Sofía es una joven y guapa mexicana, siempre tuvo acceso a la educación privada, incluyendo su licenciatura y posgrado, ha viajado por Europa varias veces, viste a la moda, siempre perfumada y enjoyada, era una de esas extrañas criaturas que salía los fines de semana al antro o “de fin” a la casa de alguno de sus amigos o amigas.

El último año de la administración peñista, Sofía se enroló en una maestría, decidió invertir en ella un par de años, la mayoría de sus compañeros de clase eran mujeres de la clase media alta, antes conocidas como “fresas”, después “fifís” y ahora “whitexicans”, llegó el cambio de administración mantuvo su fuente de ingresos, sus finanzas eran sanas pero poco a poco en su entorno, alguna de sus amigas o conocidas, un día si y otro también perdían “privilegios neoliberales”, ya no había escuelas de tiempo completo o guarderías.

Terminó su maestría y llegó el COVID 19, perdió su trabajo, el encierro le impidió buscar otro, un gasto aquí y otro allá, la hipoteca, el celular, la mensualidad de la camioneta, el internet y la TV por cable le fueron mermando lo ahorrado, así que decidió echar mano de sus conocimientos en repostería fina y emprender, ante la falta de infraestructura, una tienda física o virtual, acondicionó la cajuela de su camioneta último modelo y salió a la calle.

“El primer día te sientes miserable” me dijo, “antes condenaba la informalidad, pero la necesidad me hizo parte de ella y hoy la comprendo, no solo eso, el primer día que llueve y tienes tus productos en la mano, es cuando peor te sientes, tienes que soportar la mirada de lástima de los que van manejando”.

Primero decidió estacionarse cerca de su casa, era la única vendiendo, a la semana llegó un vendedor de amarantos, un padre de familia cuarentón desempleado, casado y con dos hijos en la universidad; dos semanas después llegó un “Cantinflas”, una vendedora de tlayudas, otra repostera, unos vendedores de obleas que terminaron en tórrido romance y otra más, otra más y otra más. Su punto de venta se saturó y “ya no salían las cuentas”, emigró al perímetro del Bosque de Tlalpan.

Ahí Sofía fue víctima de los funcionarios de la alcaldía, le pedían permisos que no se podían tramitar porque las oficinas estaban cerradas, por parte de los patrulleros y del “viene viene” que tenía un arreglo con el de la patrulla y este a su vez con los de la alcaldía, primero eran 50 pesos diarios vendieran o no, después eran 100. Cada día llegaban más cajuelistas y se revelaron, acordaron un pago de 50 diarios, “tómenlos o déjenlos, estamos desempleados” dijeron.

Ahí conoció a la “vendedora de proteínas” una joven y escultural mujer, que en tiempos neoliberales se dedicaba a entrenar a los privilegiados que pagaban por sus servicios pero que ahora vende “botes de proteína” entre los corredores de la zona, también está “la de los jugos” una señora que tiene años vendiendo en el Bosque y que pertenece a una red de vendedores informales “morenistas”, a esta mujer diario le compran algo por miedo a ser extorsionadas por ella o por sus “amigos”.

Ante la pregunta “¿Cuánto ganas al mes?” su respuesta fue tajante “vivo por semana, trabajo para producir lo que voy a vender”, ya no hay quincena, tampoco seguridad social o una red de servicios de salud pública, enfermarse es un lujo.

Cada día hay más cajuelistas, mujeres y hombres que ante la necesidad venden de todo, o intercambian sus productos por despensas, como una familia de artesanos oaxaqueños que se estacionan cerca de ella y prefieren intercambiar que vender, aunque tampoco se niegan a esto último.

Entre sus amigos a cuatro de ellos les han notificado que en menos de un mes perderán sus trabajos, todos trabajan en la iniciativa privada, una de sus amigas casada y con hijos ha decidido no inscribir a sus hijas en la escuela privada, tampoco en la pública, prefieren pagar la hipoteca y tener en donde vivir y darse el lujo de comer.

Entre sus familiares, la prima más querida por Sofía, ha perdido su trabajo en el cual estuvo años, asociada con un grupo de amigos ahora sanitizan casas u oficinas, lo que caiga es bueno, las cuentas corren.

Es curioso, el jefe del ejecutivo en su segundo informe de gobierno, nos cuenta una historia diferente, de bonanza, desarrollo y esperanza, extrañamente Sofía cada que sale de casa, en el recorrido a su lugar de venta ve más cajuelistas, cada día más conocidos pierden su trabajo. La última en estacionarse cerca de ella es una mujer en un Audi que vende ramos de flores, todos han pasado por lo mismo.

Alguien nos está mintiendo ¿será el presidente o la realidad? Mi entrevistada, Sofía, es una de mis más queridas amigas, pero, le aseguro querido lector, que seguramente hay una Sofía en su vida, es la muerte de la clase media.

Hay tiempos en los que repetir una mentira mil veces, no la convierte en realidad…