En los sesentas, se rumoraba que en casa de Carlos Fuentes se hacían fiestas en que los invitados, desnudos, se cubrían con sábanas y al interrumpirse la música tenían que separar las sábanas por un instante. Otros decían que era el juego infantil de las sillas y al detenerse la música, quien no conseguía una silla se mostraba al resto. Frívola que soy, comprobé que, en efecto, existían las que ahí supe se llamaban las toga parties. Por cierto, la toga party que se menciona en el libro, es la misma de la que tuve noticia, pues el invitado principal era K. S. Karol, autor de China, el otro comunismo (y quien, poco después, fue señalado por el gobierno cubano, de ser agente de la CIA).

Cecilia, la hija del matrimonio del escritor y la actriz, editó para su publicación las memorias de ella y las publicó con el título de Mujer en papel. En la primera parte de sus memorias, Rita cuenta, más que denuncia, que los productores de cine pasan a las actrices por “el diván del talento”. Como hay pocas oportunidades de trabajo en el cine, la actriz acaba por aceptar la que parece una magnífica oferta en Los Ángeles. Ahí termina por alquilarse en lo que hoy llaman acompañantes. Con crudeza, Rita se considera una prostituta. En este aspecto, lo más estridente es que una vez cena con un gringo que trata obsesivamente de no contaminarse y al final, sin cruzar palabra con ella, pone la llave de su habitación sobre la mesa: “Sube en 10 minutos a mi habitación”. Ella no acepta y decide retirarse. Él es Howard Hugues, el hombre más rico del mundo. Si eso es sorprendente, para mí lo fue más, que están en el Hotel Reforma, entonces el hotel más elegante de México, y el que le sugiere a Rita que puede recibir costosos regalos es el Señor Blumenthal, para mí el respetable gerente del restaurante.

Me impresionó la conocida relación de Rita, antes y después de Fuentes, con Adolfo Orive de Alba, poderoso Secretario de Recursos Hidráulicos del gobierno de Miguel Alemán. (Su hijo Adolfo, economista, perteneció a Línea Proletaria y luego fue del Partido del Trabajo, conformó los ejidos del yaqui y el mayo en el régimen de Carlos Salinas). También comprobé que era cierto que cuando se separó de Orive, el hombre que más quiso, con despecho dijo me voy a casar con el primer hombre que pasé y el que pasó fue Pablo Palomino, segundo marido de Rita. Él, cuando lo conocí, era cronista de sociales, y con su hermana Paloma, eran lo que se llamaba socialités, (cualquier cosa que eso signifique).

Rita era una mujer bellísima, elegante y extraña. Asistían ella y Julissa a las clases de Sergio Fernández (y como conté en otro minicomentario) José Luis Ibáñez vivía en la suite en el jardín de Rita y Fuentes. Su primer marido fue Luis de Llano Palmer, que con el tiempo fue puntal de Televisa. Una actriz que me encanta, Fanny Schiller, madre de Manolo Fábregas, aparece como la celestina entre actrices y productores.

A Fuentes se le ha acusado de ser extranjerizante y fabricante de éxitos de librería. Su obra lo desmiente en cada línea. Su tono autobiográfico prueba su autenticidad y pocos escritores han reflexionado, con mayor claridad y conocimiento, sobre México. Encarna con Rita el deseo de libertad del existencialismo, sin embargo, el matrimonio abierto significa en la práctica, libertad para Fuentes con sus “princesas” y fidelidad en Rita, aunque tenga tantos hombres en su pasado y en su futuro.

Para Rita, Fuentes es un hijo de familia y su madre y hermana una pesadilla. El embajador Fuentes se portaba mejor con ella. Admira a Buñuel y considera a García Márquez un esposo fiel y padre ejemplar, (actitudes a favor de la mujer que suelo destacar en sus novelas).