No hay manera de que el ser humano viva en paz. Como si el mundo necesitara más muertos, en pleno desarrollo de la pandemia del COVID-19 (que según los cálculos de la Agencia France Press en base a datos de fuentes oficiales, ya superó el millón de muertos y poco más de 33 millones de contagios). Ahora, desde el pasado fin de semana, la región del Cáucaso del Sur está en un tris de ser el escenario de otra sangrienta guerra entre Armenia y Azerbaiyán, enfrentados desde 1991, justo al año de la desintegración de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), por la disputa territorial de Nagorno Karabaj, territorio montañoso de apenas 11,458 km2, y alrededor de 150,000 habitantes. La guerra en aquel momento duró hasta 1994, cuando se firmó un alto el fuego, pero no la paz definitiva. En esos tres años de enfrentamientos murieron poco más de 30,000 personas.

La sangre ha vuelto a correr en el Cáucaso. Ataques y contraofensivas en la franja de separación de la zona. Movilización general y declaración de guerra en Yarebán, capital de Armenia, mientras que Baku —sede del gobierno de Azerbaiyán—, ordenó el toque de queda. El último incidente en pocas horas demostró su capacidad mortífera, desde la anterior ofensiva entre estos dos países vecinos enfrentados en abril de 2016, conocida como la “guerra de los cuatro días” que causó alrededor de 200 muertos. Ambos se acusan mutuamente de haber empezado la agresión.

Lo grave del caso es que cualquier movimiento en falso puede generar una guerra total en la que las principales potencias se vean involucradas. En este conflicto, Turquía apoya abiertamente a Azerbaiyán, mientras que Moscú tiene una alianza de defensa con Armenia.

Tanto el primer ministro armenio, Nikol Pashinián, como el presidente azerbaiyano, Ilham Alíev, hablaron a sus respectivas comunidades alertando de la gravedad del momento, culpando a la parte contraria y asegurando que actuarían con firmeza contra el enemigo. Viejo discurso conocido por propios y extraños.

De acuerdo a los informes de los separatistas de la República de Nagorno Karabaj, el domingo 27 por la mañana tropas azerbaiyanas bombardearon Stepanakert, la capital, y otras zonas aledañas, causando muertos y heridos entre los habitantes karabajíes, militares y civiles. Más tarde llegaron tanques, helicópteros y drones. Por la tarde del lunes 28 de septiembre, agencias de prensa informaron de 84 militares muertos y 11 civiles. Pero seguramente el número de bajas es mayor porque el mando de las fuerzas locales, citado por la prensa armenia, reportó “graves pérdidas” en las filas azerbaiyanas, pero reconocieron también 16 muertos propios y otro centenar de ciudadanos. Los datos no son muy claros, hay mucha confusión.

Unos y otros se ufanaban de los combates de sus unidades. Y también negaban algunos triunfos del contrario. Lo innegable fue que Stepanakert, capital de Nagorno Karabaj, sufrió serios daños por los bombardeos. Las “benditas/malditas” redes sociales mostraron el domingo 27 de septiembre la destrucción causada por los misiles azerbaiyanos, tipo Grad, en muchas casas. La capital karabají no sufría bombardeos desde 1994, cuando finalizó la guerra entre Armenia y Azerbaiyán.

Nikola Pashinian, primer ministro de Armenia, en su mensaje afirmó que Armenia “se encuentra en el umbral de una guerra a gran escala”. Por lo mismo, hizo un llamamiento a la comunidad internacional para que evite a toda costa que en el conflicto se involucre Turquía, país con el que siempre ha mantenido relaciones muy tensas por negarse a reconocer el “genocidio armenio” de 1915, que tanta repercusión tuvo en Europa por sus implicaciones racistas antes del Holocausto provocado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Vale aclarar que Azerbaiyán como Turquía son países musulmanes, el primero de mayoría chiita y el segundo sunita, y tiene un idioma muy parecido. Los armenios, sin embargo, son cristianos, tienen su propia Iglesia Apostólica.

El Cáucaso, como los Balcanes, son zonas particularmente delicadas. La frase de Winston Churchill: los “Balcanes producen más historia de la que son capaces de consumir”, se recuerda casi siempre que en esa región hay un problema geopolítico, con acierto o no. La traigo a cuento porque la disputa territorial entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave separatista de Nagorno Karabaj es uno de los conflictos más antiguos del mundo. El fin de semana revivió. La disputa, como se sabe, en 1988, hacia el final del régimen soviético, comenzó una sangrienta guerra en la que perdieron la vida más de 30,000 personas. Más de un millón huyeron de sus hogares. Una tregua se firmó en 1994 y la mayoría armenia de Nagorno Karabaj lograron fundar un estado independiente de facto. Al finalizar el conflicto, Armenia, que apoya el derecho a la autodeterminación de Nagorno Karabaj, se hizo del control de la zona, ocupando algunos territorios de Azerbaiyán, que supedita cualquier cese de las hostilidades a la devolución de estas zonas.

