“La fuerza de los valientes cuando caen, se pasa
a la flaqueza de los débiles que se levantan”
Cervantes
Hace quinientos años, el 7 de julio de 1520, las multitudinarias fuerzas militares mexicas fueron vencidas por la audacia de un Cortés acorralado, quien rompió el cerco defensivo en torno al Cihuacóatl Matlaltzincatzin, portador del Matlaxopili (estandarte) de Tenochtitlán, quien, al ser atacado con la lanza del malherido y famélico conquistador, cayó muerto y con el estandarte, con lo que los mexicas y sus aliados dieron por perdida la batalla.
Pese a la superioridad numérica de la armada mexicana, y de haber demostrado que la costumbre religiosa-militar de no guerrear de noche sirvió para perseguir a los españoles en su huida de Tenochtitlán, pudo más el respeto al principio de derrota reflejado por el estandarte caído que el ver las inocultables desventajas de españoles y tlaxcaltecas que, previó al ataque de Cortés, ya habían perdido un importante número de españoles y tlaxcaltecas en el llano de Temalcatitlán, cercano a Otumba.
Mientras Gómara cifra el número de atacantes en más de doscientos mil, Zorita los ubica en sesenta mil, y resume que salvaron la vida 360 españoles, que junto con los 60 que se encontraban ya en Tlaxcala y 80 en Veracruz, suman los 500 de los 1,900 españoles integrados a las fuerzas de Cortés tras vencer a Narváez, en tanto Alvarado detona el odio azteca tras la injustificable matanza del Templo Mayor en la fiesta de Tóxcatl.
La versión más emotiva de esta batalla la ubicamos en “La Historia Verdadera…” atribuida a Bernal Díaz del Castillo, en donde, con lujo de detalle, da pormenores de las heridas de los caballeros principales, de las invocaciones celestiales, así como de las voces de aliento que Cortés brinda a sus hombres en los momentos más difíciles del encuentro “mano a mano, pie con pie”, lo que hoy diríamos cuerpo a cuerpo.
Sobre el ataque al “principal” Matlaltzincatzin, Bernal describe cómo el Matlaxopili — cronicado por Ixtlixóchitl como una “red de oro”-— es recogido por Juan de Salamanca, “que andaba con Cortés con una buena yegua overa (color melocotón)” y narra cómo le entrega dicho trofeo al Capitán, y cómo, en 1523, el Emperador le otorga a dicho Salamanca el estandarte “por armas… y los tienen sus descendientes en sus reposteros” (escudos de linaje usados en decoración de las casas nobles).,
Así acabó el estandarte de Tenochtitlán, perteneciente aún al periodo del fallecido Moctecuzoma Xocoyotzin, ya que el protocolo azteca contemplaba 80 días luto por el Tlatoani muerto y hasta pasado ese tiempo Cuitláhuactzin podría ocupar su lugar de Señor de la Palabra y con ello utilizar sus propios Matlaxopili.
La batalla de Otumba se corresponde a cabalidad al refrán cervantino que destaca cómo la fuerza del valiente, al caer, fortalece al débil al levantarse.
