Las sombras del atardecer de último día del año 94 en una zona de la geografía chiapaneca presenciaron el marchar ordenado de contingentes de tzotziles, tzeltales y tojolobales que ocuparon pacíficamente varios poblados de Los Altos y selvas de Chiapas, especialmente el más importante de la zona, San Cristóbal de las Casas. El amanecer del nuevo año, que en la propaganda gubernamental sería el inicio del México en la modernidad y entraba en vigor el TLC, cimbro al país entero.

Las llamadas telefónicas desde Los Pinos a las oficinas más importantes del régimen: Sedena y Gobernación, mostraron el total desconcierto y desinformación de sus titulares que se habían retirado a celebrar el Año Nuevo, sin saber que al día siguiente el mundo entero habría de enterarse de que una revolución irrumpía en la vida de México.

El comunicado dado a conocer por un carismático encapuchado que se apodero del vértice mediático como no sucedía desde el Che Guevara, retrotraía en el tiempo a los movimientos guerrilleros de los sesenta a los ochenta y que en nuestro país fueron aplastados sangrientamente en los que se conoce como la “guerra sucia”, sin que se alcanzaran las cotas de barbarie que asolaron a toda Latinoamérica.

La declaración de guerra al Estado Mexicano y la inmediata ofensiva militar gubernamental mostró al mundo que a excepción de una cincuentena mal armada, el grueso de los contingentes de indígenas que portaban rifles de madera y hondas. Los escasos enfrentamientos –que no combates militares– principalmente en el mercado de Ocosingo, causaron algunas decenas de muertos. El Palacio Municipal de San Cristóbal, fue recuperado al siguiente día sin disparar un solo tiro. Al correr de los primeros días del conflicto, la reivindicación de los derechos de los indígenas por el autodenominado “Ejercito Zapatista de Liberación Nacional” había ganado un gran apoyo nacional e internacional.

El Gobierno se fracturo en dos corrientes “halcones” que propugnaban aplastarlos militarmente dado que había declarado la guerra al Estado, y “tomar la ciudad de México, sin dejar en su camino de comerse una quesadillas en Tres Marías” y otra que convenció al presidente Salinas de encontrar una ruta pacifica en la cual mediante el diálogo se solucionara el conflicto que mostraba características singulares y realmente no ponía en peligro las Instituciones.

Al décimo día del inicio del conflicto, el secretario de Gobernación, anterior gobernador del estado de Chiapas, Patrocinio González Garrido fue relevado del cargo, se declaró un alto al fuego unilateralmente por el Gobierno y se ofreció una amnistía a los rebeldes. Adicionalmente el aspirante frustrado a candidato del PRI a la Presidencia de la República, Manuel Camacho Solís, fue designado Comisionado para la Paz, con facultades plenipotenciarias.

Se inició así, la fase de concertar la paz con los zapatistas que comenzó con los “diálogos de Catedral” en San Cristóbal de las Casas y concluyó con los “diálogos de San Andrés” en Larrainzar. En este contexto resulta necesario recordar que el proceso para alcanzar la paz, sigue inconcluso, que la ley especial para lograrla sigue vigente y que el fin último de la lucha, los derechos y condiciones de vida de las etnias originarias sigue siendo un pendiente de la agenda nacional y se mantiene la deuda histórica que el país tiene con ellos.

Para algunos el zapatismo sigue vivo, pero no constituye una opción militar sino una de carácter político-social. Para otros está muerto y quedó demostrado que la lucha armada no constituye una salida viable para cambiar las injusticias sociales. veintiséis años después, la capucha, el pañuelo rojo, la pipa, los dos relojes y los escritos desde algún lugar de la selva chiapaneca, siguen estando presentes y reclaman “contrario sensu” de sus últimos comunicados, un monumento, un reconocimiento, un bronce.  La deuda con los pueblos indígenas sigue vigente.