EL 25 de diciembre pasado, se cumplieron 31 años de la muerte del dictador rumano Nicolae Ceausescu, uno de los comunistas más sanguinarios de todos los tiempos, sólo comparado con Stalin y Mao.
Los periódicos de la época titularon el deceso de Ceausescu como “Muerte de un dictador en Navidad” y relataban como un jefe de Estado que había ejercido el poder durante 24 años de manera brutal había sido eliminado por el Ejército.
El político rumano, como todo déspota, practicó un “asfixiante” culto a la personalidad, puso a su gobierno el título de “Socialismo Real” y se dedicó a colocar en las más importantes posiciones a familiares y amigos que no servían para el cargo, pero que le rendían absoluta pleitesía.
Así como Calígula hizo Cónsul a Incitatus, —su caballo favorito— y Ceausescu colocó a hijas e hijos en posiciones clave, el presidente de México permite a sus vástagos enriquecerse a costa del gobierno y designa como secretarios de Estado a golpe de capricho a sus favoritos.
Si Delfina Gómez, en lugar de maestra de primaria, fuera enfermera, hoy, en lugar de Secretaría de Educación Pública, sería Secretaría de Salud. La trayectoria y experiencia es lo de menos, lo único que importa a AMLO es demostrar que él es dueño de México.
Ceausescu, efectivamente, nos recuerda a López Obrador. Al tabasqueño también le da por el culto a la personalidad. Inventó las “mañaneras” para imponer todos los días su verdad y el dinero que regala a los pobres va con la consigna: Agradécelo al presidente.
El “Socialismo Real” de Ceausescu o la “Era Ceausescu” nos remite a la llamada “Cuarta Transformación”, el nombre con el que se martillea todos los días la conciencia de los mexicanos para hacernos creer que estamos ante algo histórico y diferente.
La importancia que dio el dictador rumano a su esposa Elena, es parecida a la influencia que hoy tiene Beatriz Gutiérrez Müeller en Palacio Nacional. Ambas parejas se parecen en vanidad, comparten ideología, pasión por el poder, pero sobre todo la soberbia y la actitud déspota hacia quienes desprecian.
Elena, al igual que Beatriz, presumía tener títulos, le gustaba ponerse toga y birrete, que le llamaran doctora sin serlo, compraba condecoraciones en el extranjero para adornar su currículum.
Por cierto, Nicolae Ceausescu y Elena también compartieron el paredón de fusilamiento. Se llevó a cabo un juicio militar exprés contra el “odiado matrimonio”, se les acusó de genocidas y se los condenó a muerte. De esta forma, dicen los diarios, se puso fin a una larga megalomanía y borrachera de poder.
Ceausescu engañó al pueblo rumano y a Occidente haciéndoles creer que era un demócrata. Que no estaba de acuerdo con la represión ejercida por la URRS en contra de sus satélites, pero lo cierto es que había creado una policía política encargada de reprimir la disidencia y la crítica en los medios de comunicación.
Así como AMLO admira y sigue al pie de la letra las enseñanzas del populismo bolivariano, inventado por Hugo Chávez en Venezuela, el “Conductor del Pueblo” rumano admiraba al fundador de la República Popular de Corea, Kim Il-Sung, —abuelo del actual dictador Kim Jon-Un—, por la propaganda que lo hacía ver como un dios.
Pero esta Navidad seca que hoy vive México también la vivió Rumania y la experimentan países como Venezuela, Nicaragua y Cuba, víctimas de gobiernos socialistas económicamente desastrosos.
De la misma manera como Ceausescu y su esposa decretaban austeridad para el pueblo, mientras ellos vivían en el lujo, la 4T impone una “Austeridad Republicana” que paga el país en términos de recesión, desempleo y deterioro de la calidad de vida, sin saber dónde están o en que se invierten esos recursos.
El presidente rumano al igual que el mandatario mexicano implementó planes económicos utópicos que no dieron resultados y al igual que AMLO siempre decía tener “otros datos” para ocultar y falsificar cifras que evidenciaban la quiebra económica del país.
La falta de crecimiento, la carencia de una política industrial sólida, la desconfianza en un gobierno que no respetaba las reglas para invertir, la desconexión con otras economías del mundo, hizo estallar un descontento social que derivó en la detención del presidente y su esposa.
Rumania fue el último país en deshacerse de la dictadura comunista. Antes lo hicieron Polonia, Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y Bulgaria.
Lo que sucedió a Ceausescu obliga a preguntar si la derrota electoral de Donald Trump, puede llegar a tener un efecto dominó en los países gobernados por populistas autoritarios, cuyos pueblos son víctimas también de los delirios de un tirano.


