“Dejad a los muertos la inmortalidad de la gloria,
y a los vivos la del amor”.
Tagore

A lo largo de casi cinco lustros, las numerosas estatuas de Cristóbal Colón erigidas a lo largo del continente americano han sido objeto de intensas intervenciones provocadas por una revisión de los procesos colonialistas de la Europa del siglo XVI, cuyo letal impacto en las culturas originales ha exigido una auténtica reivindicación de los derechos fundamentales de los primeros pobladores de este magno continente.

Fue precisamente a raíz de la celebración de los 500 años del descubrimiento por Colón, que año con año su imagen viene siendo objeto de intervenciones plásticas que, a pesar de las limpiezas posteriores, ya han podido producir daños irreparables a los metales o piedras con que se han elaborado estos monumentos.

Recientemente, y en plena pandemia de la Covid-19, hemos sido espectadores de una nueva modalidad de expresión anticolonialista se materializa en el derribo, y por tanto la destrucción, de la pieza escultórica del colonizador.

En el caso de nuestra ciudad, la pandemia ha retrasado el programa de rescate y restauración integral del Paseo de la Reforma, que pasa por la atención de las diversas esculturas centrales y de aquellas que se ubican en los costados del Paseo de la Reforma y, también, por la integración de las Mujeres Ilustres en el tramo que va de la Columna de la Independencia a la Puerta de los Leones, a la entrada de Chapultepec.

Dentro de ese programa se determinó retirar las estatuas del conjunto escultórico del monumento al Descubrimiento de América, es decir la del descubridor y la de los frailes Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, Juan Pérez de Marchena y Diego de Deza, figuras fundacionales de la evangelización en el territorio descubierto por el  marino genovés (o mallorquín), quien no solo ensanchó el imperio español sino el poder clerical sujeto al  Vaticano en un momento crucial de la escisión reformista que se vivía en Europa.

Para la Ciudad, la estatua representa el inicio de la monumentalidad que distingue al Paseo de la Reforma dentro del resto de las grandes y majestuosas avenidas del mundo; el conjunto fue realizado por el escultor francés Cordier a petición y pago de Don Antonio Escandón y fue inaugurado en 1877; pese a ello no recibió el beneplácito de ser la estatua referente del IV Centenario del Descubrimiento, en 1892, cuando se erigió otra estatua en mármol frente a la estación del ferrocarril de Buenavista, producto de una sesuda discusión intelectual sobre la preeminencia del marino sobre los evangelizadores.

Hoy, ante la reflexión en torno a la fundación y devenir del México originario, el gobierno de la Ciudad aprovecha la necesidad técnica de su restauración para cuestionar si la estatua debe permanecer o no en ese espacio del Paseo de la Reforma, pues, parafraseando a Tagore: deberíamos dejar a los vivos la inmortalidad del sentimiento y a los muertos la de los monumentos.