Entrevista a Paloma Cung Sulkin,  Autora

 

Al ser México un país predominantemente católico, es congruente que diversos aspectos de su vida social e individual se originaran y evolucionaran bajo los preceptos de esta religión. Sin embargo, no debemos olvidar que una de las características esenciales con que se identifica a la nación mexicana es la diversidad respecto a las diferentes culturas que la han enriquecido de manera invaluable a lo largo de los siglos; basta tener la mirada dispuesta al asombro y los oídos a la fascinación para descubrir universos maravillosos que nos acompañan a través de la vida y las ideas de personas no menos extraordinarias.

La comunidad judía representa un excepcional baluarte de ello. Desde su llegada a tierras tricolores, especialmente durante la primera mitad del siglo XX,  mujeres y hombres provenientes mayoritariamente de Europa y del Imperio Otomano han contribuido de manera notable a las artes, la economía y la sociedad mexicana en general. Pese a lo mucho que debemos a esta entidad que dinámicamente forma parte de la vida pública, es poco el conocimiento que la mayoría de los ciudadanos posee sobre  su visión acerca de aspectos tan trascendentales como la religiosidad, la existencia y la muerte. Y es precisamente el último de estos términos al que hace referencia la maestra Paloma Cung Sulkin en su obra Tierra para echar raíces. Cementerios judíos en México, un apasionante recorrido que, mediante una certera investigación y espléndidas ilustraciones, acercará al lector a un tema que incluso dentro de la comunidad judía mexicana es ciertamente discreto, pero que es sumamente interesante en sí mismo, y por los matices sincréticos que ha adquirido en nuestro país.

 

 

La definición de la muerte.

Es así que el libro comienza explicando que dentro del judaísmo no se venera a la muerte ni es importante como tal, sino que se valora únicamente en función de la vida. Esta premisa resulta fundamental en tanto se comprende que para el pueblo judío la vida humana proviene de una chispa divina que el cuerpo, considerado su depositario,  resguarda, hasta la hora del deceso, en que se ve contaminado por la muerte. El significado del cuerpo como guardián de la mencionada chispa divina o neshamá no es algo que deba considerarse a la ligera, pues marca la pauta tanto para los rituales funerarios como para muchas  normas durante la vida para que el cuerpo se respete y se conserve libre de impurezas en aras de su santidad representativa.

De esta manera puede entenderse que una vez que una persona ha muerto, el cuerpo impuro deba ser enterrado con premura, pero con un profundo respeto, de acuerdo con la Halajá, la Ley que contempla ampliamente todos los pasos a seguir para despedir al difunto. Sin embargo, enfatiza la especialista, si bien la Halajá es una guía, también ha sido terreno fértil para una cantidad enorme de interpretaciones y simbolismos particulares que evolucionan a lo largo del tiempo y adquieren nuevas formas y significados de acuerdo a las costumbres de cada grupo e incluso de cada país, resultando algunas ocasiones en singulares prácticas sincréticas. Vale la pena mencionar que en México, por ejemplo, conviven comunidades judías como la sefaradita y la ashkenazita.

 

El funeral y la shivá

La serie de pasos que la Halajá contempla en ocasión de la muerte, se encuentran amparados en dos principios y momentos esenciales: primero los preparativos funerarios o kavod hamet que representan el respeto al fallecido, y los rituales posteriores o kavod hajayim que se refiere al respeto al deudo, también conocido como avel, y sus sentimientos. En este sentido, también se consideran etapas como la del aninut en la que se demuestra dolor abiertamente, el avelut que se vive después del entierro y la shivá, la semana de duelo posterior. La oración más importante es  el kadish, que recitan los hijos varones por los padres durante un año siempre frente a la comunidad, es decir acompañado por lo menos por diez judíos adultos en la sinagoga.

