Estertores trumpianos

Mientras esperamos la vergonzosa salida de Trump de la Casa Blanca, nos provoca risa Rudy Giulani, su abogado, cuando, al presentar teatralmente denuncias falsas de fraude electoral, descendieron por sus mejillas hilos del tinte negro con el que escondía sus canas. También reímos ante la burda y mentirosa denuncia de fraude en el recuento de votos en Michigan, que hizo Melissa Carone, una contratista informática que destaca por su vulgaridad.

Lo que no provoca risa, sin embargo, es la actitud de los 249 republicanos en el Congreso, a quienes The Washington Post pidió respondieran quién ganó las elecciones, si apoyaban o se oponían a los esfuerzos de Trump reclamando la victoria y si en el caso de que Biden ganara la mayoría en el Colegio Electoral, lo aceptarían como el presidente legítimamente electo.

De estos representantes y senadores, solo 26 aceptaron que el demócrata ganó las elecciones, 2 contestaron que no fue así y 221 dieron respuestas confusas o no respondieron. Por otro lado, 9 legisladores se manifestaron oponían a las reclamaciones de Trump, 8 las apoyaban y 232 respuestas resultaron inválidas. Finalmente, 31 legisladores manifestaron que si Biden gana en el Colegio Electoral lo aceptarían como presidente legítimo, 2 dijeron que no y los 216 restantes respondieron de manera confusa o no contestaron.

Los resultados, puntualiza el diario, “demuestran el temor que la mayoría de los republicanos tiene del presidente saliente y su control del partido”. Lo que es alarmante, aunque nos tranquiliza el hecho de que las instituciones de la democracia funcionan y de que la mayoría de quienes las dirigen actúan honestamente, por lo que tenemos que admirar a ese gran país.

Pero el mandatario saliente insiste en seguir ejerciendo como tal, con acciones de confrontación histérica, dice Gerard Araud, embajador francés en Estados Unidos, de 2014 a 2019, como la ejecución de seis sentencias de muerte, un récord de ejecuciones federales durante su período. Igualmente, con medidas perversas como la adoptada por los Servicios de Ciudadanía e Inmigración, que dificulta aún más la prueba exigida a los aspirantes a la ciudadanía, lo que frenará la inmigración legal.

En este ánimo perverso –empleo de nuevo el calificativo– de empantanar la gestión de Biden; de rencor de Trump contra Obama, el secretario de Estado Mike Pompeo, ha dicho que Estados Unidos continuará imponiendo sanciones económicas a Irán hasta la última semana de su jefe en el cargo.

En su afán de desconocer los resultados de los comicios, Trump viajó el 5 de diciembre a Valdosta, Georgia, para respaldar a los candidatos republicanos del Estado al Senado, y aprovechó la ocasión para declarar airadamente, ante numerosos partidarios eufóricos: “¡Estamos ganando las elecciones!”, contrariando las innumerables evidencias de su derrota. Una declaración que, junto a su campaña “para recuperar la Casa Blanca en 2024”, le ha producido más de 200 millones de dólares en donaciones.

Y todavía más: este 8 de diciembre el republicano Ken Paxton, fiscal general de Texas, presento ante la Corte Suprema una demanda contra Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin, afirmando que los cambios de procedimientos electorales que hicieron, debido al coronavirus, eran ilegales. La demanda es una maniobra más a favor de Trump, para echar abajo la elección de Biden.

Quienes son partidarios del presidente y, por tanto, fieles de la llamada “Religión Trump”, –así la ha bautizado más de un crítico– provocan violencia, como la sucedida hace un par de días cuando un grupo de manifestantes, al grito de Stop the Steal, acusaron a Jocelyn Benson, directora electoral de Michigan, de no reconocer “el fraude”.

Sin embargo, el Post y otros medios, de Europa, de México y seguramente de otros países y continentes, advierten de que esperan a Trump otros retos “más prosaicos”, que tienen que ver con los más de 400 millones de dólares de deudas de sus empresas, unos doce posibles delitos federales: obstrucción a la justicia, fraude fiscal, difamación o financiación ilegal de campaña, por los que no se le persigue mientras ejerciera la presidencia, pero sí en cuanto concluya su mandato.

Al margen de la situación que están provocando las interminables asonadas del republicano, no pocos expertos, –James Downie, del ya mencionado Post, lo informa– señalan que es imperativo, urgente, una enmienda constitucional a fin de que, hablando de la elección presidencial, triunfe el candidato que obtenga la mayoría de votos, y que la decisión final no dependa del Colegio Electoral, que no hace sino facilitar “que las facciones políticas se aferren al poder”.

