El Espacio Escultórico es un conjunto de piedra volcánica para la contemplación, y ya que toda obra de arte es para ser contemplada, hay que singularizar la experiencia como una especie de mantra para propiciar la meditación, bucear en uno mismo o dejarse hundir mentalmente en ese espacio que alude al cosmos o al infinito. Muchas obras arquitectónicas se integran al ambiente que las rodea, pero esta obra parece, más que integrada, sacada de la naturaleza. Es una obra colectiva, la crearon Hersúa (Manuel de Jesús Hernández Suárez), Mathias Goeritz, Sebastián, Federico Silva, Manuel Felguérez y Helen Escobedo. La obra personal de Felguérez en este conjunto es Variante de la Llave de Kepler.

La otra obra que recuerdo nítidamente es el Mural de Hierro que nos recibía, y nos sorprendía por su originalidad y belleza, a la entrada del Cine Chapultepec. Está hecho de lo que hoy es una moda, materiales de desecho. Baste recordar que su famosa Crisálida está hecha con los restos o chatarra de un Volkswagen. A su modo, continúa e innova el muralismo mexicano. Y esta idea no es mía, sino del propio Felguérez, quien era, además de artista, un teórico del arte.

Muchos creadores justifican la inmortalidad del arte con el débil argumento de que desligarse de la temporalidad lo hace eterno. Felguérez no pensaba así. Consideraba que el arte estaba ligado a su “momento”, que no sólo es producto de su época sino el mejor camino para adentrarse en ella, para conocerla real y profundamente.

Las formas, como siempre en Felguérez, son geométricas: círculos, cuadrados, rectángulos, planos. Y además, triángulos que introducen la línea perpendicular. Todas esas figuras, relacionadas con el cubismo y con las matemáticas. Y como se puede apreciar en  sus esculturas monumentales con la ingeniería y el conocimiento de los materiales. Admiraba a Siqueiros, porque, como se sabe, el muralista era un perseguidor de nuevas técnicas y nuevos materiales.

 

Sus otras obras

Quisiera mencionar su carácter lúdico: su subibaja, sus personajes en bicicleta en esculturas de pequeño formato. Su fuerte era, como es sabido, la pintura abstracta de formas geométricas y de colores deslumbrantes o de todos los matices del café. Su base, como lo confesaba, era Ossip Zadkine, quien fue su maestro en Francia y lo formó en el cubismo. (En Querido Diego, te abraza Quiela, la novela de Elena Poniatowska, se narra que Ossip Zadkine y su mujer cuidan a Dieguito, el hijo de Rivera y Angelina Bellof). Felguérez admiraba los murales de Rivera en la Secretaría de Educación Pública.

El enfrentamiento de la Generación de la Ruptura no era, como siempre se dijo, por el nacionalismo de los muralistas, sino porque Rivera y Siqueiros eran comunistas. Felguérez sostenía, con razón, que era un enfrentamiento no pictórico, sino  ideológico.

Desde Nueva York se combatió al muralismo mexicano con el expresionismo abstracto; la CIA, como en estos años se ha revelado, se convirtió en el mayor comprador de arte abstracto en el mundo, lo que no obsta para que Felguérez sea el gran maestro del arte abstracto. (Un dato curioso, el pintor pronunciaba arte “astrato” y luego decía esas cosas inteligentes sobre arte que él sabía decir).

A Felguérez lo conocí en una reunión llamada Fiesta Rojo y Negro en casa de Juan García Ponce y Meche Oteyza cuando vivían en las calles de Sonora. Ahí estaba Felguérez casado con Lilia Carrlllo, la pintora iba con ropa negra y un gran moño rojo con un listón atado a la cadera. A Juan y a Lilia les dio una especie de parálisis progresiva y finalmente Lilia murió y Juan se separó de Meche, de modo que ella y el pintor se convirtieron en pareja. Años después, en el velorio de Juan, estaban Felguérez y Meche recibiendo los pésames. Un último dato: se le considera precursor del arte digital.