Pero volviendo al momento de la muerte de una persona judía, es necesario subrayar que el cuerpo, si bien ha perdido sus privilegios divinos, debe ser tratado con toda solemnidad y enterrado inmediatamente porque el alma del muerto sufre si no es enterrado, excepto si la persona muere en shabat, debido a que no debe profanarse el sábado, razón por la que deberá ser inhumando el día siguiente. Consistentemente, la Torá prohíbe cualquier intervención que pueda retardar o acelerar la descomposición del cuerpo, por lo que procesos como el embalsamamiento y la cremación no pueden realizarse. Una vez que es confirmado el deceso, el cuerpo debe cubrirse con una sábana y ser colocado en el suelo, acción por la que se pide perdón, y se colocan velas a su alrededor o en la cabecera. Una vela también debe permanecer encendida en el lugar donde se llevan a cabo los rezos hasta el final de la shivá. Un aspecto importante es que el cuerpo del fallecido no puede quedarse solo ni en el día ni en la noche, por lo que es designado un vigilante, o shomer,  que lo acompañe, además de que tiene que permanecer en el piso, haciendo alusión a la cercanía de la tierra a la que ha de volver, hasta que la llegada de la Jevrá Kadishá, que podría definirse como una sociedad de entierros, lleve a cabo el proceso de preparacion para su entierro.

Y es la Jevrá, explica con pasión Paloma Cung, un grupo de hombres y mujeres que se encargan de la purificación, o sea del lavado del cuerpo, la tahará, con  sus respectivos rezos, siendo esta una de las labores más nobles que puede prestar un judío a su prójimo. Esta labor es realizada con mucha discreción y en algunas ocasiones ni siquiera la familia de un miembro de la Jevrá tiene conocimiento de que la persona en cuestión presta dicho servicio. Es de destacar que Tierra para echar raíces. Cementerios judíos en México cuenta con una selección inédita de fotografías que ilustra la labor de esta Sociedad.

Cuando todo se encuentra dispuesto, el servicio funerario puede llevarse a cabo en el velatorio judío, que es un espacio para despedidas que deriva de una costumbre adoptada exclusivamente en México, o en la capilla del cementerio o frente a la fosa.  A diferencia de los funerales de índole cristiana, el último adiós de los judíos se caracteriza por su sobriedad y sencillez, pues el cuerpo debe descender a su tumba envuelto en una mortaja blanca conocida como tajrijim dentro de un ataúd de tablas ensambladas, simbolizando que todos los hombres somos iguales, quedando prohibido el uso de ataúdes de metal que retrasan la descomposición del cuerpo.  Anterior o posteriormente, según el sector,  al acto de entierro lo acompaña la ceremonia de la kriá, o sea el desgarramiento de una prenda que tiene que usar el deudo toda la semana y que representa la expresión cumbre del dolor y la ausencia.

Cuando los deudos vuelven del cementerio, la Jevrá o la familia se han encargado de preparar la casa para la shivá, recibiendolos con una comida de duelo que consiste en alimentos con formas redondas como aceitunas, roscas o huevo. La semana de duelo los deudos deben seguir una serie de preceptos que incluyen, entre otros, mantener velas encendidas, llevar a cabo rezos en la mañana y en la tarde acompañados mínimo por 10 hombres adultos y recibir visitas los siguientes siete días en una muestra de solidaridad comunitaria que permea durante todo el luto.  Estos días representan para la familia un tránsito en el que pueden caminar del duelo a la cotidianidad a través de la espiritualidad y el apoyo de sus semejantes, sin embargo, debido a su pérdida, los dolientes deben asumirse en una inferioridad temporal respecto a su comunidad durante la shivá, por lo que deben estar sentados en el suelo sobre cojines toda la semana.

 

Cementerios judíos en México

Una vez concluido el recorrido por este aspecto de la cultura judía, Tierra para echar raíces. Cementerios judíos en México, nos adentra mediante varios capítulos en el estudio y la apreciación, como su título lo indica, de los espacios en que reposan generaciones enteras de la comunidad a lo largo y ancho del mundo, pero muy especialmente en nuestro país, donde varios estados de la República como  Hidalgo, Jalisco y Nuevo León albergan un cementerio judío. Sin embargo, la autora propone un énfasis en los que se ubican en la Ciudad de México y que pueden contarnos una historia épica a través de sus tumbas. Tal es el caso del primer cementerio, el Monte Sinaí, que se encuentra en la calzada México-Tacuba, colindando con otros panteones importantes. El proyecto para conformar dicho espacio se consolidó cuando en el año de 1912 los diferentes sectores judíos en México se unieron conformando la Alianza Monte Sinaí en aras de lograr establecer un cementerio apropiado para sus diferentes comunidades.

