Pequeñas elecciones de pequeños países

Las elecciones de Estados Unidos, en especial la de presidente, opacan, cuando no borran, otras noticias internacionales. Entre estas las de los comicios en diversos países, de vital importancia para cada uno de ellos, que a veces trasciende sus fronteras, y que tienen derecho a ser comentados.

Me ocuparé solo de tres elecciones: la de Bolivia, porque es latinoamericana y significativa para la izquierda de la región. La de Birmania —Myanmarr— porque refuerza su democracia, que es aún deudora de hacer justicia a la etnia rohingya. Por último, la de Côte d´Ivoire, donde fui embajador y me permite recordar al África de mis amores y de nuestra ignorancia.

Comienzo por esta última, donde la participación del presidente Alassane Ouattara como candidato en la elección del 31 de octubre, forzando una reforma constitucional, y su reelección, han sido rechazadas por los otros candidatos opositores: el expresidente Henri Konan Bédié —a quien presenté en 1996 mis credenciales como embajador de México— y Pascal Affi N´Guessan, ex primer ministro. Lo que ha dado lugar a violencia, con saldo de muertos y heridos.

Aunque Ouattara se postuló, “por causa de fuerza mayor y deber ciudadano”, ante la muerte, víctima de un infarto, del primer ministro Amadou Gon Coulibaly, designado como su sucesor, la feroz oposición de sus adversarios y de una buena parte de la sociedad le exigen negociar con ambos; y también con otro expresidente, Laurent Gbagbo, quien en 2010, al estilo del innombrable estadounidense, rehusó ceder la presidencia al propio Ouattara, triunfador por primera vez en los comicios, provocando casi una guerra civil, fue juzgado en la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad y ha sido absuelto. Aún hoy sigue siendo popular.

Los mencionados personajes han sido importantes protagonistas, con historias de claroscuros, en la política marfileña, desde finales del siglo XX. Ouattara, doctorado en economía en la Universidad de Pensilvania, ha sido además un destacado funcionario del FMI y un hábil, aunque poco democrático gobernante. Así que el país, que había ido consolidando su democracia y su desarrollo económico —aunque aún no la justicia social— requiere, para salir de este pantano, de un acuerdo entre tales personajes.

El resultado de las elecciones en Myanmar —la antigua Birmania— ha sido muy exitoso para Aung San Suu Kyi, La Dama, y su partido la Liga Nacional para la Democracia, la fortalece frente a los militares que, después de décadas de gobernarlo no se han ido de todo del gobierno. Le dará, asimismo, oportunidad de llevar a cabo reformas que permitan al país salir de la grave crisis económica que enfrenta.

Al lograr su partido una nueva mayoría en el parlamento y fortalecida políticamente La Dama, será imperdonable que no ponga un alto a la grave represión que sufre la minoría musulmana rohingya, privada de nacionalidad y víctima de persecución, violaciones y masacres, que han obligado a más de 700,000 a huir y exiliarse en Bangladés, al campo de refugiados más grande del mundo.

Suu Kyi, hija del padre de la independencia, nació en 1945 y en 1988, de vuelta a su país después de una prolongada ausencia, empezó a liderar un movimiento en pro de la democracia, lo que le costó la prisión —en arresto domiciliario— de la que solo hasta 2010 fue liberada. Su lucha pacífica por la democracia la hizo acreedora de múltiples reconocimientos internacionales, entre otros el Premio Nobel de la Paz en 1991; y que años después, ante un atisbo de libertad en su país, el partido que encabeza ganara las elecciones y ella se convirtiera de facto en jefe de gobierno.

Sin embargo, la pasividad de La Dama ante las masacres contra los roshingya, la ha hecho objeto de duras críticas y enfrenta, con los militares que de alguna forma siguen teniendo influencia en el gobierno, acusaciones, ante la Corte Internacional de Justicia, de genocidio. Ojalá que, fortalecida en los comicios, empiece a hacer justicia a la etnia victimada.

