El Pensador Mexicano, como yo, como el siglo,
adivinó que la revolución es la mujer.

Ignacio Ramírez

 

Patrocinada por el escritor, periodista e ideólogo liberal mexicano Don Joaquín Fernández de Lizardi, el 23 de julio de 1820 abrió sus puertas La Sociedad Pública de Lectura, primera biblioteca pública del país e irrefutable acción a favor de la lectura como instrumento de liberación educativa de la población.

En esa fecha, y bajo el lema de Ser útiles a nuestro semejantes, prefiriendo el bien público al privado, en la accesoria A de la calle de la Cadena (hoy Emiliano Zapata) el establecimiento, presidido por El Pensador Mexicano, abrió esta Sociedad dotada de un sencillo reglamento a fin de facilitar el acceso a la información y a la formación de los ciudadanos de escasos recursos, a quienes tanto los costosísimos libros editados en la falleciente colonia española como los periódicos que circulaban en la época, por su pobreza les eran inaccesibles.

Esta Acción Pública –así denominada por el propio Fernández de Lizardi–, fue acremente criticada por su archienemigo clerical, y con ella el escritor complementó su añeja propuesta de levantar el edificio de la educación popular, puntualmente publicado en su artículo Proyecto fácil y utilísimo a nuestra sociedad difundido en las ediciones del 3 y 31 de marzo y del 7 de abril de El Pensador Mexicano, el popular diario liberal fundado y dirigido por él mismo desde 1812.

En dicho planteamiento el escritor aportó irrefutables argumentos pedagógicos, políticos y éticos a favor de la educación pública gratuita, a la par de desarrollar el esquema de financiamiento de las 34 escuelas de primeras letras, sostenidas con un impuesto mínimo que gravaba a las siete tablajerías que surtían de cárnicos a la Ciudad, de las que obtendría los recursos para el mantenimiento “decoroso del maestro y del plantel”, y un excedente monetario destinado a la adquisición de las “medallitas” –diseñadas por el propio Lizardi– con las que la Ciudad reconocería el desempeño de los mejores alumnos.

Como buen liberal, en 1818 Fernández de Lizardi sorprendió a legos y clericales en el capítulo II del primer tomo de La Quijotito y su prima, al argumentar a favor del derecho a la educación de las mujeres.

A doscientos años de la creación de La Sociedad Pública de Lectura, hoy resulta imprescindible reconocer en el legado de Fernández de Lizardi sus profundas convicciones liberales, sus acciones a favor de la educación, de la promoción de la lectura, y lo que resulta impostergable aquilatar en él es lo que Ignacio Ramírez destacó en su discurso a favor del Pensador Mexicano: que la revolución se finca en la integración plena de la mujer a todas las acciones de la sociedad mexicana, precepto que el Nigromante defendió impecablemente durante el Constituyente de 1856 y que, desafortunadamente, el machismo denunciado por Lizardi no acaba de aceptar.