Un personaje fundamental para lograr esta empresa fue Jacobo Granat, dueño de una cadena de teatros que prestó apoyo logístico y monetario a Francisco I. Madero, quien, una vez en la presidencia, otorgó a la Alianza un permiso para adquirir un terreno con el fin de que se convirtiese en cementerio. Fue así como el 14 de abril de 1914, tras una serie de trámites, se colocó la primera piedra de su barda. Desde entonces, este lugar es una referencia indiscutible del pueblo judío en nuestro país, ampliándose de manera significativa y albergando dentro de sí a un número importante de sus miembros e infinidad de hechos y recuerdos. Es aquí donde descansan desde algunas de sus más ilustres familias, como la misma Granat, hasta soldados revolucionarios, poetas, médicos, ingenieros, comerciantes y víctimas del sismo que sacudiò la ciudad en 1957.

De igual interés y similar riqueza, el Cementerio Azhkenazita, ubicado en avenida Constituyentes, resguarda los restos de judíos pertenecientes a este sector originario de Europa cuya presencia en nuestro país data de la primera mitad del siglo XX. Este panteón fue fundado en el año de 1927 gracias a que Mauricio Menzer donó un terreno vecino al Panteón de Dolores a la Beneficencia Nidje Israel. De la misma manera, al sur de la Ciudad de México puede encontrarse, en una sección definida del Panteón Jardín, un espacio designado a la comunidad sefaradita; asimismo y más recientemente, al poniente se estableció el cementerio Maguén David y en la zona de Naucalpan tiene lugar, dentro del complejo funerario de Los Cipreses , el cementerio conservador Bet El. Cabe mencionar que cada sector ha creado instituciones, escuelas y otros organismos propios conservando sus raíces.

Haciendo referencia al aspecto del arte funerario, es necesario recordar que si bien la tradición judía es conservadora en cuanto  a la sencillez de las tumbas y las lápidas, los monumentos fúnebres han adoptado algunas de las costumbres de los diferentes países donde se establecen, y aunque son ajenas, han enriquecido el MODOconcepto de honrar la memoria de los fallecidos. En México, dentro de los cementerios judíos, es realmente interesante poder contemplar sepulcros con pequeñas cúpulas,  epitafios, retratos, medallones,  laureles, columnas truncas, y diversos símbolos políticos o académicos en comunión con estrellas de David,  tipografìas en  diferentes lenguajes como el yiddish, el hebreo, el ladino, el francés, el polaco, el lituano y el árabe, además de elementos propios de la cultura judía.  A este extraordinario sincretismo se unen algunas costumbres peculiares dentro de los panteones judíos como lo es el colocar una piedra sobre la lápida de la tumba que se visita, constancia de la presencia del ser querido y distinción duradera a comparación de las ofrendas florales, que si bien no están prohibidas, son menos comunes. Es también digno de atención que los azkhenazitas cuando emigraron de Europa a principios del siglo XX , se tomaron fotografías en los cementerios con sus muertos para poder llevar con ellos su recuerdo.

En conclusión, Tierra para echar raíces. Cementerios judíos en México representa la condensación de los invaluables esfuerzos de Paloma Cung Sulkin, quien tuvo que enfrentar constantes negativas en su trabajo para poder contribuir a la memoria no solo de su comunidad sino de la identidad mexicana; este libro, junto con otras investigaciones, son una expresión conmovedora del cariño y el respeto que la autora siente por sus raíces y su historia, que han terminado por unirse de manera indisoluble con México y su gente. Para los mexicanos de hoy es fundamental revalorar la  cultura a través de la riqueza y la diversidad que la conforman, y la obra de Cung Sulkin es una de las mejores oportunidades para ello; sobra decir que Tierra para echar raíces. Cementerios judíos en México, en especial, está llamado a ser uno de los baluartes más valiosos de nuestras evocaciones como nación moderna, una referencia cultural indiscutible y un legado trascendente al futuro.