Las elecciones presidenciales de Bolivia, que se comentaron en un documentado artículo —y en otro mío— de esta revista, concluyeron con la asunción a la presidencia de la república, el 8 de noviembre, de Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales. Arce en su discurso inaugural, recriminó duramente al gobierno que sustituyó al depuesto Evo, pero ofreció al mismo tiempo que no fomentaría un ambiente de resentimiento y de venganza, y llamó a la “unidad para vivir en paz”.

Estuvieron presentes en la ceremonia el mandatario peronista Alberto Fernández y los conservadores Iván Duque, de Colombia y el paraguayo Mario Abdo, así como el rey de España, Felipe VI, acompañado del vicepresidente Pablo Iglesias. Presencias que son de celebrarse porque dan testimonio de convivencia civilizada entre gobernantes de izquierda y de derecha latinoamericanos. En el caso de España, el viaje del izquierdista Iglesias —ave de tempestades— con el rey podría descomprimir la cargada atmósfera de la política en la Península.

La recuperación del poder, por la vía democrática y con fuerte apoyo de los electores, en un gobierno de izquierda exitoso económicamente, tenía que ser aprovechada por políticos de tal signo para subrayar su presencia, lo que se hizo a través de una declaración, suscrita el mismo domingo 8, por Pablo Iglesias, el expresidente de gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, el mandatario argentino Alberto Fernández y el propio Arce. El documento se titula Declaración de La Paz en Defensa de la Democracia, contra “el golpismo de la ultraderecha”. Se añadieron a él los expresidentes Evo Morales, Dilma Rousseff, Rafael Correa y el griego Alexis Tsipras.

Tal como lo había anunciado, al día siguiente de la toma de posesión de Arce, el polémico expresidente aymará retornó a Bolivia, un año después de haber abandonado el país. Se internó cruzando la frontera de La Quiaca, Argentina, hasta donde lo acompañó el presidente Alberto Fernández, a la localidad boliviana de Villazón.

Allí Morales declaró: “Cuando me fui dije: `regresaremos y seremos millones´-expresión atribuida a Eva Perón, pero que es de Tupac Katari, el jefe indígena que mantuvo en jaque a las autoridades españolas hace 232 años en el territorio de Bolivia- y ahora estamos de regreso y somos millones”. Y dio inicio a su gira por el país, en la que se dará, fascinado, “baños de pueblo”. Ojalá que al retornar no pretenda intervenir en el gobierno, y -para bien de Bolivia- deje gobernar al presidente Arce.

 

La gran elección de Kamala

Las informaciones y comentarios sobre la elección en Estados Unidos son interminables, así que me concreto a los que más me interesan, empezando por la personalidad de Kamala Harris, la vicepresidenta, que da color, en todos los sentidos, al gobierno del presidente electo Joe Biden.

Kamala es símbolo y realidad de Estados Unidos multiétnico y multicultural. Es también la indispensable presencia femenina en los más altos cargos de gobierno —importante presencia, ya que no hace mucho, en 2016, ser mujer restó muchos apoyos a Hillary Clinton en su carrera a la presidencia del país—.

La política de madre india tamil y padre originario de Jamaica, es considerada por motivos fundados, representativa de la minoría afro-estadounidense. Culta, con una brillante carrera en la judicatura y el senado, carismática, da color al deslavado, aunque eficiente y afable Joe Biden y a su gobierno.

 

La ofensiva del innombrable

Joe Biden, un mandatario elegido de manera indiscutible, con la mayor votación de la historia de Estados Unidos, está enfrentando, sin embargo, a su perverso antecesor, enfermo de poder y resuelto a no ceder la presidencia. Para lo cual ha echado a andar a una jauría de abogados en busca de fraudes que invaliden los votos sufragados a favor del demócrata.

Según expertos, así como autoridades de estados y condados, ninguna irregularidad ha aparecido, que pueda invalidar el triunfo de este, además de que —añaden— para invalidarlo sería necesario que los jueces anularan los resultados en dos estados, lo que es absolutamente improbable.

Sin embargo, el candidato presidente, logró que el fiscal general William Barr, su incondicional, instruyera a sus fiscales a fin de investigar toda “sospecha de irregularidades en el cómputo de votos”, previamente a que los estados avalen los resultados.

