Entrevista con Manuel Felguérez

Manuel Felguérez se ha ido. Es difícil decir adiós a un artista que representa tanto en el concepto de la belleza mexicana, pero no en la de la vitrina, sino en la de la vivencia.  La obra de Felguérez nunca se quedó encerrada entre los muros  de un museo, ni en las sombras de un palacio; en cualquier sitio en que se encontraran sus pinturas y esculturas se percibía una experiencia mística, dinámica, comunicativa.  No es exagerado considerar que la creación del maestro es una proyección de su tierra, de Zacatecas, con los colores el viento, los oasis, los fantasmas, las ciudades erigidas de la piedra, las formas infinitas.

Manuel Felguérez estuvo siempre comprometido con la libertad del arte, la nobleza del espíritu humano a través del cincel  o el lienzo, y probablemente por este motivo se le clasifique en el ámbito de lo abstracto. La contemplación de su trabajo no requería del enciclopedismo técnico que sustenta otras corrientes estéticas, sino una interpretación poética y filosófica, que apelara al reconocimiento de la geometría como un todo y de forma individual.  No es casual la fascinante relación que existió entre Octavio Paz y Manuel Felguérez y de la que poseemos muchos destellos, siendo uno de los más recientes el protagonismo que Felguérez tuvo en la exposición “En esto ver aquello” , muestra con la que el Palacio de Bellas Artes conmemoró el centenario del natalicio del poeta, hace casi seis años. Sin embargo, fue en el año de 1978 cuando Paz dedicó al artista un breve pero extraordinario ensayo que aparecería publicado en Los privilegios de la vista, en el tomo correspondiente al arte mexicano. En sus líneas, tituladas “El espacio múltiple”, Octavio Paz definió como nadie la figura del maestro:

“…Manuel Felguérez ha hecho otro arte mural, de veras monumental, en el que la pintura se alía a la escultura. Pintura mural escultórica o, más exactamente, relieve policromado.

 

El nuevo muralismo de Felguérez rompió tanto con la tradición de la Escuela Mexicana como con su propia obra juvenil. Sus primeras obras se inscriben dentro del informalismo y el tachismo, tendencias estéticas predominantes en su juventud. Pero ya desde entonces una mirada atenta habría podido descubrir, debajo del informalismo no figurativo de aquellos cuadros, una geometría secreta. El expresionismo abstracto, más que destruir, recubría la estructura racional subyacente. […] Con sus nuevas obras Felguérez pasa del espacio público del muro al espacio multiplicador de espacios. A partir de una forma y de un color de dos dimensiones, por sucesivas combinaciones tanto más sorprendentes cuanto más estricta, llega al relieve y del relieve a la escultura. Tránsito lógico que es también metamorfosis de las formas y construcción visual. Cada forma es el punto de partida hacia otra forma: espacio productor de espacios. El artista disuelve así la separación entre el espacio bidimensional y el tridimensional, el color y el volumen.

El espejo, que es el instrumento filosófico por excelencia: emisor de imágenes y crítico de las imágenes que emite, ocupa un lugar privilegiado en los objetos plásticos de Felguérez: es un re-productor de espacios. Otra nota distintiva: el artista no concibe al múltiple como mera producción en serie de ejemplares idénticos; cada ejemplar engendra otro y cada una de esas reproducciones es la producción de un objeto realmente distinto. “

En su texto, Paz hace también referencia al arte público de Felguérez, esencialmente  obras de acompañamiento para los navegantes de los espacios y el tiempo ciudad, a veces de móviles, a veces estáticos, permanentes o de paso, aunque no necesariamente personas.

“Su predilección por la geometría lo llevó a la arquitectura y ésta al arte público.  El espacio arquitectónico no sólo obedece a las leyes de la geometría y las de la estética, sino también a las de la historia. Es un espacio construido sobre un espacio físico que es asimismo un espacio social. Hacia 1960 Felguérez se interesa menos y menos por en la producción de cuadros y esculturas para las galerías y busca la manera de insertar su arte en el espacio público: fábricas, cines, escuelas, teatros, piscinas. No se propuso, naturalmente, repetir las experiencias del arte ideológico—patrimonio de los epígonos sin ideas—y menos aún decorar las paredes públicas. Nada más ajeno a su temperamento ascético y especulativo que la decoración. No, su ambición era de índole muy distinta: mediante la conjunción de pintura, escultura y arquitectura, inventar un nuevo espacio. […] El arte público de Felguérez es un arte especulativo. Juego de la variedad y de la identidad, el gran misterio que no cesa de fascinar a los hombres desde el paleolítico. “

Esto y mucho más seguirá siendo Manuel Felguérez, un artista mexicano en todos los simbolismos de la palabras, un mago de la plástica, un físico de la geometría, un príncipe de colores, el arquitecto del nuevo espacio. Felguérez seguirá vivo en cada crepúsculo, en el cruce exacto de la nube con la pendiente de la montaña y en todas las descomposiciones del mundo. Buenos sueños, maestro.