El grave problema del mundo al inicio de la tercera década del siglo XXI es que la dinámica geopolítica dominante demuestra una perceptible y peligrosa ausencia de liderazgo global coordinado. Por todos los puntos cardinales. La credibilidad de los supuestos líderes —incluyendo los que llegan al poder gracias al poder de los votos en las urnas—, europeos, estadounidenses, iberoamericanos, asiáticos, y rusos, está en juego y las apuestas son astronómicas. Ni para donde hacerse. El lejano oriente parece contar con un sol que deslumbra a muchos —China y su líder parecen tener la palabra—, pero en su interior no todo lo que relumbra es oro: las dictaduras son dictaduras, de derecha o de izquierda.

En contrasentido, la pandemia del Covid-19 sí es “democrática”: arrasa parejo, no es racista: lo mismo mata blancos que amarillos, negros que cobrizos. Nadie se salva. Para bien o para mal, por el momento Estados Unidos de América (EUA), está a la cabeza en muertos y en contagiados, y China tiene que volver a ordenar el confinamiento porque el coronavirus regresa con su contagio. ¿Y los otros líderes? Si bien no están en Babia, andan cerca. Por el momento, la cabeza de Washington parece la de un pobre país. Por lo mismo hay tanto descontrol en la Tierra.

Para bien o para mal, la ruta marcada por los anteriores mandatarios de la última gran potencia mundial —después de la Segunda Guerra Mundial— empezó a perderse desde hace muchas décadas, hasta llegar al esperpento que nadie suponía podía llegar a la Casa Blanca: Donald John Trump. Lo que es peor, todavía es posible que pueda lograr su reelección el 3 de noviembre próximo, pese a sus garrafales errores en todos los sentidos. Con este tipo de líderes ni USA, ni ningún otro país del mundo puede ser el ejemplo de nada. Si la Unión Americana tiene este tipo de mandatarios, como estará el resto.

En tales condiciones, tantos los “aliados” como los adversarios del Tío Sam se enfrentan a una complicada decisión ante los comicios presidenciales que tendrán lugar en menos de cuatro meses. Conforme pasan los días, a todo mundo se le hace más difícil entrar en contacto con un iracundo e imprevisible Donald Trump. Esperar a su posible sucesor, el demócrata ex vicepresidente Joe Biden puede no ser algo recomendable. No es remoto pensar que si la fortuna del demócrata es equivocada haya que terminar negociando con un soberbio, envalentonado y  revanchista magnate en su segundo periodo. Nada recomendable. Y despreciar a Biden puede resultar contraproducente. Ni lo uno ni lo otro. !Qué situación!

El Donald Trump que busca la reelección es diferente al que logró derrotar a Hillary Clinton. Es, por decirlo así, más mañoso. Sin duda, la Casa Blanca marea, pero también enseña.

Trump sabe que la coyuntura de la reelección para algunos puede ser un problema. Por ejemplo, cuando celebraba la liberación de Michael White, el soldado estadounidense que estuvo preso 18 meses en Irán por supuestas críticas a los gobernantes iraníes, en uno de sus acostumbrados tweets, advirtió a los jerarcas de Teherán —y por ende a los que leyeran el mensaje—, que “no esperen hasta después de las elecciones en EUA para hacer el gran negocio”…”Voy a ganar !Harán un mejor trato ahora!”. Algo similar hizo el esposo de Melania cuando presionó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que llevara a cabo su reestructuración financiera y “tomara distancia” de China en el asunto de la pandemia del Covid-19. En síntesis, la advertencia que envió al director etíope del organismo de la ONU fue el siguiente: “o se compromete a hacer las reformas destinadas a mejorar la transparencia financiera y erradicar su proclividad pro-china, o tendrá que hacer concesiones más dolorosas cuando sea reelegido. Tan claro como esto.

No es todo. Otros líderes europeos como la canciller alemana Angela Merkel han sufrido experiencias similares. Sin duda, Trump sufre alguna animadversión particular contra la fisicoquímica germana, con un coeficiente intelectual superior, sin duda, al del magnate, que le perturba. El macho alfa estadounidense —mito o no—, no soporta que las mujeres lo superen en su formación universitaria y en nada. Desde su primer encuentro en la Casa Blanca Trump le demostró su antipatía al no saludarla de mano en uno de los salones de la histórica residencia presidencial. Es posible que le moleste que la canciller le hable en inglés, mientras que él no pueda comunicarse con ella en alemán, pese a su ascendencia germana. La señora Merkel es políglota, habla ruso, inglés, francés y, obvio, alemán.