Pero más grave aún, a pesar de que republicanos de primera importancia, como el expresidente George W. Bush y Mitt Romney, senador y excandidato presidencial, felicitaran a Biden, presidente electo, el también republicano líder del senado, Mitch McConnell, personaje tan poderoso como deleznable, no reconoce el triunfo de demócrata y si, en cambio, apoya al innombrable en sus acusaciones de fraude.

A esta ofensiva, que esta conmocionando y daña seriamente a Estados Unidos, se sumó el secretario de Estado, Mike Pompeo, asegurando que habrá una transición tranquila ¡”a un segundo mandato” del presidente!

¿Podrá el innombrable echar abajo la voluntad popular?

 

El presidente electo y felicitado

Biden se alzó con la victoria con un total de 75.404.182 votos, el 50.7 por ciento del total, mientras su adversario ha conseguido el apoyo de 70,903,094 estadounidenses, un 47.6 por ciento. El demócrata logró el apoyo de por lo menos 290 delegados de los estados —se requieren 270 para ser electo presidente— en tanto que el presidente obtuvo únicamente 214.

La mencionada información ampliamente divulgada por todo el mundo y a través de cadenas de televisión y las redes sociales, dio lugar a un torrente de felicitaciones de gobernantes y responsables de organismos internacionales al presidente electo. Tal ha sido el caso del presidente de gobierno español Pedro Sánchez, el británico Boris Johnson y Emmanuel Macron, desde Europa.

La canciller alemana Angela Merkel, por su parte, ha deseado “suerte y éxito desde el fondo del corazón” al mandatario electo y ha felicitado a Harris por ser la primera mujer vicepresidenta. Añadió: “Estoy deseando trabajar con el presidente Biden en el futuro. Nuestra amistad transatlántica es irremplazable si queremos superar los grandes desafíos de este tiempo”.

El premier canadiense Justin Trudeau ha sido también de los primeros en felicitar a Biden, así como gobernantes de otros continentes, por ejemplo, el presidente El-Sissi, de Egipto, y el presidente ucraniano Zelenski. Entre los latinoamericanos lo ha hecho un grupo importante —casi la totalidad— de mandatarios, incluso el venezolano Maduro y el presidente de Cuba Miguel Díaz-Canel.

Se ha unido a las felicitaciones el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, subrayando que la Unión Europea (UE) está “lista para comprometerse en una fuerte asociación transatlántica”. También el secretario general de la ONU, António Guterres, felicitó “tanto al presidente como a la vicepresidenta”, y a todo el país por un “vibrante ejercicio de democracia”.

No han felicitado al presidente electo ni Rusia ni China. Putin por los oscuros lazos que guarda con el innombrable y por su poca estima a los demócratas, argumentando que Moscú está en espera de que los problemas jurídicos en torno a las elecciones se resuelvan y el resultado sea oficial. China ha dado una explicación similar sobre el silencio del presidente Xi Jinping.

Brasil guarda igualmente silencio y el presidente López Obrador ha declarado, al igual que Putin, que México está en espera de que las instancias competentes reconozcan oficialmente el resultado de la elección.

Sin perjuicio de que Porfirio Muños Ledo haya escrito, con segunda intención, en su cuenta de Twitter: “se acabó la era Trump… reconocer a Biden como presidente electo significa la intención de abolir el régimen de complicidades e incrementar el de los compromisos”. Y de que otro importante miembro de la 4T, el senador Germán Martínez, critique con acritud la decisión del presidente.

El prestigiado Real Instituto Elcano se suma a las críticas, diciendo que López Obrador parece estar afectado por el Síndrome de Estocolmo —que desarrolla vínculos de afecto y complicidad entre agresor y víctima— y se sitúa al lado de “quienes apoyan las reclamaciones de fraude electoral”.

