Menudo escándalo que armó El vampiro de la colonia Roma, que narraba las aventuras homoeróticas de Adonis García, un joven de veintitantos años dedicado a la prostitución masculina en la zona rosa. Su autor era Luis Zapata; la fecha, 1979. Lo había precedido poquito antes el ensayo de José Joaquín Blanco “Ojos que da pánico mirar”. La literatura gay tenía antecedentes más que ilustres en la generación de Contemporáneos con Salvador Novo, Xavier Villaurrutia o Carlos Pellicer, o, por ejemplo, en la novela El sol de octubre de Rafael Solana, uno de cuyos personajes es un bisexual también mercenario).

La novela de Zapata sorprendió por su tema, pero más todavía porque se arrimaba a la lengua hablada, mal hablada de esa comunidad. La violencia verbal sólo es equiparable a Almuerzo desnudo de William Burroughs, aunque también emplea expresiones, hoy retro, como “gente de ambiente”, “jalar” o “buga”. Como en Gazapo de Gustavo Sáinz, que implica una grabadora, se supone se trata de una entrevista con cintas magnetofónicas. Se prodigan, pues, las reproducciones fonéticas y las consecuentes elisiones (sonidos omitidos).

Escritor culto, El vampiro de la colonia Roma se ampara en un género de los Siglos de Oro, la novela picaresca, y un autor, Quevedo, ya por el breve texto El ojo del c… como por El Buscón, su novela picaresca. Ahora que murió Luis Zapata el pasado 4 de noviembre, me enteré que la novela recibió el Premio Juan Grijalbo y que cada década y a veces cada cinco años, se hace un homenaje a este relato que en su edición primera vendió 25 mil ejemplares. Como traductor, conozco de Zapata su texto sobre la leyenda medieval de Tristán e Iseo. No hay que olvidar que estudió Letras Francesas en la UNAM y lo admiraban sus profesores, sobre todo Angelina Martín del Campo.

 

Confidencias

Jaime Humberto Hermosillo llevó al cine una de sus novelas con Beatriz Sheridan y María Rojo. El título alude a la revista Confidencias que era algo así como el aviso económico del correo sentimental en los cuarentas: “muchacha seria, trabajadora, de buen ver. Busca joven educado con trabajo estable para conocernos. No necesariamente con fines matrimoniales. Curiosos no escribir.”

 

Diversidad sexual

No es santo de mi devoción Arturo Ripstein, pero una película suya El lugar sin límites, basada en la novela homónima de José Donoso, transforma el relato triste, sombrío y terroso de Donoso, en una obra maestra con un personaje inolvidable: La Manuela, interpretada por Roberto Cobo (el Jaibo de Los olvidados, de Buñuel) que es insuperable. Lucha Villa no le fue a la zaga con su papel de la japonesa. Ripstein dirigió, en teatro, El beso de la mujer araña en que la adaptación de la novela de Puig es mejor incluso que la película estadounidense. A Héctor Gómez le comenté que su Molina, el homosexual, que comparte celda con el guerrillero (Gonzalo Vega), era mejor que el Molina (Willian Hurt) de la película estadounidense. Héctor me dijo que Manuel Puig, decía que era la mejor que había visto y Puig, cuentan, asistía a todas las puestas en escena alrededor del mundo. Aquí en México, los productores fueron Silvia Ripstein (Daniela Rosen en el cine), Xavier Labrada (un tiempo oreja de mis columnas) y mi gran amigo Luis Terán. El lugar sin límites se representó en el teatro de Santa Catarina con elenco de la Facultad de Filosofía y Letras que no le pedía nada a los profesionales. Recuerdo a mis alumnas que interpretaron a la japonesa y la Japonesita y a Víctor que encarnó a Don Pancho.