Un albur sin comentarios

Seguramente la noticia internacional más importante y uno de los temas de mayor importancia, hoy, para México es la visita del presidente López Obrador a Washington y la reunión que sostendrá con su homólogo estadounidense. A los mexicanos nos preocupan y disgustan —nos indignan— estas conversaciones que podrían derivar en presiones adicionales y más ofensas a México.

El mandatario mexicano se está jugando un albur al aceptar la invitación “convocatoria” de Trump, con el pretexto de festejar la entrada en vigor del T-MEC, festejo que era innecesario y al que declinó participar el primer ministro Justin Trudeau, de Canadá, el otro país parte del tratado.

La mayoría de los analistas: académicos, periodistas de investigación y diplomáticos en México, consideran que López Obrador cometió un error aceptando la entrevista con Trump, aunque, por otra parte, no pocos estiman que el mandatario mexicano difícilmente podría no aceptarla.

Según noticias y comentarios de última hora, Trump y López Obrador tratarán principalmente temas de comercio, salud, prosperidad y seguridad regional. ¿Incluirán el de desarrollo compartido, del sur de México y del Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras?

A pesar del pesimismo sobre los posibles resultados de la visita para el presidente invitado, hay algún comentarista que condiciona su éxito al hecho de que el mandatario la aproveche y anuncie que hará un “cambio de rumbo para promover inversiones y revertir el colapso económico del país”.

Como el encuentro tendrá lugar después de que yo haya entregado este artículo a Siempre!, nada más puedo decir de este albur.

 

¿Dónde está el piloto?

Esta parte del título de mi artículo recuerda la divertida película estadounidense, de 1980, acreedora de nominaciones y premios en los Globos de Oro y BAFTA, de ese año. El film trata de un vuelo de Los Ángeles a Chicago durante el cual un ex piloto de combate, pasajero con otros curiosos personajes, tiene que tomar el mando de la aeronave, al sufrir los pilotos una indisposición por una comida en mal estado.

Una situación parecida a la del film se está presentando en el escenario internacional, donde el “piloto” del país que, por ser la primera potencia económica y militar del mundo, ejerce el liderazgo mundial: Trump, está “indispuesto”, por más y más graves motivos que el de la comida en mal estado; y, al provocar serias turbulencias en las relaciones internacionales es indispensable y urgente que se le reemplace y para que no siga dañando a su país y poniendo en peligro al mundo.

Aunque el liderazgo de Washington podría recomponerse dependiendo de la elección presidencial del próximo noviembre. Pero también podría pasar a manos de otro u otros actores internacionales de peso mundial y de vocación de liderazgo: ¿Pekín, Bruselas, Moscú?

 

¿Liderazgo declinante?

Sigo con el Estados Unidos de Trump, el de “América first”, lo que significa que la prioridad de prioridades del país es el país mismo y no arbitrar u ordenar las relaciones internacionales. Se trata de una política de ensimismamiento combinada con los pactos perversos y torpes concertados por el ignorante presidente con Putin, su antipatía y agresiones a la Unión Europea —junto al apoyo provocador a Boris Johnson y al brexit— la agresión, igualmente, a la ONU y sus agencias, y los dimes y diretes —“el virus chino” y la guerra y seudo guerra comercial— con China.

Las iniciativas y acciones de política exterior del inquilino de la Casa Blanca están desmantelando —ya desmantelaron— el importante tratado nuclear que las potencias del Consejo de Seguridad y Alemania suscribieron con Irán; se han traducido en alianzas impías con Saudi Arabia y países del Golfo, en una infame complicidad con Israel y en la cumbre de caricatura con el dictador de Norcorea.

A mayor abundamiento, como decimos los abogados, hay que leer el libro The Room Where It Happened (El cuarto donde aquello sucedió) del ultraconservador John Bolton, ex consejero de Trump para la Seguridad Nacional, que documenta ampliamente las barbaridades cometidas por el presidente.

Si los comicios de noviembre próximo reeligen a Trump, el liderazgo de Estados Unidos se acercará definitivamente a su fin. Si gana Biden, lo que es muy probable, es de pensarse que se renovarán y actualizarán estrategias y acuerdos políticos con potencias, incluidas las emergentes, a las que interesa que Washington y no otros polos de poder, siga siendo el árbitro en las relaciones internacionales.

 

La opción china

Pekín tiene todos los atributos —o quizá es más propio decir, las armas— políticos y económicos para ser el árbitro del escenario internacional, en disputa y competencia con la potencia americana declinante; o sustituyéndola. Su audaz y veloz acción, una vez que enfrentó con éxito la pandemia aparecida en Wuhan, de diplomacia humanitaria y propaganda, dio apoyo y asistencia incluso a una desfalleciente Italia, en ausencia de la ayuda europea y estadounidense. Se mostró, en consecuencia, más rápida y mejor que el gigante americano y Europa. Armó una “ruta de la seda de la salud”.