El cese el fuego firmado hace 26 años ha sido violado en varias ocasiones, lo que obliga a una tensa calma en la región. Los azerbaiyanos no olvidan la pérdida de sus territorios, y los armenios no parecen muy dispuestos a entregarlos. De tal suerte, Rusia, Francia y los “infaltables” Estados Unidos de América (EUA) forman el Grupo de Minsk de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) que en todo este tiempo ha intentado lograr una solución pacífica para el conflicto. Pero, pese a las negociaciones para lograr un “acuerdo de paz permanente” el intento ha fracasado y la disputa continúa “congelada”.

En tales condiciones, la intervención de Vladimir Putin, presidente de Rusia, que se comunicó telefónicamente con el primer ministro armenio, Nikola Pashinian, sirvió para que el Kremlin se mostrara el domingo 27 de septiembre, “muy preocupado por la reanudación de los combates”, y precisó que ahora era indispensable redoblar esfuerzos para evitar la escalada de la confrontación y, lo principal, establecer un alto el fuego.

Resumiendo, ¿qué sucedió el anterior fin de semana? Bakú lanzó una “contraofensiva” tras registrar ataques a gran escala por parte del ejército armenio contra sus posiciones y asentamientos civiles situados en primera línea de la zona de conflicto. El presidente de Nagorno Karabaj, Araik Arutiunián, aseguró que Azerbaiyán envió en su ofensiva “cazas turcos F-16”, que había llegado al país un mes antes con el pretexto de participar en unas maniobras.

Ilham Aliev, presidente de Azerbaiyán, ante el Consejo de Seguridad del país caucásico, prometió no ceder ni un ápice en el perenne conflicto con Armenia: “Estamos en nuestra tierra, no queremos la de los demás. Pero la nuestra no la entregaremos a nadie”, e insistió que este conflicto no puede tener una “solución a medias…”, “nunca permitiremos la creación del así llamado segundo estado armenio, en territorio azerbaiyano. Los últimos sucesos son prueba de ello”. Al tiempo que pidió restaurar la “justicia histórica y la integridad territorial del país”.

Nikol Pashinián, primer ministro de Armenia, por vía de un mensaje televisado, exhortó: “Estamos al borde de una guerra a gran escala en el Cáucaso sur, que puede tener consecuencias impredecibles. La guerra puede ir más allá de las fronteras de la región y extenderse”. El dirigente armenio aseguró que el país está preparado para responder al ataque azerbaiyano al ser el “garante de la seguridad” de Nagorno Karabaj, e insistió en que su nación, con todos los medios y recursos a su alcance, está lista para “guardar las espaldas” de este último.

Mientras son peras o manzanas, la mayoría de los analistas internacionales, que han seguido de cerca el conflicto desde sus orígenes, coinciden en que armenios y azeríes continuarán en el campo de batalla hasta que uno de los dos países —al margen de la disputa territorial por el enclave de Nagorno Karabaj que los enfrenta y que no tiene solución a menos que uno renuncie a reivindicar lo que considera justo— obtenga una ventaja significativa respecto de la línea de delimitación entre ambos impuesta por los mediadores internacionales para establecer un alto el fuego en 1994, treinta mil muertos después.

En tanto, Rusia exhortó, el lunes 28 de septiembre, a las partes a decretar un alto el fuego como primer paso para sentarse a negociar sus diferencias. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan —aliado incondicional de Azerbaiyán—, ese mismo día echó más leña al fuego al volver a exigir que Armenia “abandone el territorio ocupado de Nagorno Karabaj, condición para restablecer la paz en la región”.

Además, hay acusaciones contra Turquía en el sentido de que envió a la zona de combate un contingente de 4 mil mercenarios que estaban en Siria, grave asunto que los azerbaiyanos rechazan señalando a los armenios de ser los que sí “importaron” mercenarios. Los acostumbrados dimes y diretes en este tipo de conflictos. En tanto, la población civil de ambos lados, distantes de estrategias de propaganda de sus respectivos gobiernos, paga con su vida el precio de ser considerada “daño colateral” por los bombardeos indiscriminados en esta guerra.

Olesya Vartanyan, analista del Crisis Group, explica la situación: “No hemos visto algo así desde el alto el fuego de los 90, los combates están teniendo lugar en todas las secciones del frente. Si hay muchas bajas, será extremadamente difícil contener los combates y sin duda veremos una guerra hecha y derecha que tendrá la intervención potencial de Turquía o Rusia, o ambas”.

¿Y el resto del mundo? Antonio Guterres, secretario general de la ONU, exhortó a las partes “cesar de inmediato los combates, volver a las negociaciones”, claro está por medio de su vocero Stéphane Dujarric. Francia, Alemania, Italia y la Unión Europea pidieron a Bakú y Yereván “terminar con las acciones militares”. Y el Papa Francisco oró por la paz en el Cáucaso y exhortó al diálogo. Sic de caeteris. Lo de siempre. Es más efectivo el COVID-19, ni pide permiso, ni anuncia nada. Simplemente mata, y no tiene fecha de caducidad. VALE.