“Si algo puede salir mal, saldrá mal”, frase que se le atribuye al ingeniero aeronáutico Edward Aloysius Murphy Jr. (estadounidense que nació en la zona del Canal de Panamá),   dando lugar a la muy conocida Ley Murphy –de 1949, que incidentalmente surgió de un comentario que hizo el ingeniero sobre el fallo de unas pruebas sobre problemas técnicos de desaceleración, y que posteriormente hizo famosa un autor de libros de ciencia ficción– que ha servido para que los pesimistas la utilicen al menor pretexto en momentos difíciles que pueden trocarse en algo peor. Las elecciones presidenciales de Estados Unidos de América (EUA), el próximo martes 3 de noviembre, pueden terminar mal por muchas razones, de las que no es ajeno el presidente Donald John Trump que busca la reelección, sea como sea. De los empecinados –tercos, perdón por la redundancia–, nos libre Dios. Con el que sufrimos es más que suficiente, la 4T es nuestra cruz.

Por si algo faltara, infortunadamente, la sentida muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg, de la Corte Suprema (CS) de EUA, el viernes 18 de septiembre último, trastoca todas las claves de la sucesión presidencial de la Unión Americana. La verdad es que nunca es un buen momento para morirse. El fallecimiento de la magistrada –víctima de un cáncer de páncreas–, cayó como una bomba en la campaña electoral estadounidense, provocando una onda expansiva que sin duda influirá en la política del vecino país del norte en los próximos 37 días y cuyas posibles consecuencias a largo plazo apenas pueden intuirse.

Los dimes y diretes alrededor del nombramiento del nuevo magistrado de la CS –con todos los protocolos del caso–, empezando por la propuesta que debe hacer el presidente Trump, se convirtió desde el día del deceso de la señora Bader en el principal asunto de campaña. Apenas se escribían los obituarios del caso y todo mundo opinaba respecto de la llegada del próximo juez. No era para menos.

La CS de EUA tiene a su cargo la definitiva interpretación de la Constitución. Está compuesta por nueve magistrados con mandato vitalicio. Son propuestos por el presidente en funciones y los confirma el Senado. En principio los jueces son apartidistas, pero es clara su sintonía ideológica con el Ejecutivo que los propuso y, por lo mismo, con el momento histórico en que fueron elegidos. Hasta el momento, había cinco magistrados considerados conservadores en la Corte y cuatro calificados como progresistas, Ruth Bader Ginsburg era uno de ellos,

Ruth Bader Ginsburg fue un personaje de excepción. Su curriculum vitae lo demuestra. Ojalá y en México los jueces optaran por tomar como ejemplo a esta abogada, luchadora hasta la muerte por los derechos de la mujer, por ende, del ser humano sin importar su sexo. En su libro de memorias, My Own Words (En mis propias palabras), editorial Simon & Schuster, 2016, escrito al alimón con sus biógrafas Mary Hartnett y Wendy W. Williams, escribe: “Qué afortunada fuí…de estar viva y ser abogada en un tiempo en el que, por primera vez en la historia, fue posible blandir, exitosamente, ante legislaturas y cortes, la igual condición de ciudadanía de mujeres y hombres como un principio constitucional fundamental”.

Bien escribió Montserrat Salomón en su Political Triage (La democracia en juego) de hace unos días: “A 43 días de la elección, la muerte de la jueza del supremo, Ruth Bader Ginsburg, incendia el escenario político estadounidense elevando la apuesta en las urnas. Para unos está en juego el asegurar que la Corte esté controlada por el pensamiento conservador que salvará el alma del país; para otros está en juego la democracia misma, al poder convertir este organismo en un arma política definitiva que desequilibre la balanza y dejar de lado su independencia como organismo autónomo”.

“Lo cierto –agrega Salomón–, es que desde hace años esta instancia de gobierno se ha politizado cada vez más, convirtiéndose en un brazo más del bipartidismo polarizado. Estamos ante una nación dividida y con enconos cada vez más marcados (Parecería que la analista hablara de México, BGS), en donde el diálogo razonado, característica que debería ostentar la Suprema Corte, está ausente. Todo se ha convertido en una batalla por el poder. Todo, incluso la elección de los magistrados de la Corte”.

La muerte de Ruth Bader abre una vacante en la Corte Suprema que, si se cubriera con un magistrado propuesto por Trump, cimentaría una mayoría conservadora de seis a tres en la máxima institución judicial del país seguramente por décadas. Ese tribunal, temen los demócratas, bloquearía durante un par de generaciones avances progresistas, o incluso revertiría temas tan discutidos como el aborto.

De hecho, siempre ha habido tensión partidista alrededor de la SC, que es la última valla ante los excesos del Presidente y el propio Congreso. Esa tensión se saltó de lo tradicional  y las normas acostumbradas en febrero de 2016, al morir el juez conservador, Antonin Scalia. Para sustituirlo, el presidente Barack Hussein Obama propuso a un magistrado progresista moderado, Merrick Garland. En aquel momento, los republicanos tenían mayoría simple en el Senado, lo que les permitía controlar el procedimiento. Mitch McConell, el líder republicano del momento –igual que ahora–, decidió bloquear la jugada de Obama. Ni siquiera convocó a la audiencia de confirmación de Garland. Su argumento fue que era “año electoral” y que debería ser el siguiente presidente el que hiciera la propuesta. “La gente tiene que tener voz” en el procedimiento de designar a un nuevo juez de la CS, replicó McConnell ante el estupor de la Casa Blanca, los demócratas y la judicatura.