Esta China, potencia económica y tecnológica de estatura mundial, aparece omnipresente en el mundo a través de la Nueva Ruta de la Seda, marítima, con grandes inversiones en el sudeste asiático, el océano Índico, el este de África y en algunas partes de Europa. Rutas terrestres, que conectan a China con puertos de las mencionadas regiones, y, a través de Asia Central, con otros países asiáticos y con Europa. Financiamiento de gasoductos y oleoductos en Rusia y Kazajistán. Y con la mira puesta en Latinoamérica.

Pekín, sin embargo, carga con un presente vergonzoso: el de la represión permanente a la comunidad musulmana de los uigures, a los que se confina en campos de concentración para imponerles “conciencia de chinos”, lo que se traduce en obligarlos a abjurar de sus creencias religiosas, “terroristas” y a declarar su fidelidad a China y al régimen comunista. Bolton, por cierto, afirma en su libro que Trump habría avalado tal política.

La otra infamia de la que tiene que responder China es el golpe mortal que está dando a las libertades democráticas y los derechos humanos en Hong Kong, que activistas y un amplio segmento de la población defendían apasionadamente y ejercían a pesar de obstáculos y represión.

La pandemia en China y en el mundo fue el distractor aprovechado por Pekín para expedir una legislación de seguridad que vulnera los derechos de los ciudadanos y viola la ley básica, texto constitucional de la ex colonia.

Respecto a las relaciones de China con Trump, es interesante aludir, de pasada, a lo dicho por un destacado periodista francés, Alain Frachon, de que “Xi Jinping vota, con las dos manos, a favor de Trump, porque, a pesar de que echó a andar una campaña histéricamente anti china, el presidente norteamericano tiene dos grandes cualidades: incoherencia e incompetencia”.

Al margen de este comentario, que podría juzgarse agresivo, el periodista nos recuerda que China siempre “vota” por los republicanos: en agradecimiento a Nixon, que reconoció a la China de Mao, porque no dan lecciones de democracia y por estar más involucrados que los demócratas en los “grandes negocios”.

 

Europa, tercero en discordia

La Unión Europea ha mantenido, “desde siempre”, una alianza con Estados Unidos, un eje transatlántico, que ha mantenido la paz en el continente desde la Segunda Guerra Mundial, pero que ahora está roto. Esa suerte de dependencia, cómoda, de Washington, que disfrutaba Europa le hizo también daño porque no se atrevía —no le interesaba— asumir las responsabilidades internacionales inherentes al actor de peso mundial que puede ser.

Hoy Trump está terminando de romper esa alianza y Europa tiene que valerse por sí misma. En su seguridad militar frente a eventuales “enemigos” —¿Rusia? Recuérdese el más reciente anuncio del estadounidense, de que retirará 10,000 soldados de Alemania— y en su presencia e influencia política en el mundo: en el amplio espacio de sus vecinos del sur —África y Medio Oriente, y Turquía—, y el cercano este -Ucrania, Bielorrusia. También en el mundo, en el que América Latina y el Caribe deben tener especial significación para Europa, porque somos Occidente, el “Extremo Occidente”, como dice Alain Rouquier, al que tanto cito.

Si los líderes europeos deben tomar conciencia de esta realidad y asumir el compromiso de la Unión Europea con el mundo, entre los europeos de a pie se fortalece el deseo de que la Unión tenga peso e influencia en el escenario internacional —sobre todo al darse cuenta de que su “amigo y protector” del otro lado del Atlántico los está dejando solos—.

Es interesante, a este respecto, que una reciente, encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, con sede en Bruselas, revela que la mayoría de los encuestados ha perdido confianza en los Estados Unidos, “en su poder y competencia para liderar el mundo”, y no espera su apoyo. Tampoco tienen buena opinión de China, la que es ampliamente desfavorable en la mayoría de los países.

En este escenario se abre paso, cada vez con más fuerza, la opinión ciudadana y la convicción de líderes clave de la Unión Europea, de que Europa debe ser fuerte en la escena internacional: ser la “Unión Europea potencia”. En ello están comprometidos Ángela Merkel, esa gran mujer, líder política incombustible; Macron y no pocos gobernantes, como el español Pedro Sánchez.

En esa sintonía está también Bruselas: Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y los otros altos cargos del ejecutivo y del Parlamento. Destaco al español Joseph Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, talentoso, experto en política exterior, que mucho ha trabajado por la “Europa potencia”.

Claro que esta Europa comunitaria tiene que seguir enfrentando sus adversarios —gobernantes, partidos de oposición y ciudadanos— también europeos, que desean destruir a la Unión Europea y volver al Continente de solo países, mezquino y sin futuro.

 

¿Y Moscú?

Excluyo a Rusia como opción de árbitro y líder mundial en la actual coyuntura, porque, al margen de su peso político mundial, importante pero insuficiente, sigue, lamentablemente, enredada en un laberinto en el que se victimiza y desconfía de Occidente.

Mientras Putin su líder, admirable por muchos conceptos, pero condenable por otros, disfruta eternizándose como presidente de la nación, después de una reforma constitucional a modo, que le permitirá gobernar hasta 2036, más tiempo que Stalin, pero menos que Iván el Terrible y Pedro el Grande.