Justo en un momento en la historia de la humanidad en que una pandemia hace necesaria una vacuna, el movimiento que se opone a este tipo de medidas de salud se fortalece.

Es cierto que desde hace años los antivacunas han venido sosteniendo que la aplicación de éstas provoca cierto tipo de daños –que no se sostienen ante las evidencias médicas–, incluso provocando que enfermedades que ya estaban controladas o en proceso de erradicación volvieran, pero en la actual coyuntura han descubierto nuevos argumentos que, según ellos, sostienen el rechazo a la vacuna.

Ahora, el tema es que la vacuna para la Covid-19 se ha desarrollado muy rápido, algo que hace que desconfíen de la misma, sin importar el número de muertes que este virus ha provocado en todo el mundo.

Otro argumento que esgrimen es que no se puede confiar en laboratorios que no han conseguido una vacuna contra el cáncer, sin considerar que no es una sola enfermedad, sino un conjunto que ataca distintos órganos del cuerpo, por lo que no se puede hablar de una sola vacuna.

Así, ante el riesgo de que continúen los fallecimientos y los estragos en otros campos, como la economía, el movimiento antivacunas se mantiene retando no sólo al sentido común, sino a todo el conjunto de conocimientos científicos que la humanidad ha acumulado durante siglos.