Las recientes elecciones en Estados Unidos son un buen pretexto para escribir sobre el futuro de la democracia, no sólo porque el proceso en la autodenominada mejor democracia del mundo ha resultado estar llena de contradicciones, sino también porque las propias realidades de estos tiempos hacen pensar que el sistema democrático es imperfecto.

En la contienda electoral estadounidense de este año, ha habido un entusiasmo cívico considerable y bien podría decirse que han sido las más participativas de la historia moderna en esa nación. No es para menos, hubo diversos esfuerzos por todo el país para promover el voto, principalmente lideradas por coaliciones diversas conformadas por sindicatos, latinos, mujeres, el movimiento antirracista Black Lives Matter, ambientalistas, defensores de derechos de las mujeres, la comunidad gay y nuevas organizaciones de jóvenes. Pero, pese a esto, también ha habido preocupaciones de un posible fraude.

Y este, a diferencia de lo que sucede en cualquier país menos democrático, no se ha gestado en la contabilidad de los votos, sino en los servicios mediáticos que han existido durante todo el proceso. En las elecciones presidenciales de 2016 la supuesta intromisión de Rusia en el hackeo de los sistemas informáticos para favorecer a Trump, llevó a pensar que la fragilidad del sistema se encuentra en la ciberseguridad.

Hoy en día, una forma de tratar de influir en las elecciones es interferir en la información que circula sobre las campañas, es decir, los ataques ya no se producen en los ámbitos diplomáticos, sino que vienen a través de varios canales digitales: páginas falsas con fakenews, con la enorme estructura de las redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter, Youtube, Alibaba, y plataformas como TikTok (misma que ya se ha visto envuelta en una lucha política en Estados Unidos).

Atrás de estos eventos hay presupuestos multimillonarios que logran manipular elecciones e imponer preferencias de voto. Por ejemplo, Facebook ha desmantelado cientos de redes vinculadas a Internet Research Agency, la empresa rusa que aunque se define como una organización periodística internacional, es una compañía que se encargó de difundir noticias falsas tanto de Joe Biden como de Donald Trump.

Desde 2018, la Organización de los Estados Americanos estableció que si un país carece de una estrategia sólida de ciberseguridad, sus procesos democráticos pueden perder credibilidad y verse comprometidos. Y no se trata sólo de la infraestructura tecnológica sino, sobre todo, de la alfabetización digital porque un ataque perpetrado a través de noticias falsas impacta en la percepción del votante, incide en la intención de salir a ejercer el voto o en la credibilidad total del proceso.

La desinformación en redes sociales, donde una gran cantidad de población se informa en primer lugar, es un riesgo ya que en ellas no existen mecanismos de contraste de información. De hecho, una noticia falsa circula seis veces más rápido por las redes sociales que una información verificada, gracias a la rapidez y continuidad.

Por mencionar un ejemplo, a los bots rusos no les hizo falta crear las polémicas relativas al voto por correo o las protestas de Black Lives Matter, pues lo único que hicieron fue compartir de forma masiva noticias que exacerbaban las tensiones que ya estaban presentes en la propia sociedad estadounidense.

Por eso, es un factor que debe atenderse desde ahora para aminorar su impacto e ante un ataque potencial en el futuro, la tecnología debe integrarse a los procesos democráticos pero debe existir la prevención para monitorear las redes y convertirlas en fuentes confiables.