Lo que sale del corazón,
nunca puede ser ridículo.

Fernán Caballero

 

Una tarde del 6 de noviembre de 1970, las notas del xilófono de la XEW anunciaron a las mexicanas y los mexicanos el fallecimiento del “Flaco de Oro”, Agustín Lara, quien tras 23 días en coma falleció en el moderno Hospital ABC de la Avenida Observatorio; el deceso reavivó la leyenda y su música inundó las almas de millones de seguidores.

Lara es, sin género de dudas, la personificación del romanticismo mexicano de la mitad del siglo XX: su fealdad, presencia y caballerosidad potenciaban su extraordinaria capacidad creativa; quién mejor que él para pulir y engarzar las frases adecuadas con la música perfecta con tal de expresar todas y cada una de las facetas del desamor y del amor.

“El Poeta Feo” tuvo más seguidores que los grandes intérpretes e ídolos que inundaron las pantallas del Cine de Oro de México con sus letras, ante la galanura y voz de Infante y Negrete, cuya potencia interpretativa se impuso como las voces del México ranchero, la rasposa voz de Lara seducía a las más bellas mujeres de su tierra y hacía llorar a los más recios hombres del machista patriarcado nacional.

En ese corazón abierto que nos legó Monsiváis en “Amor Perdido”, Lara es un “harén ilusorio” que al son y letra de Farolito endulza los analíticos párrafos de Monsi en los que recupera la leyenda y surgimiento del veracruzano al mundo de una bohemia incrustada en las estampas redivivas de Federico Gamboa en “Santa”, y disecciona con verdadera pasión aquello “en donde el complemento sagrado del héroe, la pasión heroica, se presenta vestida de prostituta” que endiosada por la rima y los acordes se eleva a los sublimes altares de la incorregible ensoñación masculina.

Las canciones de Lara exploran sentimientos y evocadores paisajes que contrastan con un oficializado patriotismo charro al que el compositor reta con resabio novohispano al cantarle a Madrid, a Granada y a otras ciudades ibéricas, al tiempo que consagra en el imaginario popular de todos la Villa Rica de la Veracruz como aquel “rinconcito donde hacen su nido las olas del mar”.

Lara contrasta sus bacanales musicales recreadoras de mujeres accesibles a los hombres, con el profundo amor y respeto que le merecen sus compañeras sentimentales, principalmente la mujer más bella de México, María Félix, por quien cayó subyugado y compuso para ella “Maria Bonita”, heráldica canción que antecedía la aparición de la diva en cualquier espacio público de Europa o México en el que la actriz se presentaba.

Tras su fallecimiento, nuestro país, conformado en 1970 por un poco mas de 46 millones, lloró junto con la XEW Radio y Televisión la partida de un personaje que marcaría la vida de muchos connacionales que encontraron en sus composiciones las palabras justas y exactas para describir sus más profundos sentimientos.

Por ello, para describir la obra de Agustín Lara, vale la pena recordar lo que la suiza-española Cecilia Böel de Fábre y Ruiz de Larrea, conocida literariamente como Fernán Caballero, afirmó en su momento, pues nunca puede ser ridículo lo que sale del corazón.