 

Política exterior de Biden

El presidente electo tiene un enorme desafío en política exterior para corregir la errática e irresponsable actuación de su antecesor en la materia, que ha traído descrédito y debilita a Estados Unidos —la potencia mundial— provocando violencia internacional y ha puesto más de una vez al mundo en grave riesgo. Por fortuna Biden, que fue jefe del Comité de Relaciones Internacionales del Senado y vicepresidente del país durante ocho años, tiene una valiosa experiencia en la materia y es de esperarse que empiece a deshacer los entuertos de su antecesor.

Las relaciones con China no serán estridentes como lo han sido durante el mandato del actual presidente norteamericano, pero es difícil que experimenten una significativa mejoría: los intereses de ambas potencias chocan. Además, Estados Unidos tendrá que condenar las violaciones a los derechos humanos en que incurre Pekín —por ejemplo, la represión a la comunidad musulmana uigur y en Hong Kong—. Orville Schell, experto citado por The New York Times, hace notar que “China es una especie de núcleo radiactivo de los asuntos de política exterior estadounidense”.

La relación con Rusia será —lo ha dicho Biden— más severa que la de su antecesor, que rondaba en la complicidad con Putin. No sabemos si el presidente electo quiera ampliar las sanciones que como vicepresidente de Obama impulsó contra el Kremlin por la anexión, en 2014, de Crimea, territorio de Ucrania. Lo que sí es previsible —y deseable— es que Estados Unidos y Rusia negocien una prórroga al Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START I) antes de que expire.

Tendrá el presidente entrante que restablecer la armonía y los vínculos sólidos de Estados Unidos con la Unión Europea, su socio trasatlántico y aliado por excelencia, que el actual mandatario estadounidense, que parece odiar a Europa, se había encargado de tensar al máximo. De paso, llamar al orden a Boris Johnson, que, montado en el Brexit, la hacía de Caballo de Troya de Washington en la Unión Europea —ya lo ha hecho Biden respecto al tema de Irlanda—.

En Oriente Medio el demócrata tendrá que revivir el acuerdo nuclear con Irán que, denunciado por el actual presidente, se convirtió en letra muerta a pesar del esfuerzo de las otras potencias que lo firmaron. Como consecuencia de la reparación de las relaciones con Teherán, las relaciones con Israel —que han sido de sumisión— y con Saudi Arabia —de complicidad— tendrán que reajustarse, siendo imperativo que con ello se restablezca el contacto con los líderes palestinos.

Biden llevará a Estados Unidos de regreso a sus compromisos internacionales, reincorporándose al Acuerdo de París sobre el clima y a la Organización Mundial de la Salud; y a revalorar el multilateralismo.

Respecto a América Latina, el presidente electo está ampliamente informado sobre nuestra región, a su cargo cuando fue vicepresidente: viajo en 13 ocasiones a Latinoamérica, trabajó en un comité México estadounidense que trató temas de comercio y migración, y diseñó un programa de apoyo a Centroamérica que presentó al Congreso.

Probablemente presione para que gobiernos y hombres de negocios se distancien de China, presente ya de manera relevante en todos los países del subcontinente.

Tendrá que operar con extrema habilidad en sus relaciones con la OEA, cuyo secretario general Luis Almagro, es visto, por fundadas razones, como peón de Washington; así como con el BID, en el que Estados Unidos, con la complicidad servil de algunos gobiernos latinoamericanos, impuso al cubano estadounidense Mauricio Claver-Carone, enemigo jurado del régimen cubano y de la Venezuela de Maduro.

Respecto a Venezuela, es deseable una enérgica diplomacia concertando con la Unión Europea —y que más desearía yo, con México— a la búsqueda de salidas al impasse provocado por la dictadura y torpeza de Maduro y los “yoísmos” de los líderes de la oposición. En cuanto a Cuba, hay que encarrilar la estrategia de Obama de normalización de relaciones, presionando al presidente Díaz Canel para que de pasos importantes hacia la democratización y la economía de mercado.

Concluyo mencionando al proyecto de desarrollo del sur de México y de Centroamérica —el Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras— que nuestro gobierno considera prioritario, pero que no ha logrado despegar. Creo que con Biden verá finalmente la luz.