Por Luis Antonio Gorordo Delsol

 

Dígame usted, ayúdeme, ¿cómo le explico a Doña Esperanza que su hijo ha muerto? Si, el otro, la semana pasada su hijo mayor falleció en la terapia intensiva, estuvo 23 días, tratamos de ayudarle a respirar, pero la diabetes y su obesidad no ayudaron mucho; ahora ella y su esposo se quedaron sin hijos, ella llorará sola en la sala de informes, su esposo sigue hospitalizado en el 3º Norte. Después de Doña Esperanza, tengo que hablar con la familia de Martha, sus gemelos serán dados de alta a casa, pero ella va a ser intubada.

Algunos –llámeles como guste– aseguran que los únicos culpables de las más de 100 mil muertes en México son el “mal gobierno” o la “mala gestión de la pandemia”, peor aún, vociferan que son los hospitales, los médicos y las enfermeras quienes decidimos quien vive y quien no, con eso se justifican y se jactan al agredir al personal sanitario. ¿Qué eso ya no pasa? Apenas hace unos días un médico fue emboscado, asesinado, quemado vivo fuera de un hospital en Morelos. Lo que estos necios no entienden es su trascendental lugar en la pandemia, pues esta no se trata de los ventiladores, de las camas ni de abasto de medicamentos, es más, ni siquiera se trata de la vacuna… se trata de no necesitarlo, esta pandemia se trata de prevención. ¿De verdad es tan difícil?

La renuencia a las medidas de protección nos pone constantemente en peligro,  desde el inicio de este apocalipsis vírico contamos con un conjunto de medidas que podrían y aún pueden evitar un inconmensurable número de casos, medidas que requieren poco esfuerzo y una pisca de raciocinio: sana distancia, cubre bocas, higiene de manos (ya si nos ponemos exquisitos pues agreguemos aislamiento social, baja movilidad y control de enfermedades crónicas, uso racional de antimicrobianos, hacer ejercicio…); no adoptarlas ha demostrado que la Covid-19 está al acecho y aprovechándose de aquellos que se han expuesto, estas medidas no son temporales y el desapego se sufre de 5 a 20 días después; véalo usted se relajaron en semana santa (9 al 12 de abril), el día del niño (30 de abril), el día de la madre (10 de mayo), ahí está la gran ola que inició a finales de abril y se prolongó hasta mediados de junio, luego los muertos “patrios” que celebraron el Grito de Independencia y callaron a inicios de octubre, o los que festejaron el día de muertos y que el próximo año estarán en el altar, aquí tenemos –aún– a los compradores del “Buen Fin”. Lo peor del caso, es que muchas veces no son los desobedientes quienes pagan sino sus hermanas, madres, padres, abuelos, vecinos, los que los cuidamos en los hospitales, esos qué sin deberla, cuidándose, fueron contagiados.

En este Hospital no hay héroes –esos son invulnerables– aquí a todos nos duele estar lejos de la familia y amigos, entendemos el riesgo, lo vivimos día a día, queremos ser ejemplo, algunos solo vemos a nuestros seres queridos por video llamadas desde el inicio de esta hecatombe, los extrañamos –mucho– pero es el sacrificio al que nos sometemos para ayudar a quienes nos necesitan, ojalá lo valoren.

Doña Esperanza, sola, tuvo que romper el aislamiento, se olvidó del cubre bocas, perdió ante las aglomeraciones de los necios incrédulos, ahora está intubada, Esperanza no ha muerto, pero ahora ¿cómo le explico?

 

@ChatoGorordo

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El autor es encargado de las Unidades de Cuidados Intensivos COVID-19, Hospital Juárez de México, Ciudad de México, México. Por razones de privacidad, todos los nombres de pacientes y familiares fueron cambiados, pero el dolor, la preocupación y las historias son reales.