Mi último comentario sobre los estertores trumpianos tiene que ver la familia del personaje, cuyos hijos piensan aprovechar el apellido para colocarse políticamente, en el partido Republicano, por supuesto: Donald Trump jr. él mismo, Eric Trump para lanzar a su esposa Lara a la conquista de un escaño en el Senado de Carolina del Sur, su estado natal, e Ivanka, la hija predilecta del mandatario, se perfila como su sucesora.

Estos son hasta hoy los estertores trumpianos.

 

Retorno de Estados Unidos al mundo: Política exterior de Biden

Aunque en una de mis últimas colaboraciones me referí a la que será la política exterior de Biden, las precisiones que este va haciendo, los comentarios de expertos y los cambios que se suceden en el escenario internacional requieren volver al tema.

Primero, para reiterar que el presidente electo, avanza en la conformación de su equipo de colaboradores, entre los que mencioné en otro artículo al secretario de Estado, Antony Blinken, cosmopolita y vinculado a Europa a través de Francia y a Alejandro Mayorkas, el inmigrante cubano –el primer latino– que dirigirá la Seguridad Interior y, por consiguiente, se abocará al tema migratorio, que es de la más alta prioridad para México.

Una información reciente es que Biden nombró a Xavier Becerra, fiscal general de California, como secretario de Salud. Una designación de significado para los latinos, en especial mexicanos, pues Becerra es hijo de inmigrantes mexicanos. Tendrá que enfrentar el desafío del Covid19 y para ello el presidente electo ha ratificado el nombramiento del doctor Anthony Fauci en el puesto que tiene como asesor médico, para seguir luchando contra la pandemia, como lo hacía en la administración Trump, hostilizado al final por el mandatario.

Otra información, aún más reciente, se refiere al nombramiento del general Lloyd Austin para Defensa, el primer negro al frente del Pentágono. Un nombramiento que, sin embargo, está siendo cuestionado incluso por congresistas demócratas, debido a la condición de militar del elegido.

Al margen de esto, que esperemos se resuelva, hago notar que Biden ha conformado un equipo multicultural y multirracial de colaboradores -los señalados, entre otros, y principalmente Kamala Harris. Para disgusto, a menudo iracundo, de una parte, de la declinante mayoría blanca, que no se ha dado cuenta o no quiere percatarse de que Estados Unidos es ya y será cada vez más, un país de colores, multiétnico y multicultural.

Será imposible abarcar todos los temas importantes de las relaciones internacionales de Estados Unidos, así que me concretaré a enunciar unos cuantos. Conforme a mi selección arbitraria.

 

¿Qué hacer con China?

El dosier chino es voluminoso, revelador de conflictos que la violencia gratuita de Trump agravó, y, por lo pronto exige de Biden bajar decibeles a la controversia, reducir la “guerra comercial” y dejar de violentar la conflictiva relación de Pekín con Taipei.

Cierto que Washington debe continuar condenando las violaciones a la democracia y a los derechos humanos en Hong Kong y a la minoría musulmana uigur. Aunque, valga una cosa por la otra, David Rennie, jefe de la oficina de The Economist en Pekín, dice que Biden podría pedir a China su apoyo a fin de resucitar el acuerdo nuclear de Irán con las potencias del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania.

 

Respecto a Irán: realismo y “paciencia estratégica”

El régimen de los ayatolás ha sido víctima de las sanciones del gobierno de Trump, después de que este abandonara el pacto nuclear concertado con Teherán por Obama y, como señalé, las otras potencias del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania. Únicamente por los odios gratuitos del neoyorkino a Obama, el acuerdo, que funcionaba bien fue hecho a un lado e Irán victimado con sanciones lo afectan gravemente.

Biden está decidido a recuperar el pacto, pero enfrenta dos problemas inmediatos: primero, que el propio Trump, antes de abandonar el poder dicte medidas para complicar el retorno de Estados Unidos al acuerdo. Así lo consideran numerosos diplomáticos de prestigio, como Javier Solana. Segundo, que Irán exige el retorno incondicional de Estados Unidos al acuerdo, como gesto amistoso de Biden, lo que este no puede hacer de cara a sus compatriotas y al Congreso.

