Esos seres maravillosos que tienen cuatro patas
Prometí en colaboraciones anteriores que intentaría desarrollar un tema menos aburrido. Para el grueso de los lectores salen de su comprensión o interés los temas que tiene que ver con el derecho y las leyes: prescripción, caducidad y el funcionamiento de los tribunales. Ahora cumplo mi promesa. Escribiré de seres excepcionales: los perros. Espero que sea del interés de muchos.
Con motivo del corona virus los perros se dieron cuenta de que algo gordo estaba pasando: no había gente en la calle; el tráfico disminuyó; los amos pasaban más tiempo de lo habitual en sus casas; los veían aburridos, preocupados y hasta agresivos entre sí y con ellos. Algunos perros han quedado sin amo. Otros, por razón de la cuarentena, se vieron privados de sus paseos.
Los que tienen o hemos tenido un perro, sólo nos quejamos de que vivan tan pocos años y que duela tanto verlos partir. El tema seleccionado, aunque da para más, se desarrolla dentro de límites muy estrechos: los perros en el mundo griego y, de paso, en el romano.
En la literatura de la antigüedad existe un número crecido de testimonio del cariño y hasta respeto que se tenía a los perros. Entre los griegos el apego a esos seres maravillosos fue notable. Y con mucha razón.
Cuando se habla de los perros, por tratarse de seres extraordinarios, poco hay que agregar y mucho que repetir. Comienzo con un caso emblemático y ejemplar: el del perro de Jantipo, el estratega, político ateniense y, además, padre de Pericles; de él y de ellos se refiere:
Monumento del perro
Jantipo, el estratega griego, salió de su casa con rumbo al puerto del Pireo para encabezar, junto con Temístocles, la armada ateniense; ella, sumada a los soldados y barcos griegos, se enfrentaría a la armada persa del rey Jerjes. Los persas eran muchos; había soldados de tierra y marinos. Éstos sobrepasaban, con mucho, a los griegos. Pocos apostaban a su victoria.
Como todos los perros, el de Jantipo siguió a su amo; lo acompañó en los aproximadamente los ocho kilómetros que separan Atenas del puerto. Cuando el estratega subió a la nave que lo llevaría a Salamina a ocupar su lugar dentro de la armada de los aliados griegos, el perro, desesperado, al verse abandonado por su amo, se arrojó al mar. Dejemos que Plutarco nos refiera qué pasó:
“Entre estos se cuenta que el perro de Jantipo, padre de Pericles, no pudiendo sufrir el que lo dejase, se arrojó al mar y nadando junto a la galera llegó hasta Salamina, donde, desfallecido ya, al punto se cayó muerto; y el monumento que todavía muestran, y al que llaman monumento del perro, dicen haber sido su sepulcro.” (Plutarco, Vidas paralelas, Temístocles, X).
Si se ha de dar crédito a Plutarco, y no hay por que no hacerlo, se tiene que aceptar que el perro, siguiendo a su amo el estratega, nadó en el mar cerca de diez kilómetros.
La existencia de ese monumento a un perro, explica y justifica la costumbre que se observa en la actualidad, de levantar túmulos a los perros y aun de llevarles flores.
Longevidad de los perros
En la Odisea se refiere que Ulises a su regreso a Ítaca y a su casa, después de andar peregrinando veinte años por el mundo, el primero que lo reconoció fue su perro; le meneó la cola de alegría. El fragmento de la Odisea es unos de los pasajes más bellos de la literatura clásica relacionado con los perros:
“Tal hablaban los dos entre sí cuando vieron un perro
que se hallaba ahí echado e irguió su cabeza y orejas:
Era Argo, aquel perro de Ulises paciente que él mismo
allá en tiempos crió sin lograr disfrutarlo, pues tuvo
que partir para Troya sagrada. Los jóvenes luego
lo llevaban a cazas de cabras, cervatos y liebres,
mas ya entonces, ausente su dueño, yacía despreciado
sobre un cerro de estiércol de mulas y bueyes que habían
derramado ante el porche hasta tanto viniesen los siervos
y abonasen con ello el extenso jardín. En tal guisa
de miseria cuajado se hallaba el can Argo; con todo
bien a Ulises notó que hacía él se acercaba y, al punto,
coleando dejó las orejas caer, mas no tuvo
fuerzas ya para alzarse y llegar a su amo. Este al verlo
desvió su mirada, enjugóse las lágrimas, hurtando
prestamente su rostro al porquero, …” (Odisea, XVII, 290 a 305; Gredos).
La grandiosidad del autor de la Odisea está en los grandes y pequeños detalles. Ulises, el gran y astuto guerrero, el autor de la idea de utilizar el caballo de madera para engañar a los troyanos, que no se abstuvo, incluso, de bajar al inframundo a consultar a los muertos, lloró al ver a su perro viejo y moribundo.
Debemos suponer que ese perro tenía al menos veintidós años. Quienes sabemos de perros, podemos afirmar que difícilmente ellos rebasan la edad de dieciocho años, a menos de que sean de tamaño pequeño. Ciertamente en la Odisea se reconoce que ese animal se hallaba tirado en el suelo, por no poder levantarse por sí solo; el autor agrega que el perro murió tan pronto vio a su amo.
Aristóteles afirma “Sin embargo se han visto ejemplos de perros y de perras de cubrir y ser cubiertas respectivamente a los dieciocho o veinte años. Pero la vejez les quita la capacidad de engendrar y de parir, como ocurre en los demás animales.” (Investigación sobre los animales, libro V, 546a, 31).
