Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.

Ramón López Velarde

 

A pesar del asedio español, de los estragos violentos de la viruela sobre la población y de unas carencias infinitas, el Consejo de Ancianos de los Aztecas determinó ungir al más joven hijo de Ahuízotl y primo de Moctezuma II, a Cuauhtémoc, quien fuera su pariente y valiente Tlacatecutli (jefe de armas) que tras la muerte de este último atemorizado Señor (Moctezuma), defendió a la Ciudad de sus ancestros y logró importantes victorias militares que obligaron a sitiar por agua al orgulloso atéptl del Sol.

Fue entre el 9 y el 20 de enero de aquel funesto año 2 Tecpalli (pedernal), es decir 1521 para los invasores, que el pueblo azteca se congregó en torno a la unción de su “Gran Señor de la Palabra”, su Huey Tlatoani, dignificación que reconocía e invocaba la sapiencia y sabiduría que debía demostrar aquel a quien se entregaba la conducción de un pueblo sorprendido por malos augurios y calamidades.

Dada la profunda religiosidad del pueblo azteca, no debió de haber pasado inadvertido que el nombre que se colocó al pequeño hijo de Ahuízotl e Izelcoatzin remite a un águila (numen solar por excelencia) que va en picada, que cae, que se oculta, pero que en su vertiginoso vuelo exhibe su grandeza, su estética y gallardía, y una misión gloriosa que lo lleva a resurgir heroico -como la divinidad solar- tras vencer a las tinieblas y a la noche.

Los pocos rastros que los viejos cronistas nos dan de Cuauhtémoc lo describen como “buen mozo”, gallardo y aguerrido en el campo de batalla, y alguno de sus contemporáneos indígenas nos regala la fugacidad de su vida a través de esta bella estrofa:

 

Por breve tiempo,

por un día, la flor de la guerra

es tu palabra, tú, Cuauhtémoc…

 

El cantor náhuatl que relata la conquista desde “la visión de los aliados” tlaxcaltecas, reconoce en su enemigo azteca a un ser preparado para ser inmortalizado por su lucha y su gobierno; mandato derivado de su doble linaje: el de su abuelo y el que obtuvo al  haber sido desposado con la hija de su primo Moctezuma, la joven Tecuichpo, aquella mujer que no dudó un instante en acompañarlo en la huida a México-Tlatelolco y que fue compañera de su captura en manos del capitán Garcí Holguín, arresto disputado por Sandoval, quien los presenta maniatados a Cortés, al que, en un legendario acto de gallardía, el Tlatoani exige que lo mate con su propio puñal.

Ese 13 de agosto el presagio se cumplió, pero pese a su prisión y a sus suplicios, su fama y respeto entre los sobrevivientes de la guerra de la conquista castellana se mantuvo aún en su indigna traición y ahorcamiento; prueba de ello fue la sigilosa trascendencia de su gloria que, de boca en boca, llegó a hacer de ese joven abuelo un héroe a la altura del arte, tal y como el gran poeta jerezano lo versificó en la Suave Patria.