La antesala del infierno en Estados Unidos
Testigos de la controversia post electoral en Estados Unidos, que parece terminar, enfrentamos las mentiras, que estrenan múltiples nombres, lanzadas por Trump, el presidente derrotado en las urnas, que se rehúsa a reconocer su derrota y a dejar su cargo.
Somos testigos, consternados y alarmados, de que, a pesar del triunfo, amplio e indiscutible de Biden, el presidente vocifera diciéndose víctima de un gigantesco fraude en los comicios y azuza a sus votantes, casi 73 millones, para que no reconozcan al vencedor. Con enorme éxito, si hemos de creer encuestas como la reciente de Reuters-Ipsos, revelando que un 52% de republicanos cree que Trump ganó la elección.
El polarizado escenario social y político estadounidense alarma al mundo, primero, porque al seguir siendo Washington el “primer actor global” —como lo llama el Real Instituto Elcano en su nota del 23 de noviembre— es apremiante la presencia internacional de su gobierno, libre de los cuestionamientos de la sociedad norteamericana.
En segundo lugar, porque al azuzar a los muchos millones de sus votantes, aunque sean 5 millones menos que los 78 millones que sufragaron a favor de Biden, pone en pie de guerra a casi la mitad de la ciudadanía, vendiéndole mentiras burdas y enarbolando las peores banderas de una gran parte de la sociedad norteamericana, como el racismo.
Mientras redactaba esta colaboración apareció en la primera plana de los periódicos del mundo, la noticia de que Trump, sin reconocer la victoria de Biden, da luz verde para que se inicie la transición de poderes, instruyendo para ello a su equipo de gobierno. Noticia esperanzadora.
Sin embargo, a pesar de que el mandatario, fracasado en sus gestiones legaloides, su presión política a correligionarios republicanos y sus insultos y acciones literalmente de terrorismo, a través de sus millones de seguidores, llegara a arriar banderas, es previsible que intente sabotear a su sucesor, a través de una permanente guerra, así sea “de baja intensidad” —según el término usual en relaciones internacionales— apoyado por millones de sus votantes.
Porque el presidente se ha constituido en el representante y vocero de los blancos, particularmente de la población rural y blancos sin estudios universitarios, obreros y empresarios, así como grupos evangélicos y un amplio segmento del electorado fiel a los “valores” tradicionales del partido republicano, el Grand Old Party.
A estos supremacistas blancos se añadirían los hispanos de Florida, esencialmente cubanos y venezolanos, que han comprado la mentira —absurda— de que los demócratas son comunistas y de que Biden proyecta hacer de Estados Unidos otra Cuba o Venezuela.
Tendríamos que incluir también, para nuestro disgusto, a algunos, ¿muchos? mexicanos —de Texas y otras latitudes— que se desentienden del racismo y de los insultos proferidos por el mandatario a México, confiados en la promesa de seguridad y progreso económico que les asegura el republicano y no —creen a pie juntillas— en las ofertas de los políticos demócratas, “comunistas”.
Estados Unidos debe además a Trump que se haya hecho más escandaloso y peligroso el racismo, que es parte del ADN de la sociedad estadounidense, y que se multipliquen sus expresiones criminales, como el asesinato, porque eso fue, del afro estadounidense George Floyd por la policía.
Aunque para fortuna de esa gran nación, están exentos de ese ADN otros millones de estadounidenses: las minorías étnicas, destacadamente negros y latinos —hispánicos, mexicanos— la gente de la cultura y de la universidad; y también de la política, como es el caso de Bernie Sanders y de nuestra Alexandria Ocasio-Cortez, puertorriqueña del Bronx, ambos “socialistas”.
Hay que anotar igualmente, en el pasivo a reclamar al presidente, la proliferación de plataformas que, a través de internet, difunden noticias falsas a favor del mandatario y calumniando a los demócratas: como Breitbart, la web ultraderechista, misógina, xenófoba y racista, y QAnon —Q-Anónimo— considerado amenaza terrorista por el FBI, que sostiene teorías sobre el coronavirus como conspiración y dice que los líderes del Partido Demócrata, pedófilos, conspiran contra Trump, “Salvador” de América (sic) —en coincidencia, por cierto, con los evangélicos, que consideran al presidente un “Elegido de Dios”—.
Trump nombra y destituye colaboradores, con una locuacidad que ha provocado el caos en su administración. Nombramientos y ceses que también llegan a alcanzar a consejeros “de confianza” que han tenido gran influencia en el mandatario, aunque a veces breve vida política.