Y, “el pueblo habló”. Un extravagante candidato republicano llamado Donald John Trump –auto calificado como un “gran magnate y empresario”–, se montó en la nominación del Partido Republicano (PR) a pesar del escepticismo de muchos militantes de ese partido, cuando no abierta oposición. Una de las razones por las que el hombre del “extravagante peinado” y de burdo comportamiento recibió el voto “disciplinado” de los militantes republicanos fue la posibilidad de nombrar al sustituto de Scalia. Según reconoció el propio McConnell en una conferencia posterior, “el tema más importante, el que dio a Trump 9 de cada 10 republicanos, fue la Corte Suprema”.

De acuerdo a varias encuestas de aquel momento, el 26 por ciento de los votantes de Trump dijeron que la CS fue el factor más importante para acudir a votar. En otras palabras, la posibilidad de cambiar la mayoría en el Tribunal Supremo era un factor de movilización mucho más intenso entre los republicanos que entre los demócratas. Encuestas recientes ponen en claro que esa idea ya no es tal, y que los militantes del partido de Obama y de Joe Biden han comprendido la importancia de la Corte Suprema. El 66 por ciento de los electores demócratas afirman que el nombramiento de magistrados del Tribunal es “muy importante”.

Ahora, tras la muerte de la juez Bader, su sucesión es un tema capital para el futuro de Estados Unidos de América. La admirada magistrada estaba muy consciente de esta situación. De acuerdo a la radio pública NPR, días antes de morir Ruth dictó una carta a su sobrina en la que solicitaba: “Mi deseo más ferviente es que no se me sustituya hasta que no haya un nuevo presidente”. En el lecho de muerte, su último deseo.

En todas partes del mundo hay aves de carroña, zopilotes. A los pocos minutos de transmitir el último deseo de Ruth, el líder republicano, el inefable Mitch McConnell envió un comunicado a los medios. “Los americanos reeligieron nuestra mayoría en el Senado en 2016y la ampliaron en 2018 porque prometimos trabajar con el presidente Trump y apoyar su programa, particularmente sus extraordinarios nombramientos de jueces federales (sic). Una vez más, mantendremos nuestra promesa. El nominado del presidente Trump será votado en el Senado”.

La reacción del PD fue inmediata. Sobre todo, la de Joe Biden: “Voy a ser claro: los votantes deben elegir al presidente, y ese presidente debe elegir al sustituto de la magistrada Ginsburg”. No está claro si los republicanos puedan cumplir los propósitos de su líder y del presidente. Los procedimientos en el Senado llevan su tiempo. Como sea, unos y otros han tensado la situación polarizando a los votantes al afirmar que esta es la elección más importante de sus vidas y la democracia misma está en juego.

Trump ya anunció que podría definir la nominación –que seguramente sería una mujer, según dijo–, de un candidato con perfil conservador, entre el viernes 25 o el sábado 26 del presente mes, al detallar su baraja de opciones, entre los que se encuentran “cuatro o cinco juristas”, todas “excepcionales, pero “una o dos sobresalientes”.  Eso sí, el educado presidente precisó que por “respeto” a la difunta juez, esperaría hasta que terminaran sus exequias para continuar con el proceso de sustitución.

Pero, el siempre ventajoso magnate que todavía vive en la Casa Blanca, aprovechó el momento para acusar a los demócratas de inventar el “último deseo” de Ruth Bader según el cual dictó a un familiar “su deseo más ferviente es no ser reemplazada hasta que se instale un nuevo presidente”.

Y, el esposo de Melania se volcó: “No sé si ella dijo eso, ¿o fue escrito por Adam Schift o Nancy Pelosi? Me inclinaría más por lo segundo…Eso suena ta hermoso, pero suena como un trato con Mark Schumer (líder de los demócratas en el Senado), o tal vez con Pelosi o con Schifty Schiff. Entonces, eso salió del viento, digamos. Quiero decir, tal vez lo hizo o tal vez no lo hizo”, declaró Trump en su entrevista con Fox News.

Ni tardo ni perezoso, el senador demócrata Adam Schiff le contestó a Trump en Twitter: “Esto es bajo. Incluso para ti. No, no le escribí el último deseo de Ruth Bader Ginsburg a una nación a la que le sirvió tan bien…Pero voy a luchar como el infierno para que se haga realidad”.

La pelea está cantada. Se aceptan apuestas. Las cartas del magnate están a la vista. El nombre que más se menciona es el de Amy Coney Barret, jueza de la Corte de Apelaciones del Séptimo Distrito, católica y anti aborto. Madre de siete hijos y ex asistente legal del ya fallecido juez de derecha Antonin Scalia. Barret, de 48 años, fue finalista para el puesto de la CS que finalmente recibió el recriminado y denunciado como acosador sexual Brett Kavanaugh en 2018, apoyado, obviamente por Trump.

Otro perfil con posibilidades de sustituir a Bader Ginsburg es el de Bárbara Lagoa, abogada nacida en Florida e hija de inmigrantes cubanos, quien apenas este mes coincidió con un fallo de la Corte Federal de Apelaciones que podrá impedir a ex delincuentes votar. Donald Trump dijo de Lagoa que “es muy apreciada y tiene mucho apoyo. Saben, mucha gente, recibo muchas llamadas telefónicas…Es hispana. Es una mujer tremenda por lo que sé. No la conozco. Florida, amamos Florida”. Solo hay que recordar que la Florida es uno de los estados más importantes de cara a la elección de noviembre, donde Trump lleva ventaja a Biden.

Y, como dijo Groucho Marx, “estos son mis principios. Si no les gustan los cambios. Tengo otros”. Así Donald Trump, tiene más prospectos para la CS. Pronto se sabrá lo que depara el destino. “La suerte está echada” (Alea, jacta est), dijo Julio César, veremos cómo le va al magnate. Todo está complicado. La Ley de Murphy. VALE.