“Venid a perseguirlos. Con barcas defendidas
con escudos …con todo el cuerpo en el camino”
Informantes de Sahagún

La visión del vencedor impuso por centurias la imagen mítica de un Hernán Cortés émulo del buen Ruy Díaz de Vivar, el histórico Cid, a quien los castellanos profesaran una intensa devoción como paradigma de principios y lealtades épicos, que sin género de dudas permearon en la educación salmantina del conquistador extremeño.

De ahí la afición por novelar y provocar leyendas en torno a diversos momentos épicos de la guerra de conquista, resaltando por su difusión la famosa “Noche Triste”, ubicada en el tiempo el día 29 de junio del 1520, es decir, hace 500 años; y en el espacio, en el pueblo de Popotla, en la actual alcaldía Miguel Hidalgo, en la que el ahuehuete supuestamente utilizado por Cortés para derramar sus lágrimas es devotamente protegido por quienes defienden a capa y espada un episodio legendario, que no histórico.

Las lágrimas de Cortés son reconocidas por el presunto Bernal Díaz del Castillo en el capítulo CXVII de su “Historia Verdadera…”, sin referir que hubiese ocurrido bajo árbol alguno ni que esa aciaga derrota fuera asumida por ellos como “Noche Triste”; Fernando Alva Ixtlilxóchitl, eminente historiador educado en el colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, ubica el hecho en el capítulo LXXXIX de su Historia Chichimeca, pero afirma que las lágrimas “cortesianas” rodaron en el cerro de Totoltepec, donde “se apareció Nuestra Señora de las Remedios”.

A pesar de que sería natural que la depresión hiciera presa del conquistador y de los sobrevivientes a la férrea persecución protagonizada por mexicas y tlatelolcas, la historia oficial le ha negado sistemáticamente su reconocimiento al Señor de Iztapalapa,  Cuitláhuactzin, hermano de Moctecuzoma, y a que tras la imposibilidad de que el preso Cacama asumiera la conducción de los naturales, el Consejo Mexica determinó otorgar dicho rango a Cuitláhuac, quien prácticamente desde la muerte de su hermano asumió el asedio a los aposentos de los españoles y no cejó ni un momento en perseguirles e impulsar su huida.

En su Segunda Carta de Relación, el mismo Cortés reconoce que mexicanos y tlatelolcas “quedaron aquella noche con la victoria ganadas las dichas cuatro puentes”, hecho ocurrido el 28 de junio, es decir, un día antes de su huida del Atépetl azteca.

Pese a estar enterado de que dicho ejército era comandado por el Señor de Iztapalapa, a quien bien conocía Cortés, éste le niega protagonismo en los párrafos en los que novela su vergonzosa retirada, no así el supuesto Bernal Díaz, quien sí relata algunas hazañas de Cuitláhuac como “jefe”, tras el asesinato de Cacama por los españoles.

Pocos historiadores recuerdan que Cuitláhuactzín respondió con enjundia al llamado emitido desde el teocalli, aquel que les aprestaba a perseguir al enemigo con barcas defendidas por escudos y a entregar el cuerpo en el camino, tal y como lo relataron los informantes a Bernardino de Sahagún.