En nuestra memoria histórica —que se desvanece— y en los muros de los recintos republicanos vela todavía una frase rotunda: “La Patria es primero”.  En efecto, es primero. Pero siguen dos preguntas, que pocas veces se formulan quienes transitan frente a esa leyenda heroica: ¿primero que qué? ¿primero para qué?  Y en nuestra memoria popular figura una expresión previsora muy propia de nuestro medio rural: “Para luego es tarde”. Efectivamente, “luego” puede ser muy tarde. Puede ser “nunca”. Relacionemos aquella preferencia patriótica con este apremio popular. Necesitamos ambas cosas. Las necesitamos con apremio.

Sobre estas citas construyo la reflexión que quiero compartir en esta nota. Sí, sobre estas citas y además sobre un diagnóstico que constituye el cimiento natural para la reflexión de ahora y para la acción urgente que esa reflexión sugiere. El diagnóstico está a la mano de todos. Difícilmente sería refutable. Lo comparten millones de ciudadanos, que también cumplen otro papel en el escenario: son víctimas de la situación prevaleciente, del gobierno fallido, del autoritarismo desbocado. Espectadores y víctimas en el gran escenario que transitamos entre el año 2020, que nos deja heridos, y el 2021, que pudiera constituir el remate. ¿Qué hacer para evitarlo?

Partamos, pues, de los hechos. No ha sido escasa la cosecha que levantamos como producto de una siembra cuyos resultados eran previsibles e innegables, pero no quisimos prever y nos empeñamos en negar. Antes de que la pandemia nos devastara, habíamos emprendido la devastación de la economía, que nos privó de fuentes de trabajo y ensombreció nuestro destino. Primer gol en nuestra asediada portería. Luego, en marzo del año que concluye, nos alcanzó la pandemia. Impreparados y divididos, vimos crecer el monstruo. Tomamos medidas a tono con la política y a contrapelo de la ciencia, cuyos oráculos desdeñamos. Las cifras de contagios y defunciones se elevaron exponencialmente. Segundo gol en nuestra portería. Sigamos: la inseguridad pública se consolidó como pan nuestro de cada día, a despecho de las promesas oficiales y los augurios fantasiosos. Tercer gol en la portería. A estas alturas estamos en el año 2020, pendiente del siguiente tiempo que iniciaremos dentro de unos días.

¿Hay necesidad de más para ensayar una nueva reflexión e intentar acciones consecuentes con nuestra alarma? Lo que está en juego es más que el control de la pandemia (que desde luego lo está); más que la recuperación de la economía (que también está en juego); más que el rescate de la seguridad (que corre el mismo riesgo). Lo que está en juego es el porvenir de México. Se dice fácilmente, como si se tratara de algo ajeno a nosotros y alejado de nuestra vida. Pero se trata de nosotros mismos y de nuestra vida. Este es el tema que tenemos a la vista y cuya solución está en nuestras manos, al menos parcialmente. Hoy corremos el mayor peligro que hayamos enfrentado en el curso de un siglo. En otros términos: México y los mexicanos  –que somos nosotros; ¿quiénes, si no?–  estamos a merced de ese peligro.

Últimamente se han elevado voces claras, valerosas, que convocan a reflexionar sobre lo que está ocurriendo y lo que podría suceder si no tomamos medidas legítimas y oportunas para evitarlo. Por supuesto, aparecieron de inmediato las diatribas y las difamaciones destinadas a intimidar a quienes no comulgan con la “verdad única” e insistir en el adoctrinamiento que pretende copar las conciencias. Creo que algunos oídos atentos han escuchado el mensaje de esas voces, otros lo han desoído y no pocos han dejado que las voces corran para que otros las escuchen algún día.  Esas voces nos apremian a entender lo que sucede, prever lo que podría ocurrir y actuar con lucidez en la oportunidad que nos brindará el año 2021. En este año, que puede ser promisorio, resolveremos la nueva integración de la Cámara de Diputados, hoy postrada a merced del Ejecutivo, y la composición de muchas instancias estatales y municipales, acosadas por la hostilidad y el abandono. Por ello, estas elecciones constituyen un acto de genuina emergencia para la preservación de la democracia y la libertad en México.

Sabemos bien  —y si no, lo estamos aprendiendo a golpes de infortunio—  que el Congreso puede y debe ser un contrapeso al poder omnímodo que se despliega desde el Ejecutivo. Otro tanto deben ser la judicatura y los órganos autónomos. Pero ahora no me ocupo de éstos, tan violentados, sino del Congreso, figura clave de una democracia, que también puede serlo  —si así lo resolvemos— de la democracia mexicana. Ocupémonos del Congreso. Se ha dicho que en una sociedad política cada poder del Estado debe operar como contrapeso de los otros, para evitar el desbordamiento de alguno, afianzar la buena marcha del conjunto y asegurar el cauce de la democracia. Es obvio que eso no está sucediendo en México. El Legislativo no es contrapeso, sino eco, reflejo, acompañante fiel y seguro del Ejecutivo: su “compañero del camino”.

En julio de 2021 acudiremos a las urnas para renovar la Cámara de Diputados y otros órganos del poder. Entonces podremos “recomponer” aquella Cámara y estos órganos para lograr, con la fuerza de nuestras razones y el poder de nuestros votos, rectificar los desaciertos, moderar el autoritarismo, plantear el foro en el que se escuche  —de veras— la voz del pueblo y se ilumine su futuro. ¿Cuál habría sido nuestra suerte en este par de años si hubiésemos contado con un Legislativo a la altura de su misión republicana, que supiera decir “no” al poder imperial y “sí” a los intereses del pueblo? En otras palabras: decir “sí” a México, mirando en los muros la frase con la que inicié estas líneas: “la Patria es primero”.

No somos ingenuos. Para que ocurra este giro es absolutamente necesario alcanzar un gran consenso nacional que se exprese en las urnas. Todas las candidaturas  —salvo las “independientes”, que hasta ahora no han influido mayormente en la marcha del país—  dependen de los partidos políticos. Son éstos quienes ungen a los candidatos. Son éstos quienes cuentan con las estructuras formales que proveen andamiaje eficaz a los electores. Son éstos quienes pueden comprometer sus propias voluntades, sumadas a las de una anérgica y diligente sociedad civil  —hoy desorganizada, amenazada, agredida —, para llevar a los comicios candidaturas exitosas e impulsar la conversión de la Cámara de Diputados en un genuino foro de convergencia democrática y contrapeso al desbordamiento del poder omnímodo.

Y en este punto vuelvo a invocar la consigna moral y política: “La Patria es primero”, y a recordar la reconvención pragmática: “Para luego es tarde”. Se necesita que los partidos políticos y sus integrantes, militantes y simpatizantes entendamos de veras, con hechos y no sólo con palabras que se lleva el viento, que estamos en una circunstancia crítica, cuya superación requiere medidas extraordinarias. En otros términos: olvido de intereses personales y sectoriales (que pueden ser legítimos, pero en esta coyuntura son secundarios) y presencia exclusiva del interés superior de México (que en esta coyuntura es el único dominante). No es fácil, pero es indispensable. Si no lo entendemos así, con un poderoso esfuerzo de racionalidad y generosidad, sacrificaríamos a la Nación y abonaríamos a la ruina de la República. Dejemos de lado, por un momento, nuestras fobias y nuestras filias y confirmemos con nuestro voto en las urnas que “La Patria es primero”.