Con sobrada razón, García Canclini califica a las culturas actuales como híbridas al destacar la mezcla de alta cultura y cultura popular y nadie lo representa mejor que Ennio Morricone, quien murió, en medio de la consternación mundial, el pasado 6 de julio. Él, con Sergio Leone, es el creador del spaguetti western. Las películas de James Bond y los westerns italianos traen consigo otra mescolanza: unir los llamados filmes de acción con un franco humor que proviene de que el espectador está consciente de que está viendo una película y, por lo tanto, es inverosímil (Bond huye del peligro por medio de una hélice que surge de su saco) o se parodian los duelos de otras películas de vaqueros (el duelo no entre dos, sino entre tres).

Del spaguetti western, el más memorable, creo, es El Bueno, el Malo y el Feo. Cada personaje, encarnado respectivamente por Clint Eastwood como Blondie, el Bueno; Eli Wallach, Tuco, el Feo, y Lee Van Cleef, el Malo. Los tres personajes cada vez que aparecen son acompañados por una rúbrica que los identifica y cada rúbrica tiene un sonido francamente humorístico.

Como en el cine de Bond, el humor tiene mucho que ver con lo inverosímil, pero no deja de tener sabiduría, por ejemplo, cuando Blondie está ante la tumba que contiene el oro tras el que van, les “madruga” a los otros dos y sentencia, pistola en mano: “unos son los que cavan y otros los que tienen la pistola”, lo que traducido al chino de Mao es “el poder nace del fusil”. Los críticos de cine prefieren Por un puñado de dólares, las redes sociales la música de Cinema Paradiso y yo, como muchos, El Bueno, el Malo y el Feo. Un hecho quiero destacar, en estas películas la música es el protagonista.

 

José María Velasco

Después de la Independencia, se trató de mantener la integridad del país por medio de la lengua, el español. También se levantó el inventario de lo que tenía el país. Esto tardó muchas décadas. Guillermo Kahlo tomó fotos de la arquitectura, Manuel Toussaint de la pintura colonial. A José María Velasco, se le encargó la pintura de la flora del país. Naturalmente, no agotó el tema, pero pintó un conjunto de obras extraordinarias. Algunos tuvimos el privilegio de verlas reunidas, en una exposición de la que Armando Torres-Michúa fue el curador.

Este año se cumplen 180 años del nacimiento del pintor que es considerado, me atrevo a decir que por unanimidad, el mejor paisajista mexicano. Se ha mencionado bastante, que la casa en que murió, por la Villa de Guadalupe, no ha sido correctamente resguardada por el INAH. Yo recuerdo que en otro rumbo de la ciudad, en Tizapán, atrás de las clínicas del IMSS, cerca de CU, había un restaurante que se llamaba La casa del pintor y se decía que era la de José María Velasco. Se aducía que esa casa tenía una excelente vista del Ajusco, uno de los temas favoritos de Velasco. Uno de los platillos estrella era “Paleta de pintor” que ofrecía sobre una piña, que hacía las veces de paleta, un colorido coctel de frutas bañado con miel.

Martín Luis Guzmán, en La sombra del Caudillo, compara a su protagonista, el general Aguirre, con el Ajusco y en una entrevista, creo que la de Carballo, sostiene que desea que su prosa sea como la pintura de José María Velasco. Varios críticos han destacado esa semejanza en su prosa. En efecto, una de las bellezas de esa novela es precisamente su descripción de los paisajes. Pero, en sentido contrario del autor, yo le veo más bien parecido con los pintores impresionistas y más precisamente con los puntillistas, como Seurat.