No hay mal que por bien no venga.
Refranero Popular

 

Las navidades del año 2020 serán recordadas como momentos aciagos para los habitantes de un mundo colapsado por la pandemia desatada hace más de un año, la denominada Covid-19.

Si bien es cierto que a nuestro país el virus llegó a fines de febrero, el 21 de marzo conllevó la llegada de la primavera y la decisión oficial de suspender las actividades no esenciales, confinando así a millones de mexicanos en sus hogares.

La reclusión voluntaria y colectiva aparejó un cambio sustantivo para nuestra vida en todas sus facetas: pronto la virtualidad se transformó en una importante herramienta de vinculación a distancia, tanto en el ámbito personal como en el colectivo social.

Merced a la detección oportuna de esa transformación, la vida cultural de la ciudad asumió entusiasta las herramientas tecnológicas para poder continuar garantizando los derechos culturales de la población a través de plataformas y otros medios virtuales.

A fines de junio, tras casi cuatro meses de aislamiento, la Ciudad inició un proceso de recuperación de su vida social con la aplicación del semáforo naranja; fue el 29 de junio de un fatídico año al que aún le faltaba un semestre por concluir.

Sentenciados por el errático y apenas conocido proceso de la Covid-19, a principios de octubre se comenzó a recuperar nuestra vida cultural; mes en el que museos y teatros apostaron a compartir con la virtualidad las actividades presenciales organizadas en torno a estrictas medidas de prevención sanitaria.

Con mucha más prudencia que esperanza, algunos productores teatrales retomaron los escenarios convencidos de la urgencia y contundencia del mensaje presencial sobre una vida centrada en el alejamiento obligado de actores y espectadores, de públicos y creadores; actitud lamentablemente doblegada por un rebrote del coronavirus que orilló al gobierno de México, al del estado de México y al de nuestra Ciudad, a declarar nuevamente suspensión de actividades a partir de este pasado 19 de diciembre.

La medida que, en principio, no debió haber sorprendido o enojado a nadie, fue motivada por la llamada “fatiga pandémica”, proceso socio-cultural que ha generado el relajamiento y hasta el retador abandono comunitario de las medidas básicas de prevención del contagio, provocando con ello crecimientos exponenciales que nos insertaron en un círculo vicioso al que se sumó una actitud beligerante de la población, identificada ya en el mundo como “ira pandémica”.

Como resultado de estas nuevas actitudes colectivas, se registraron en las indisciplinas consignadas por medios de comunicación, actitudes que, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras ciudades del hemisferio norte, aquí distaron de la violencia popular como expresión de repudio a las autoridades políticas y hasta a las sanitarias.

Para muchos capitalinos, la decisión ha provocado molestia y hasta enojo, pero en el fondo la sabiduría popular volvió a aflorar ante el sentimiento y el saber colectivo de que no hay mal que por bien no venga.