De ellos destaco, además del yerno presidencial, Jared Kushner —por el momento inamovible— a Steve Bannon, estratega poderoso, de derecha vergonzante, gran favorito de Trump durante los primeros 7 meses de su presidencia y luego “fulminado”; y a Stephen Miller, “el rostro sombrío, racista y nativista”, opuesto radicalmente a los inmigrantes —el Washington Post, reveló que Miller fue quien remachó –hammered- una y otra vez, el mensaje del presidente sobre la construcción del muro en la frontera mexicana—.
El ejemplo de Trump, violentando leyes, en su intento de modificar los resultados de la elección presidencial y rehusándose a abandonar el poder, ha servido de argumento a más de un gobernante autócrata en el mundo para perpetuarse y a no pocos opositores para desestabilizar gobiernos.
Esta antesala del infierno en Estados Unidos respira la atmósfera de la pandemia que Trump, irresponsablemente, encaró con mentiras y locuacidad, dragoneando que él, contagiado de Covid19, había salido a lo macho y animando a sus compatriotas a enfrentar al virus con la misma actitud. Mientras el país registra el primer lugar mundial en contagios: 12,598,974 y muertes: 262,757 según estadísticas recientes.
El contagio y las reacciones en el mundo
En América Latina, abstracción hecha de Venezuela, tema conocido, situaciones como la de Guatemala, que es causada por el hartazgo de la población frente a un gobierno de mafias, lo pone en jaque y pide la renuncia del presidente. Perú enfrenta igualmente una crisis política con 2 presidentes defenestrados últimamente y el debate sobre la reforma de la Constitución. En Brasil, ni se diga, la derrota de Trump es seguramente lamentada por Bolsonaro, su servil imitador. Y hay más. ¿Contagios de lo que sucede en Estados Unidos?
En Europa parece que la hora de los autócratas adquiere carta de ciudadanía, con Orban en Hungría y Kaczynski en Polonia, que continúan vulnerando el Estado de Derecho, deteriorando su democracia, y ahora vetan el fondo anticrisis que la Unión Europea trata de echar a andar. Los dos autócratas lamentan que Trump no se reelija.
Otro caso dramático, ante la derrota del mandatario, es el de Boris Johnson, el primer ministro británico, quien sustanciaba su apuesta al Brexit en la alternativa de un ambicioso pacto comercial con el pariente rico del otro lado del Atlántico. Pero con Biden las cosas no se presentan tan halagüeñas y el acceso británico al mercado interior europeo —de vital importancia, pues el comercio bilateral asciende a 670,000 millones de dólares— está lleno de dificultades y sujeto al resultado de las tortuosas negociaciones de Londres con Bruselas.
Pero Boris Johnson sufre también una “rebelión en palacio”, que está expulsando a su Rasputín: el siniestro y despótico Dominic Cummings, está siendo de hecho defenestrado, por obra y gracia ¡de Carrie Symonds, la pareja del premier! En el papel de Lady Macbeth, la “cortesana de Boris”, como la llama con desprecio un prestigiado periodista, la novia de Johnson, apoyada por un exministro, está logrando que Cummings desaparezca y que “se tiendan puentes” a los medios y a políticos que cuestionan al premier. Carrie no es una europeísta, pero sí alguien con realismo para negociar con Europa.
En otras latitudes sabemos que Putin es de los contados líderes políticos que no ha felicitado a Binden por su triunfo en la elección presidencial, pues, al fin y al cabo, a pesar de las sanciones que Estados Unidos se vio presionado por sus socios europeos y la opinión pública a imponer al Kremlin, el presidente americano y el jerarca ruso se profesan simpatía y han estado coludidos en oscuras maniobras que beneficiaron al primero y afectaron a su competidora en los comicios de 2016. Es previsible, además, que las relaciones con Binden sean ríspidas y difíciles.
Una noticia de última hora es la de que el presidente de China, Xi Jinping, felicitó este miércoles a Joe Biden por ganar las elecciones de Estados Unidos y expresó la esperanza de que los países puedan promover “el desarrollo saludable y estable de las relaciones bilaterales”. Con este reconocimiento, se adelgaza aún más la lista de gobiernos obcecados en no reconocer al presidente estadounidense que ganó las elecciones.
Obvio mencionar otros posibles contagios y reacciones, que harían tedioso mi texto y me circunscribo al caso de Israel, cuyo primer ministro, Benjamín Netanyahu, se está moviendo aceleradamente, en un esfuerzo de que antes del final del gobierno de Trump, las pretensiones hebreas en materia territorial se conviertan en hechos consumados, irreversibles.
