“Con nuestras flechas,
con nuestros escudos,
está existiendo la ciudad”.Cantares mexicanos
Respetando los saberes ancestrales y con pleno conocimiento astronómico de ello, entre el 24 y el 26 de julio las y los guardianes de la tradición náhuatl del Valle de México conmemoran la fundación de Tenochtitlán.
Este 2020, la ceremonia correspondiente al 695 aniversario de la fundación se llevó a cabo en el patio central del Museo de la Ciudad de México, reconociendo la importancia del evento y la imposibilidad sanitaria de lo realizarlo en el Zócalo capitalino.
Cuando la cuenta de los años se sujeta a la visión patriarcal de la historia, es víctima de la occidentalización que anula la fundación lunar de Mexhico, ocurrida en 1321 en Mixhuca (lugar del parto), enclave en el que se registra el nacimiento de Contzalan, hijo de la mexica Quetzalmoyohuatzin, cuya importancia se refleja en el reconocimiento geográfico de los poblados de Mixhuca y de Temazcaltzinco, lugar —este último— de la purificación de la parturienta.
Pero Occidente no solo escatima estos hechos, sino que arbitrariamente fija la fecha de fundación de Tenochtitlán en el solsticio de verano (22 de junio), cuando para los mesoamericanos corresponde a otra observación celeste que el mundo moderno empieza a ubicar con un eclipse total de luna registrado en julio de 1325, lo que recrea en el firmamento el nacimiento de Huitzilopochtli (el sol), el consecuente desmembramiento de Coyolxauhqui (la luna) y la fuga de sus hermanas las estrellas, hecho que, con cuatro años de diferencia, da sustento a la importancia de las fundaciones separadas de Mexhico, en 1321, y de Tenochtitlan, en 1325, lapso sustancial a la filosofía náhuatl.
Reconociendo que en toda época y sitio el conquistador impone su visión del mundo, y que con ello suele perderse la perspectiva de los vencidos, es menester señalar que el principio de la dualidad (masculino-femenina) que vertebró el desarrollo filosófico náhuatl, resultó inconcebible a los europeos que en aras de justificar su anexión y avaricia se ungieron de la religión cristiana como fórmula de salvación y sujeción de los conquistados a ese nuevo mundo impuesto por España a los nativos.
Pese a casi cinco siglos de esa sujeción patriarcal, a la sistemática destrucción de todo vestigio del antiguo esplendor azteca, a la discriminación sistemática hacia nuestros pueblos originarios y a la modernización urbana, en su lecho y en sus cimientos late, tal y como lo hacía antes del 1521, el portento de una civilización extraordinaria que amerita, hoy más que nunca, ser ubicada no como leyenda, no como una obligación política, sino como un elemento natural de la vida integral de la ciudad.
Si a lo largo de la extraordinaria poseía náhuatl la figura del Atépetl conmueve y enorgullece, en este histórico momento debemos patentizar que Mexhico-Tenochtitlán persiste y existe merced a nuestras armas culturales y a nuestros escudos sociales, los cuales se revitalizan cada vez que de la tierra aflora la grandeza de la Ciudad Azteca.