Poco después de que Merkel no aceptara la invitación de Trump a una cumbre del G-7, a celebrarse en Camp David, el Pentágono anunció que retiraría una cuarta parte de las tropas estadounidenses acuarteladas en territorio germano. El hombre de la Casa Blanca dijo que ordenaría ese retiro porque Berlín no estaba cumpliendo con sus obligaciones, como miembro de la OTAN, de destinar el 2% de su producto interno bruto en Defensa antes de 2024. A su vez, la canciller manifestó en el Bundestag (parlamento), que lo que el mandatario estadounidense pretendía en plena pandemia, era una locura: “Es imposible que, en estas circunstancias, nos podamos reunir en persona”. Los medios alemanes interpretaron el mensaje y explicaron que lo que buscaba el magnate era “un golpe político publicitario, mostrando a los máximos líderes del mundo, todos juntos, sin paliativos, como si la pandemia no existiera”, para sacar raja entre sus electores. Algo similar a lo que sucede con el encuentro entre Trump y López Obrador. Encuentro, por cierto, al que se excusó, como se esperaba, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Al cancelar su presencia, el dirigente canadiense demostró que no todos los mandatarios le hacen segunda a Donald Trump. Excepto, claro, el tabasqueño.

En tanto la pandemia sigue su cosecha de contagio y muerte, varios gobiernos europeos, asiáticos, iberoamericanos y de otros lares, retrasan —a propósito o no—, los acuerdos con el gobierno de EUA, a la “espera” de que una probable administración Biden “matice” la postura estadounidense en muchos frentes. Por ejemplo, el régimen de Seúl (Corea del  Sur), trata de presionar para que el Tío Sam aumente, lo más posible, la partida presupuestal para albergar a los 28,000 marines comisionados en territorio surcoreano. De otra forma, el gobierno de Moon Jade-in, bajo la mesa, hizo saber a los representantes de Trump que si “no pagan lo justo” dejarán de apartar cualquier negociación con Corea del Norte.

Por su parte, capitales europeas han anunciado seguirán con el propósito de gravar a las compañías tecnológicas como Facebook y Google pese a la amenaza de Trump de tomar represalias con aranceles. En una conferencia en línea, John Chipman, director del International Institute for Strategic Studies de Londres, explicó que “Europa y Asia se esconderán detrás del Covid-19 y apretarán el botón de pausa. Le dirán a Trump que es muy difícil hacer negocios como de costumbre”.  La grave crisis económica y la  incertidumbre creadas por la pandemia, más los errores cometidos por el magnate en el combate al coronavirus y las masivas protestas populares contra el racismo —se calcula entre 15 y 26 millones de personas las que han participado en ellas—, forman un arcón que cualquier manual diplomático aconsejaría esperar antes de dar cualquier paso.

La polarización y el descontento crecen en la Unión Americana, así como el rechazo a la administración Trump —los libros en su contra menudean, incluso el de familiares cercano al magnate—, lo que no significa que Jose Biden ya “tiene seguras las elecciones”. Miente el que asegure que es clara la situación del país el día de los comicios, 3 de noviembre. La combinación del avance de la pandemia y la inquietud política resulta un peligroso coctel de mucha inestabilidad, como si fuera trinitrotolueno.

Anthony Fauci,  jefe de asesores de salud del presidente Trump, aseguró a un comité del Congreso que si continúa el actual ritmo de contagio en EUA, pronto podría haber 100,000 infectados por día. Arizona, California y la Florida se vieron en la necesidad de dar marcha atrás con sus medidas de apertura social a raíz de un rebrote importante en esos estados. La primera semana de agosto será una prueba de fuego. Hasta el momento, está previsto que se reanuden las clases universitarias en todo el país, lo que da pie a una migración interna masiva de cintos de miles de estudiantes. Sin comentarios.

Diga lo que diga, Trump está asustado, el país está en un parteaguas. Llegó el momento de enfrentar lo que fue, lo que es y decidir (en las urnas), lo que quiere ser. Aunque, varios editorialistas que solían favorecer la política oficialista en muchos medios han coincidido, en los últimos días, en que las respuestas de Trump a la crisis de la pandemia y la violencia policial contra la comunidad negra “están dañando sus posibilidades de reelección”. Al respecto, Matt Glassman, politólogo de la Universidad de Georgetown, explica: “Pareciera que se abrió la compuerta, ahora todos se atreven a desafiar al jefe. Le perdieron el miedo. Y eso es porque se están oliendo que va a ser un Presidente e un solo término”. Tendencia que palpan también los diplomáticos de todo el mundo. La mayoría de los gobiernos extranjeros aprendieron una lección al apostar todo por Hillary Clinton en 2016, cuando el consenso predominante era que ella ganaría la presidencia. No obstante. Biden tampoco provoca exceso de entusiasmo. La falta de exposición durante el internamiento por la pandemia lo beneficíò, su ascenso en las encuestas se debió más a los errores de Trump que a sus aciertos. Ahora tiene la posibilidad de mover el tablero político cuando de a conocer quién será su compañera de fórmula. La lista se ha reducido a tres nombres: las senadoras Elizabeth Warren de Massachusetts y Kamala Harris de California, y Susan Rice, ex asesora de Seguridad Nacional con Obama.

La suerte está echada. Los días se acortan. VALE.