de sus personajes en el cine.