Para ello sigue contando con la complicidad de su amigo presidente estadounidense, cuyo secretario de estado, Mike Pompeo realizó una gira “de despedida” a Medio Oriente, visitó Israel y pisó oficialmente colonias construidas de manera ilegal en tierras palestinas, así como los altos del Golán, meseta siria que el ejército israelí ocupa desde la guerra de 1967. Durante su paseo declaró que el Golán “es parte de Israel, una parte central de Israel”, violando con ello resoluciones de la ONU y ofendiendo no solo a los árabes.
Las maniobras de Netanyahu lo han llevado también, en un viaje secreto, que pronto dejó de serlo, a Arabia Saudita, donde, acompañado de Pompeo y del director de la Mosad -el servicio de inteligencia (los servicios secretos), se reunió con el príncipe heredero y gobernante de facto, Mohamed Bin Salmán.
Tema clave de la conversación fue Irán, “cuya influencia maligna debe contrarrestarse”, dijo Pompeo. Pero igualmente clave fue la invitación de Tel Aviv a Ryad, de establecer relaciones diplomáticas, como ya lo hicieron Emiratos Árabes Unidos y Bahrein.
Esto agrada al príncipe heredero, pero el rey Salmán sigue sujetando el establecimiento de vínculos diplomáticos a un “un amplio acuerdo de paz entre israelíes y palestinos”, según la Iniciativa Árabe de Paz apadrinada por Ryad en 2002 y que ha hecho suya la Liga Árabe.
Prospectiva: ¿la esperanza?
El desenlace de la elección presidencial en Estados Unidos, que necesariamente ha de reconocer Binden como presidente y que la Casa Blanca, como resultado de un “sumario de desahucio político” se deshaga de Trump, ha dado lugar a previsiones optimistas y pesimistas. Me refiero a las dos, de manera resumida.
Los pesimistas creen que Trump no solo habrá de sobrevivir políticamente y se prepara para ser el candidato republicano en los comicios presidenciales de 2024, sino que seguirá acaudillando el movimiento de los millones de estadounidenses que lo apoyaron, para sabotear la gestión de Biden.
Para ello es previsible que cuente con un senado que controlan los republicanos y con la cámara de representantes cuya mayoría demócrata se ha hecho más débil como resultado de los últimos comicios. Contará, asimismo, con la madeja de redes sociales ultraderechistas y conspiracionistas, que seguirán propalando calumnias con el fin de dañar al mandatario demócrata y a los demócratas.
La alarma de quienes se muestran escépticos, su mayor preocupación, radica en el hecho de que la presidencia de Trump y sus campañas electorales han provocado una grave polarización, enfrentando a los blancos supremacistas que, por buenas y malas razones, se sienten empobrecidos, ninguneados y desplazados de América (sic), que es su país, por gente de otras culturas y ¡de otro color!, advenedizos a los que representan y protegen élites y políticos comunistas.
Una perfecta lucha de clases catastrófica para el país.
Respecto al mundo los escépticos dudan que la derrota de Trump anuncie el fin del populismo de derecha, que —dicen— no nació con él ni desaparecerá con su desaparición.
Quienes se sitúan del lado de la esperanza dicen, en cambio, que el “desplome” de Trump anuncia su desaparición, porque ni su partido ni el conservadurismo pueden quedar sujetos a la conducción de un energúmeno. Ya personalidades relevantes como Mitt Romney y el expresidente George W. Bush han reconocido al presidente demócrata.
Es sintomático que, a pesar de los millones de votantes que apoyaron a Trump, la ciudadanía le negó la reelección. Algo excepcional desde 1945, ya que solo Jimmy Carter, víctima de la crisis de los rehenes estadounidenses del fanático ayatolá Jomeini y el primer George Bush, “víctima de la economía” no fueran reelegidos.
Contribuye a este optimismo y alegría que el gobierno entrante está conducido por un presidente blanco y una vicepresidenta de color —la comunidad multiétnica y multicultural que es Estados Unidos— y que el mandatario electo haya dado a conocer el nombre de algunos de sus futuros colaboradores: personalidades expertas, prestigiadas y congruentes con el mensaje de presidente, diciendo que “Estados Unidos ha vuelto, listo para liderar al mundo”.
Ellos son, entre otros: Antony Binden como secretario de Estado, adalid del multilateralismo. John Kerry, ex secretario de Estado, que estará a cargo del medio ambiente. Alejandro Mayorkas, hispano que dirigirá el departamento de Seguridad, uno de cuyos temas clave es el migratorio. Avril Haines al frente de inteligencia, Janet Yellen, del tesoro, y Linda Thomas-Greenfield, afroamericana, como embajadora ante Naciones Unidas.
Personalidades verdaderamente interesantes, el antídoto contra el aislacionismo de Trump y la buena nueva del retorno, en grande, de Estados Unidos al mundo.