Esta novela de Enrique Serna está narrada en primera persona, vale decir desde el punto de vista de Carlos Denegri. Su misoginia feroz se explica (no quiero decir que se justifica) por su conflictiva relación con la madre (una tiple argentina), su corrupción la vive como un deseo de alcanzar el éxito y así recuperar su autoestima. El lector asiste, desde adentro, a su adicción al alcohol y a una maltrecha fe religiosa que se manifiesta en la rúbrica de su programa con la despedida a los televidentes de sintonizarlo al día siguiente “Dios mediante”. Los hechos hablan por sí mismos, es un chantajista que cobra por callar y cuando escribe sólo son elogios bien remunerados, pero el recurso literario de narrar en primera persona exonera al novelista de juzgar a su personaje.

Según la trama de la novela, Carlos Denegri conversa con un amigo de su niñez, el también periodista Jorge Piñó Sandoval, quien va a cumplir el papel de conciencia de Denegri, el que le va a reclamar el abandono de los ideales juveniles, quien lo va a obligar a ver su inmoralidad, a servir de espejo para que vea su verdadero rostro. Ante él, Denegri se justifica porque finalmente él es un triunfador y un fracasado Pinó Sandoval, un perdedor. Según Serna, ésta es la psicología de Denegri o sea, como se ve a sí mismo: un triunfador. Estos diálogos que se dispersan en varios capítulos de la novela recuerdan de inmediato a Conversación en la Catedral, ambas pláticas ocurren en una cantina, pues como sabe el lector (y si no ahorita se lo digo), La Catedral de Vargas Llosa es una cantina. El relato en segunda persona que Carlos Fuentes emplea en Aura y en La muerte de Artemio Cruz, también lo adopta Serna al relatar las tropelías de Denegri cuando su padrastro Ramón P. Denegri fue embajador en España.

Cuando presenté El seductor de la patria, la novela de Enrique Serna sobre Antonio López de Santa Anna, un joven del público le preguntó por qué no había incluido el pasaje de Santa Anna, el dictador resplandeciente, de Rafael F. Muñoz en que la esposa del dictador contrata mendigos para que hagan antesala en la vejez de Santa Anna, y Serna contestó: No encontré ningún documento que probara que eso ocurrió. En pocas palabras, Don Rafael que escribe una biografía, tal vez inventó estos hechos y Serna, que es novelista, no lo incluye porque no encontró documentos.

Todo lo anterior, porque Serna califica El vendedor de silencio como novela histórica y afirma que se trata de una ficción. Recuerdo a la historiadora Cristina Gómez, quejándose en un coloquio sobre el tema de que los lectores creían al píe de la letra las novelas y desconfiaban del relato histórico.

Se ampara el autor en que es ficción, porque involucra políticos con acusaciones graves. (Yo, por lo pronto, quiero aclarar que no tengo lazo familiar con Galindo Ochoa, pero me imagino que a Tina Galindo que es su hija no le va a gustar nada lo que lea sobre su padre y el lector no sabe si Serna lo sabe o sólo habla al tanteo de la ficción y como en el caso de Galindo Ochoa, decenas de personajes).

 

El recurso Stanislavski

Bárbara Jacobs sostiene (y a mí no me cabe la menor duda) que toda novela es autobiográfica. El método Stanislavski propone que un personaje teatral debe estar sustentado en las emociones y vivencias reales y similares del actor que lo interpreta. Desconozco la vida privada de Serna, pero sé que al menos ha tenido tres relaciones importantes: Rocío, Ana y Gabriela. Pienso que algo de su vida privada sirvió de cimbra de la novela, pero, sobre todo, la religión del éxito (base de la personalidad ficticia o real de Denegri) que es muy de las generaciones de finales de siglo y no digamos de los jóvenes del siglo XXI. Novela bien lograda, atrapa al lector que no puede dejarla y la ha convertido en un éxito de ventas.