Mucho se ha discutido qué tipo de literatura escribe Monsiváis. Carlos Fuentes y Octavio Paz consideran que crea un género nuevo que reúne el ensayo y la crónica. Él mismo se inscribe dentro de la crónica que define como un periodismo que alcanza una altura literaria. Siempre quiso ser considerado un cronista siguiendo las huellas de Salvador Novo. Dentro de la crónica su libro más innovador es Escenas de pudor y liviandad, porque en esos textos, al modo del Nuevo Periodismo, deja el típico papel del cronista, vale decir del que observa, del testigo. En este libro, predomina un recurso de la literatura del siglo XX: el punto de vista. Todo está narrado desde la perspectiva, ya no del cronista, sino de los personajes. En un caso el que cuenta es un contador privado, una psicóloga de la Ibero, un fan de un grupo musical. Rompe, ya de modo explícito, la línea que divide al periodismo de la ficción. Su forma de proceder es la del novelista por más que sea todavía una crónica. No son inferiores sus otras crónicas, las de Días de guardar o Amor perdido, lo que sucede es que éstas se asumen de entrada como literatura.

En todas está ya su genio y figura. Sus crónicas reviven personajes que lo obsesionan (Agustín Lara, María Félix, Raphael), los actos rituales populares (el 12 de diciembre, Avándaro), los sucesos políticos (la manifestación del silencio). En todas está, claro, su sentido del humor, sus frases que se quedan grabadas en la memoria y que se han coleccionado como aforismos. Dicho, todo, en un estilo barroco, pero irreverente. Ya se ha dicho, pero hay que repetirlo, se sustenta en un lenguaje bíblico tomado de la lectura cada día de su vida de la traducción de Casiodoro de Reyna y Cipriano de Valera. Emplea los subtextos, el pastiche, la parodia, la broma privada; formas de una especie de literatura de segundo grado. Requiere lectores atentos, que capten las referencias, que entiendan su juego.

Su diapasón es muy amplio, como Góngora o Quevedo, reúne realidades muy apartadas (“retobo moral”). Como los barrocos, utiliza lenguaje culto y popular. No rechaza el tono bíblico o el engolamiento, (como en la doctora Ilustración).

Caricaturistas y fotógrafos de prestigio reconocen que les ha llegado a sugerir algunas de sus obras. Me refiero a Helio Flores o Naranjo. A su vez, él se ha inspirado en ellos: Álvarez Bravo, Gabriel Vargas o Rius. En sus colecciones y en sus textos se refiere a artistas populares como el miniaturista Roberto Ruiz o la creadora de maquetas costumbristas Teresa Nava.

Le interesan y escribe sobre los géneros que se consideraban subliteratura, como la novela policiaca de Raymond Chandler y Dashiell Hamett, la ciencia ficción de Luciano de Samósata o Ray Bradbury. Escribe sobre cine, no en balde considerado (por ser el más tardío) el séptimo arte. Ama la poesía sobre todas las cosas: Pellicer, Neruda, López Velarde, Lezama Lima. Se considera un liberal en la tradición de Juárez, del Nigromante, de Altamirano. En su perfil político de mi nota anterior me faltó un rasgo fundamental: su laicismo.

Rafael Barajas, el Fisgón, dice que sus textos tienen sound track y Alfonso Morales que se acompañan de fotografías y se inspiran en ellas. Nada más exacto, se trata, pues, de una obra ya con un pie en  el siglo XXI, con música e imagen adjuntas: una literatura multimedia con el compromiso político a flor de piel.