Lo que debería ser el II Informe del presidente Andrés Manuel López Obrador, se convirtió en un informe más, dentro de las decenas de informes que se le ha antojado rendir.
La diarrea informativa presidencial ya constituye un océano explicativo triunfalista que nos ahoga. Su cantidad es abrumadora. Su calidad es francamente pésima y repetitiva.
Andrés Manuel dice tanto, como tantas son sus contradicciones, mentiras, corruptelas, imprecisiones, perversidades y odios, entrelazados con buenos y aceptables propósitos, ahora ya diluidos por él mismo.
Dice, dice, y dice, pero no puede presentarnos un logro trascendente.
Esas magníficas intenciones de las que sigue hablando, hablando y hablando, las ha pretendido cristalizar sin método ni sistema ni plan ni programas eficientes. Todo lo hace a ciegas, y con naturaleza de ocurrencia.
Su militarismo lo ha hecho populachero; y su populismo lo quiere militarizar.
Los feminicidios para nada le importan. De las mujeres, sólo su voto le interesa, a pesar de las disquisiciones que públicamente su secretaria de gobernación le ha formulado.
La seguridad pública, salvo la suya, la desdeña; y así rinde malas cuentas, a pesar de que todas las mañanas se reúne con los secretarios dedicados a dicha objetivo.
Más de 80 mil asesinados se registran en los dos años de ejercicio del presidente AMLO.
Esos homicidios y las masacres, los asaltos y las lesiones, los secuestros y las extorciones, todo va al alza; cuando su promesa era erradicarlos, en llegando al poder.
La llamada “estafa maestra”, tan colectivo delito, la han convertido en algo tan individual: en una maestra que estafa, llamada Rosario.
Hasta los supuestos grandes robos, cometidos probablemente por sus antecesores (caso Odebrecht, y la estafa citada) los han transmutado en espectáculo circense; y por la incapacidad del ejecutivo federal en la investigación delincuencial, y en la procuración de la justicia, se han trocado en fábrica de delatores.
Y tan putrefacto es el delator, como los sujetos que lo generan y lo concitan.
En materia de salud, AMLO nos ha conducido a la catástrofe. No tiene una verdadera política de salud pública. Sólo existen dos ineptos mentirosos que han formado una sociedad de mutuos elogios.
El presidente López Obrador, quien por su torpeza es el causante de tantos muertos; y el subsecretario López Gatell, quien ni siquiera ha sabido contarlos correctamente.
En cifras oficiales mexicanas son más de 106 mil fallecidos. Mientras que en cifras de organismos internacionales son más de 250 mil mexicanos extinguidos.
Andrés Manuel, ante el Covid-19, aseguró que esa pandemia era cosa de conservadores y neoliberales, que era enfermedad de ricos, porque el pueblo mexicano era aguantador y fuerte; que contra ese virus él traía su estampita, un billete de dos dólares, y su frase de detente maligno; que él nunca usaría el cubrebocas, sino hasta que los conservadores fueran vencidos; y que la llegada del corona virus nos caía como anillo al dedo.
Esas frases y actitudes (chuscas e irreflexivas) constituyeron su política de salud pública, ante tamaño mal, es claro que el presidente Andrés Manuel López Obrador es el responsable de esa mortandad.
En la ceremonia de informe se notó falso y grotesco ese toque de silencio en memoria de los muertos por covid, víctimas del obradorato.
Ese informe del presidente López Obrador fue, en síntesis, 50 minutos de autoelogio narcisista, en donde al final, él mismo se calificó, valorándose con base en, dijo textualmente: “mis propios datos… el 71 por ciento de los mexicanos me apoyan”.
¡Qué impudicia!
Dos años de AMLO, ¡y tantos daños!, son aguas de los mismos caños.
