Ahora que murió, me entero que era abogado. Siempre lo pensé, con Pablo González Casanova y el joven entonces Gerardo Estrada, parte del grupo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, del que fue director de 1970 a 1975. Fue un súper funcionario cultural, porque, primero fue Subsecretario de Cultura de 1977 a 1978 y más tarde. Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) de 1988 a 1992. Representó a México ante la UNESCO y en la ONU. Fue embajador en la Unión Soviética y aunque no aparece entre sus actividades (ahorita cuento el porqué) en Guatemala.

El Conaculta surgió de golpe y porrazo en 1988, a sugerencia de Octavio Paz y su grupo, en sustitución de la Subsecretaría de Cultura y quedaron bajo su férula el Instituto Nacional de Bellas Artes, el de Antropología e Historia, y el Fonca, (que ahora nos enteramos era un fideicomiso) que fue el “mecanismo financiero” encargado de otorgar estímulos a la creación.

Antes, como director de Ciencias Políticas, Flores Olea había invitado, nada menos que a Herbert Marcusse, Lucien Goldman, André Gorz, Wright Mills, Umberto Cerroni, Erich Fromm, Karel Kosik, K- S- Karol y Rossana Rosanda, lo que llevó a que se considerara a “Políticas” como centro del debate internacional.

De manera similar, ya en Conaculta, invitó a brillantes intelectuales a lo que se llamó Coloquio de Invierno. Entre los convocados, porque fueron la causa del conflicto, quedaron en mi memoria, Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis y Fernando del Paso. Paz y Krauze no fueron requeridos. Ni tardo ni perezoso, Paz se apersonó con Carlos Salinas, entonces Presidente, y amenazó, según una funcionaria de alto rango del Conaculta, que iba a pedir a la Feria del Libro de Fráncfort, que ese año tenía como invitado de honor a México, que retirara la invitación, si no se suspendía a Flores Olea. El presidente defendió a su funcionario hasta lo último, pero al final se vio obligado a ceder.

Por azares del destino, yo le había enviado a Flores Olea un cuestionario dos semanas antes para realizar una entrevista. Sin mediar palabra, Flores Olea lo envió por escrito a mi casa, yo lo publiqué en cuanto lo recibí y apareció en primera plana. A estas alturas, no recuerdo si había referencia velada al suceso. Se fue de embajador, creo que a Guatemala.

En mi columna de esa semana, me imaginé lo sucedido, porque aseguré que de ahí en adelante si hacía una cena, aunque fuera familiar, iba a invitar a Paz, no fuera que me cerraran mi changarro. Años después, la funcionaria, en un restaurante italiano, me contó lo sucedido.

A Paz le molestaba la amistad de García Márquez con Fidel Castro y que lo hubiera antecedido en el Nobel. Lo de Fernando del Paso fue un malentendido de los periodistas que publicaron palabras suyas en un encuentro en Francia que no eran en detrimento, sino en elogio de Paz. Lo de Monsiváis fue una polémica, porque el poeta llamó siesta de la clase obrera a los cincuentas, y Carlos le recordó que fueron los años del movimiento magisterial de Othón Salazar y de la insurgencia ferrocarrilera de Valentín Campa y Demetrio Vallejo. A favor de Paz, hay que decir que antes de morir, se reconcilió con Monsiváis, de García Márquez ni de broma y de Del Paso no sé. (El colombiano leyó en el Coloquio de Invierno su cuento “Buenos días, señor presidente” que forma parte de sus Cuentos peregrinos).

En uno de sus libros, a pesar de la derrota de la Unión Soviética, Flores Olea consideraba que las utopías siempre dan esperanza. Perteneció a las revistas de Carlos Fuentes, Medio Siglo y El Espectador. Formó parte, pues, de ese grupo intelectual de Sergio Pitol, Luis Prieto, Muñoz Ledo y González Pedrero. Fue novelista y fotógrafo reconocido. Su esposa fue la también prestigiada actriz Mercedes Pascual.