En la misma Odisea aparece que los perros acompañaban a Telémaco, hijo de Ulises y Penélope en sus andares (XVII, 62).
Aristóteles, en su obra Investigación sobre los animales, refiere ciertas características de los perros; dice que son afectuosos y cariñosos (libro I, 488b 22); también afirma que, al igual que los humanos, sueñan (536b 29). Plinio el Viejo comenta que “Son los únicos que conocen a su dueño e incluso lo barruntan, si llega de improviso, aunque esté irreconocible; son los únicos que saben sus nombres y reconocen las voces familiares. Recuerdan los itinerarios por largos que sean, y ningún ser viviente, excepto el hombre, tiene mayor memoria. Sus ataques y su crueldad los apacigua el hombre sentándose en el suelo.” (Plinio el viejo, Historia natural, libro III, 146). En la casa tuvimos una perrita maltesa que entendía sesenta palabras; era fina, había constado cincuenta pesos; para dar idea de su precio, me limito a decir que su servicio de peluquería y baño costaba ciento cincuenta pesos.
Túmulo de la perra
Príamo, rey de Troya, ante el acoso de los aqueos, en previsión de lo peor para su familia y para su ciudad, confió a su yerno Polimestor, rey de Tracia, la custodia de su hijo de nombre Polidoro; éste, en el peor de los casos, asumiría el carácter de rey. Para que la estancia de su hijo no fuera gravosa para el yerno, Príamo, junto con él, hizo entrega de un cuantioso tesoro.
A la caída de Troya, Polimestor, al conocer la noticia y saber que Príamo, su suegro, había muerto, para quedar bien con los victoriosos, dio muerte a su cuñado Polidoro, que tenía en resguardo y, de pasó, se apoderó del tesoro que le había sido entregado. Cuando Hécuba, la viuda del rey Príamo, estando como cautiva de los vencedores, vio flotando en el mar el cadáver de su hijo, sin mostrar odio o tristeza, con engaños, hizo venir a su yerno Polimestor, junto con sus hijos. Al tenerlos frente a ella, mató a los hijos de Polimestor y a éste le sacó los ojos. Por ese hecho fue apedreada. Al ser abierta su tumba, se encontró el cadáver de una perra. La tumba se conocía como Túmulo de la perra, estaba en Bistonia, en el Quersoneso. (Apolodoro, Biblioteca, epítome, 23; Quinto de Esmirna, Posthomérica, XIV, 347; Ovidio, Metamorfosis, XIII, 399; y Eurípides, Hécuba, 1015 y siguientes).
Ulises u Odiseo
En la Odisea se refiere una particular manera de enfrentar a una jauría furiosa:
“Viendo en esto los perros a Ulises lanzáronse a una
contra él con agudos ladridos; el héroe, prudente,
se sentó y el garrote dejó por el suelo; con todo,
en su propia majada sufriera infamante desgracia
si no sale detrás de los perros el buen porquerizo
al correr de sus piernas veloces. Cayósele el cuero .
pero, dándoles gritos, tirándoles piedra tras piedra,
ahuyentólos de un lado y de otro y al príncipe dijo:
<<Por bien poco en un punto más mis perros no te hacen pedazos. …” (canto XIV, 29 a 37, Gredos).
Al parecer Odiseo, Homero o quien haya sido el autor de la idea de que, ante el ataque de los perros furiosos, es aconsejable sentarse; esta actitud pasiva pudiera ser un anticipo de la teoría de Lorenz; éste es de la opinión de que una pelea de perros concluye en el momento en que el perdedor se deja caer y muestra a su rival su yugular. El triunfador está programado para retirarse al advertir este signo de rendición.
Este incidente es comentado por Plutarco como una característica de nobleza de os perros:
“… los perros dan muestra de un talante a un tiempo civilizado y elevado cuando se apartan de quienes están sentados en tierra; como viene a decirse también en lo de Lanzáronse a una
contra él con agudos ladridos; y el héroe, prudente,
se sentó y el garrote dejó por el suelo.”
y es que los perros se abstienen de acosar a los que, dejándose caer por la tierra, han adoptado una actitud parecida a la humildad.” (Morelia, IX, 970, E y F).
Juramentos
Sócrates juraba por Zeus, por los Dioses y también por el perro; al parecer este juramento era para él muy solemne (Apología 17b y 22a y Critón 46e). Esa forma de juramento era de vieja data, pues se afirma que antes de la guerra de Troya existía el proverbio: “<<Juramento de Radamantis>>. Cratino [fr. 249 PCG] afirman que atribuyen a Radamantisun juramento por el ganso, por el perro y por cosas semejantes. Así también Sosícrates en el libro segundo de sus Historias cretenses [461 fr. 3 J.]. Para no jurar por los dioses”. (En la obra Proverbios griegos, Epítome de Zenobio [Colección parisina], Gredos, p. 207).
En la misma obra se cita dos proverbios más relacionados con los perros, uno: “104 <<Sacrificio cario>>. A propósito a quienes ofrecen en sacrificio miembros sin carne. Porque los carios sacrifican perros.”
El otro “26 <<Los perros de Prómero>>. Prómero, que era un servidor del rey, odiaba extraordinariamente a Eurípides, el poeta trágico, por ciertas calumnias lanzadas contra su señor. Y cuando Eurípides se marchaba, soltó unos perros salvajes, que lo devoraron. De ahí el proverbio, (que se dice de quienes son muy fieros).” (p. 277).
Para concluir esta primera parte afirmo que tenía mucha razón el autor de la Odisea, Homero o quién haya sido, los perros, por sus muchas cualidades, no se poseen, se disfrutan.