En donde vivo se oye pasar al tren. Siempre me ha gustado escuchar su silbato porque ese sonido me transporta a mis orígenes: El abuelo que tuvo la osadía de morirse antes de que yo lo conociera, era ferrocarrilero.

Les platico: En las fotos que sobrevivieron a su época, un día lo vi vestido todo de blanco —incluso el sombrero— en medio de las vías y los durmientes ennegrecidos por el carbón que flotaba en el aire en aquella zona del norte de Coahuila.

Con razón se enamoró de él doña Lupe, mi abuela de la que les he platicado y que habiéndole sobrevivido con cuatro hijos a cuestas, tuvo la osadía de vivir hasta sus casi 90 años para solaz de mi infancia, pubertad y juventud.

Y decía ella que don Plácido había emigrado con parte de su familia desde el lejano Gdansk en la Polonia anterior a la Gran Guerra —la 1ª, que inició el 28 de julio de 1914— para asentarse en Eagle Pass, la frontera texana con Piedras Negras, Coahuila.

Una de las muchas noches que me contaba su historia, doña Lupe me dijo que su marido había huido de una guerra para venir a caer en otra, pues en 1911 cuando fue enviado por sus socios a atender el negocio de los trenes en la zona carbonífera, comenzaba la revolución mexicana.

Era jefe de resguardo en la estación de Palau, muy cerca de Múzquiz, y tenía bajo su mando la operación de la “Coahuila and Zacatecas Railway”, que transportaba el carbón de las minas de ese pueblo, junto a las de Barroterán, Aguijita, Sabinas, Cloete y Nueva Rosita, para abastecer de combustible a los hornos de las fábricas cercanas a Monclova y Monterrey.

Mi abuelo era bien bragado, tanto que un día de 1913 se le puso al tú por tú a un General huertista que se llamaba Fulgencio López y lo obligó, sin más armas que su palabra, a liberar a un tren de pasajeros que iba de Concepción del Oro, Zacatecas, a Ramos Arizpe, Coahuila, porque el militar lo había secuestrado al suponer que los rebeldes habían hecho uso para sus propios fines, de las vías férreas, el telégrafo y el teléfono.

Contrario a lo que sucede hoy, cuando las vías del ferrocarril son tomadas a mansalva por “maestros” y otros grupos rebeldes, en la revolución eran las fuerzas leales al gobierno las que boicoteaban el paso de los trenes, destruyendo la infraestructura de esa que era el principal medio de comunicación.

Don Plácido era el administrador de esa rama de los ferrocarriles en el norte de México y parece que era tan eficiente, que llevaba los números de toda la operación de ese negocio de las compañías estadounidenses en nuestro territorio.

En 1911, los Ferrocarriles Nacionales de México tenían un ingreso bruto de $61 millones, 934 mil pesos, con gastos por $39 millones 379 mil pesos, para un ingreso neto de $22 millones 655 mil pesos.

Eran muy eficientes y generaban progreso, pero la revolución provocó que para finales de 1914 los números fueran muy distintos: $34 millones 273 mil pesos de ingresos brutos; $31 millones 893 mil pesos de gastos y un ingreso neto de apenas $2 millones 379 mil pesos.

Cuando esas empresas de extranjeros pasaron a manos del gobierno, comenzó la gran debacle del ferrocarril mexicano. Es triste decirlo, pero así fue.

Y ante esa evidencia sustentada en documentos de la época que sobrevivieron al paso del tiempo y que hoy atesoro, mi abuela decía que los políticos son un desastre como administradores y operadores de empresas, y no sirven ni para hacer política.

Ella murió en 1967, el año de la gran nevada en Monterrey, y si hoy viera cómo se la gastan los políticos actuales, seguro que se volvería a morir.

A pesar de haber llegado a México en plena revolución, mi abuelo decía que nuestro País era en aquellos años, una tierra de oportunidades y él las supo aprovechar bien y bonito.

Nada más el que no quiere trabajar no lo hace, porque el mundo nos da a todos, palancas para moverlo y solo quien no quiere no le pedalea. Imagínense decir que un país en plena guerra civil es “tierra de oportunidades”.

Hoy, que vivimos en un México sin luchas armadas, las oportunidades para millones de compatriotas no están aquí, sino en la dolorosa migración hacia el vecino país del norte.

Cada vez que un paisano se asienta legal o ilegalmente en los Estados Unidos, todos los días tiene qué lidiar con el dolor de haberse separado de sus raíces, de sus familias, de sus comidas, colores, sabores y costumbres.

Esto no lo entienden los cegatones de la 4T que siguen parándose el cuello diciendo que el envío de remesas de los mexicanos está en números históricos.

¿Qué le falta a México para ser la nación desarrollada que merecen su extensión territorial, su diversidad de clima, sus envidiables litorales, la solidaridad, la creatividad y el ingenio de su gente?

1.- Le falta un gobernante que deje de enfocarse en las elecciones y que apunte hacia las generaciones.

2.- Le faltan empresarios que salgan de la comodidad de su confinamiento convenenciero y le pierdan el miedo a hacer política para ser competencia de los incompetentes del Palacio Nacional a quienes tanto critican pasivamente, sin levantar la mano, sin identificarse ni mostrar sus caras escondidas —hoy por el cubrebocas— y antes por las máscaras del anonimato.

3.- Le falta una ciudadanía que ejerza su derecho al voto y que rompa con el abstencionismo de casi el 40% del electorado, que se quedó en sus casas domingueras en el 2018 a ver el resultado de los comicios por televisión.

4.- Le falta un electorado que no sufrague el voto del hartazgo en contra de un partido o de un candidato, sino el de la confianza a favor de uno y otro.

5.- Le falta la exigencia y el factor crítico que es una obligación ejercer ante cada falla, error, desidia, corrupción o cualquier cosa mal hecha que se nos atraviesan en el camino.

A mí me gustan los trenes, porque siempre ven y van hacia adelante.

 

CAJÓN DE SASTRE

“Por favor, que el Dios de Spinoza nos haga DETONAR de una vez por todas a los mexicanos, como si fuéramos trenes”, dice la irreverente de mi Gaby.

placido.garza@gmail.com

Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Escribe para prensa y TV. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras. Como montañista ha conquistado las cumbres más altas de América.