La Virgen de Guadalupe fue elegida estratégicamente por los propagandistas para dar al partido de López Obrador el nombre de Morena.

El objetivo consistió en que los mexicanos católicos asociaran el nombre de la agrupación política de AMLO con la guadalupana.

Para los más fervientes “la morena” o “la morenita” no es otra, más que la Virgen de Guadalupe, símbolo de unidad y mestizaje, madre protectora de los más pobres.

El presidente y sus publicistas se aprovecharon del símbolo y lo utilizaron para ganar seguidores. Explotaron la fe nacional más entrañable para abultar el padrón de militantes y hacer creer a los más desposeídos que el Mesías hablaba con la misma verdad y la misma noble intención que “la morenita”.

Los veintiún meses que lleva en la presidencia han servido para demostrar que López Obrador nunca ha creído en la Virgen de Guadalupe. Quienes la siguen saben que la unidad nacional, la aceptación de la diversidad y pluralidad, es la esencia de un ícono que se contrapone al discurso de odio y encono que se vomita desde las “mañaneras”

Muchos de los fieles que se arropan cada año bajo el manto estrellado de la “Cuatlacupe” (Coatlicue) esperando les revele la verdad, son quienes votaron por un candidato que, supusieron guadalupano, y hoy les miente.

El Segundo Informe de gobierno es el punto de quiebre de este sexenio.  El presidente borró completamente la línea fronteriza entre la realidad y la ficción para tratar de imponer una mentira. La impostura presidencial ha sido llevada, sin escrúpulo alguno, hasta el paroxismo.

AMLO habló de un país imaginario que solo es habitado por él. Intentó, como acostumbra, tomarle el pelo a los mexicanos. Abusó de la ignorancia y la bondad de los más pobres, insultó la inteligencia de millones de trabajadores que han perdido el empleo a causa de la incapacidad de su gobierno para superar la crisis.

Engaño a los padres de niños con cáncer que no tienen medicamentos, a las familias enlutadas que han visto morir a sus familiares porque la “austeridad republicana” ha provocado el desmantelamiento de los hospitales públicos.

Presumió lo que ningún Jefe de Estado en su sano juicio y con cierta dignidad presumiría. De los 40 mil millones de dólares que recibirá el país producto de las remesas, de la fuga de cerebros y de mano de obra, como si eso no fuera una prueba más de la incompetencia del gobierno para crear fuentes de empleo.

Se alegró de lo que solo un loco puede alegrarse. De no haber hecho lo necesario para rescatar a las empresas, en medio de una emergencia sanitaria y económica que ha puesto de rodillas al mundo entero. Y mientras la humanidad llora y millones de hombres y mujeres se quedan sin trabajo, el presidente de México festeja haber logrado desplomar el PIB a más del 18 por ciento.

Aquí no hay hambruna, gritó a los cuatro vientos, cuando han vuelto a las calles escenas que solo se ven en tiempos de guerra: indigentes que tapizan con sus harapos las urbes e introducen sus manos en los basureros para tratar de saciar su hambre; artesanos que ofrecen sus productos a cambio de comida, jóvenes profesionistas que optan por el suicidio.

No señor presidente, ese no fue un informe a la nación, esa fue ofensa a la ética y a la razón de un pueblo que está pagando el error de haber votado por usted. La iniciativa que envió al Congreso para, supuestamente, eliminar el fuero presidencial debería tener un agregado a la lista de delitos: El delito de mentir a los ciudadanos que lo eligieron.

Además de incoherente y sin estructura el texto leído el 1 de septiembre pretendió ser una hoja del evangelio. AMLO habla de moral todos los días, acusa a los que –según él–, están moralmente derrotados, mandó a hacer una Constitución moral para inculcar valores y repartió la Cartilla Moral para “estimular mejores patrones de conducta”.

Sin embargo, la verdad no le interesa. Tampoco le preocupa que la mentira sea descubierta. Lo importante es utilizar la mentira para obtener un beneficio de ella.

López Obrador utilizó a la morenita, a un símbolo de la unidad y verdad nacional para montar sobre ella el régimen del engaño.