Si pese al avance que ha tenido la humanidad en las últimas décadas, palpable con sólo ver los avances tecnológicos –como los teléfonos celulares–, siguen existiendo teorías que niegan los hechos basados en ciertos supuestos que se convierten en actos de fe, lo que ahora tenemos derivado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos está llegando demasiado lejos.

El aún presidente Donald Trump ha estado insistiendo en que se cometió un fraude en su contra, aunque sin presentar alguna prueba, pero sus seguidores han ido más allá y han formulado toda una teoría que ni el más creativo guionista de series como Los Expedientes X se le hubiera ocurrido.

No sólo hablamos del Covid-19 como parte de una trama para que la gente votara por correo, sino también de programas de computo que cambian el sentido del voto, de servidores ubicados en Europa que contienen toda la información del complot, del cambio de leyes a pedido del candidato demócrata en ciertos estados clave que terminaron favoreciendo a este abanderado, así como el acuerdo entre republicanos, demócratas, medios de comunicación, grandes consorcios y gobiernos extranjeros para arrebatarle el triunfo al empresario que funge como mandatario de la Unión Americana.

Pero el gran problema no viene con la difusión de este tipo de teorías de la conspiración, sino de la facilidad con que mucha gente les da credibilidad y las repite, pues si de algo carecen este tipo de teorías es de pruebas o de sentido común que nos indicaría que algo no concuerda con este tipo de versiones.

La gente, mucha gente, quiere creer, aunque sea en historias que se asemejan más a películas de ciencia ficción que a la realidad misma.