A un año y medio del actual gobierno y dentro de una compleja crisis de salud, económica, y política, el Ejecutivo Federal no ha podido coordinar un equipo que le apoye a solventar todas las dificultades a las que se enfrenta. El presidente como jefe de los Secretarios de Estado tiene la obligación de coordinar las acciones de la Administración Pública en cada uno de sus ramos, dentro de los indicadores del Plan Nacional de desarrollo sexenal, éste que debe ser la guía de los esfuerzos para lograr alcanzar el objetivo planteado.

Lamentablemente este sexenio el Plan no cumple con los lineamientos técnicos que todo plan de gobierno requiere, este gobierno publicó una pieza de oratoria propia de un discurso de campaña.

La falta de rumbo, de objetivo a alcanzar y de coordinación hace que las secretarías naveguen a la deriva según sopla el viento.

El Presidente no tiene un equipo de trabajo, tiene empleados a los que ordena y manda hacer lo que él cree que está correcto y no acepta consejo alguno; el lamentable problema es que, el propio ejecutivo no estaba ni está preparado para conocer todas las tareas de la  Administración Pública, ordena la política de salud, la de Procuración de Justicia convirtiéndose en vocero de la FGR al informar las declaraciones del “indiciado” Lozoya, la política económica y financiera, al grado que en el último trimestre decrecimos 18.9  por ciento.

Preocupa el tener un presidente soberbio y sobrado, que cree tener la única verdad y la formula única de solventar todos los males que nos aquejan, un presidente que requiere que le escojan la audiencia que asiste a sus conferencias de prensa de las mañanas, y a los actos que preside para evitar que le espeten en el rostro un “no es bienvenido”.

Desde este segundo año de gobierno se actualiza la metáfora literaria que retrató al Presidente al final de su mandato como el solitario de Palacio; un Presidente que se va quedando solo, en este caso por haber querido ser único sin rodearse de las personas adecuadas pensantes y conocedoras de los diversos temas; un Presidente que no escucha, que se niega a rectificar, que se cierra a reconocer errores y se empecina en que “no hay más ruta que la mía”; un Presidente que es incapaz de evaluar las políticas públicas y relanzarlas.

A lo anterior, de suyo grave, viene a sumarse que diversos integrantes del gabinete presidencial, como los secretarios de Medio Ambiente y Agricultura, juegan a la escuelita Montessori pues cada uno hace lo que quiere y cuando quiere, organizan sainetes culpándose unos a otros, o el de Turismo que una vez publicadas con errores u horrores de una supuesta traducción se sube internacionalmente la página de dicha secretaría y el titular no quiere asumir su responsabilidad sobre el control de las actividades y herramientas a su cargo;  la mayoría de los secretarios se distraen con asuntos personales de las labores propias de su gestión al frente de las secretarías que les han sido encargadas; ello viene a abonar en el vacío de poder que crecientemente se percibe en el poder Ejecutivo, todo ello en busca de evitar perder el poder e imponer un nuevo Congreso y gubernaturas mayoritariamente de su partido en 2021.

Así el desorden imperante se asemeja a un herradero, se evidencia la ausencia de conducción, la falta de liderazgo suplida por la de un capataz, y cómo aumenta día con día el vacío de poder en nuestra patria, en la cual la clase política se regodea en sus luchas mezquinas, estériles y fratricidas, olvidando el rumor creciente del descontento social.  Se actualiza la frase de los romanos “Los dioses ciegan a quienes quieren perder”.