Aquel que tiene fe nunca está solo.

Thomas Carlyle

 

A diferencia de lo ocurrido en los últimos siglos, este año, en nuestra Ciudad y en el país, por razones sanitarias las festividades de la Candelaria estarán restringidas.

Para este 2 de febrero, el “Niño Médico” y el “Niño con cubre boca” son los ropajes más solicitados a quienes, de generación en generación, se ocupan en confeccionar los trajes que las imágenes del Jesús niño portarán en esta fiesta popular sufragada por quienes se sacaron “el niño” en la Rosca de Reyes saboreada el 6 de enero.

Esta festividad religiosa es producto del sincretismo entre la cultura romana, que honraba a la luz con la fiesta de las calendas (velas), y la iglesia católica que celebra la presentación de María y su hijo ante el templo, pasaje evangélico que los frailes franciscanos, agustinos y dominicos usaron en el proceso de cristianización de nuestros pueblos originarios.

La significación apostólica que los primeros predicadores en el valle de México le dieron a esta festividad resultaba sustantiva, pues en el supuesto “reino de tinieblas” en que habían vivido sus nuevos catecúmenos la presencia de la luz fortalecía la doctrina del amor y sacrificio que enseñaban.

Para el pueblo náhuatl no fue difícil integrar dicha festividad inserta en su mes dedicado al principio dual acuático, cuyas bendiciones garantizaban la cosecha del maíz, “nuestro sustento”, y por ello las ofrendas de tamal se fusionaron a la fiesta católica.

El proceso de culturización occidental de los pueblos vencidos tuvo con el pueblo náhuatl enormes coincidencias conceptuales y semejanzas sintácticas que provocaron un sincretismo profundamente arraigado y evolucionado, el cual aún se expresa cotidianamente a cinco siglos de su existencia.

Entre las muestras evolutivas de esta costumbre, se ubica el compadrazgo adquirido entre quienes ofrecen la rosca de reyes y quienes se “sacan el niño”, situación que trae aparejadas responsabilidades tales como “vestir al niño”, engalanar su cuna o su nicho, llevarlo a “oír misa” al templo y ofrecer los tamales y el atole en casa de los propietarios de la imagen.

La costumbre de aderezar al Niño viene desde tiempos coloniales, existen algunas pruebas de lo suntuoso o lo humilde que era ese vestuario dependiendo de la posición económica de “los compadres”.

El sentido religioso del encuentro se fortaleció más merced al sincretismo provocado entre ambas culturas, coincidencia que pervive hasta nuestros días en los que los tamales son, sin género de dudas, el obsequio comunitario de esta festividad que ratifica el sentir del filósofo e historiador escocés Thomas Carlyle, para quien la buena compañía es una expresión de fe.