Complica aún más las cosas el asesinato, a fines de noviembre, del llamado “padre de la bomba atómica” iraní, Mohsen Fakhrizadeh, en una acción criminal preparada a la perfección, a la que no ha sido ajeno el Mossad israelí. Un acto de “terrorismo patrocinado por el Estado” y una “flagrante violación del derecho internacional” -dijo John Brennan, director de la CIA bajo la presidencia de Obama.

Habrá que pedir a Irán realismo, “paciencia estratégica” -como la llama Núñez Villaverde, experto en prevención de conflictos y mundo árabo-musulmán- para resucitar el pacto nuclear que librará al país de las brutales sanciones económicas que le han sido impuestas.

El presidente electo, por su parte, tendrá que actuar, simultáneamente con energía y diplomacia, frente a Israel –tradicional aliado de Estados Unidos– que, en el presente, apadrinado por Trump, y de la mano de Benjamin Netanyahu, su primer ministro corrupto y fundamentalista, quien está coludido con Mohamed bin Salman, príncipe heredero de Arabia Saudita, ha decidido literalmente destruir a Irán.

 

Israel y el serpentario de Medio Oriente

Las alianzas “impías” de Trump, Netanyahu y Mohamed bin Salman simbolizan el acercamiento de Israel a las monarquías árabes del Golfo, que deberá desembocar en el establecimiento de relaciones diplomáticos y de cooperación económico-comercial y de diversa índole: relaciones cordiales y un escenario prometedor en Medio Oriente. Lo que es de celebrarse.

Lamentablemente el establecimiento de tales lazos trae aparejado intenciones perversas: la alianza del Estado hebreo y las monarquías suníes contra Irán, chiíta, y el abandono de los palestinos a su suerte, con la tolerancia –cuando no complacencia– del despojo que hace el gobierno de Netanyahu de tierras y derechos al pueblo palestino.

El marco en el que está teniendo lugar el acercamiento –y las relaciones diplomáticas, por ahora de Emiratos Árabes Unidos y Bahrein– con Israel son los llamados Acuerdos de Abraham, cocinados en la Casa Blanca y elaborados básicamente por Jared Kushner, yerno de Trump.

El agónico gobierno de Trump busca a toda costa fortalecer la alianza israelí y monarquías del Golfo para hacer daño al Estado persa –repito– y a ello respondió la reunión casi secreta, el 22 de noviembre, en Neom, una ciudad “del futuro” de Arabia Saudita, entre Mohamed bin Salman, Netanyahu y el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo -fundamentalista religioso, quien afirma que la política de su jefe está “dictada por Dios”.

 

Mucha más agenda

Impedido de extenderme más en este artículo, me refiero, casi de manera telegráfica a otros temas de la agenda:

Rusia –la de Putin– de la que Biden no guarda buenos recuerdos, después del fracaso de una ambiciosa reunión bilateral, celebrada en 2009, para “superar la mentalidad de la guerra fría”, porque Moscú libró la guerra de Georgia, intervino en la llamada revolución de Maïdan en Ucrania y se anexó Crimea en 2014. Sin embargo, ambos países pueden avanzar en temas concretos importantes, como el control de armamentos. Al mismo tiempo, dicen los expertos, debe permitirse a Rusia reivindicar su estatus de gran potencia.

Europa será considerada como la aliada por excelencia –la alianza transatlántica– que Trump aborrecía. La Unión Europea tendrá OTAN, ya no más en “parálisis cerebral” como se lamentaba el presidente francés Emmanuel Macron; y Washington y Bruselas podrán actuar en acuerdo en política exterior, compartiendo valores. Mientras el Reino Unido y el premier Johnson con su Brexit, tendrán que guardar su arrogancia de gran potencia y de socio predilecto de Washington. Mientras Turquía, que no está en el Club comunitario, pero es Europa ha encendido las alarmas ante al autoritarismo y pretensiones de gran potencia con Erdogán.

América Latina y el Caribe plantean más de un desafío a la política exterior estadounidense: ya sea respecto al tema migratorio, de enorme complejidad, que nos toca de cerca; sobre Cuba, reviviendo las iniciativas de Obama para “empujar” al gobierno de la Isla a la economía de mercado y a la apertura política; en Venezuela a través de acciones -presiones- diplomáticas que terminen con el impasse que tanto Maduro y el chavismo como la torpeza y “yoísmo” de la oposición han producido. Una diplomacia con la participación de Madrid, Washington, ¿y de México?