Escribo este artículo el 7 de julio del 2020, a pocas horas de que el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el presidente estadunidense Donald Trump se conozcan personalmente (en Washington, D. C.), si el cada vez más caótico destino no resuelve otra cosa.

Trump no logró convencer al primer ministro canadiense Justin Trudeau para que también lo visitara este 8 y 9 de julio del año que transcurre; “compromisos oficiales” le impidieron aceptar tal invitación, según versión diplomática.

Pero las verdaderas causas de su ausencia están a la vista: lo que se vive por el nuevo acuerdo internacional lesivo, la pandemia de mortandad en EU por la pésima política de salud de Trump, y la urgencia electoral de éste, para exhibirse como apoyado (en su ambición política) por los jefes de estado de México y Canadá, tratados como lacayos y paleros; haciéndolos, además, transgresores indirectos de normas electorales estadunidenses.

En fin, el presidente Trudeau sí tuvo decoro y dignidad al declinar esa tramposa y sucia invitación; y dejó solos a Trump y a AMLO para que contaran los muertos que han provocado.

El amo Trump acabó con el Tratado Trilateral de Libre Comercio, supliéndolo con dos acuerdos bilaterales que entraron en vigor el 1 de julio del 2020: uno con México y, el otro, con Canadá.

Sólo el gobierno mexicano finge que ese acuerdo bilateral de nuestro país con EU es tratado trilateral y, por eso, AMLO lo apoda “T-MEC”.

De 100 que ganábamos con el tratado trilateral, ahora obtendremos, con este acuerdo bilateral, entre 65 o 75, gracias a la “generosidad” de Trump.

Y para resolver futuros conflictos entre los firmantes del acuerdo, los paneles y los procedimientos tendrán, por parte de La Casa Blanca, vigilantes y acometedores denunciando nuestras debilidades e inconsistencias.

Si queremos rosas debemos aceptar las espinas, y los rosales de ese acuerdo están plagados de pinchos.

Trump es fuerte y rudo, y AMLO es débil y obsequioso, en esa relación internacional; aquél dispuso la reunión, la fecha, las horas, lugares y temas, ordenando que el presidente mexicano se hiciera la prueba del covid-19, y que no olvidara su guayabera ni el sombrero de charro. Y Andrés Manuel rápido obedeció.

Trump le ha tomado la medida a López Obrador; y, con sorna, Donald ha felicitado a Andrés cerca de 60 veces, por “los maravillosos servicios” de lacayo: como poner a la Guardia Nacional a realizar labores para EU.

La dignidad y el decoro han estado ausentes; y la “maravillosa” mediocridad presente.

Ese “T-MEC” es capitalista en todas sus cláusulas, totalmente neoliberal, y conservador desde su nacimiento.

El “T-MEC” tiene coherencia con nuestra realidad nacional e internacional; pero carece de coherencia frente al deteriorado y testarudo discurso del presidente AMLO.

Ayudará al desarrollo de los mexicanos ese “T-MEC”, pero sólo si con inteligencia y eficaz audacia lo sabemos utilizar, ya que se trata de una herramienta.

Trump y AMLO, en sus respectivos territorios, son máquinas constantes de groserías imperdonables. Donald ha ofendido a México.

Ambos políticos, Trump y Andrés Manuel, tienen características en común: son tenaces, se sobrevaloran, se sienten únicos, y su deseo es figurar en la historia como presidentes de excepción.

Sus sueños de inmortalidad tienen vías y motivos diferentes. Trump la economía, pues ansía mucho dinero. AMLO la política, pues ambiciona mucho poder.

En el saludo de inicio, y en el de despedida, acaso los dos presidentes pensaron en la historia; empero, pasados los años, la realidad los ubicará en la historieta.