Desde 1986 he publicado al final de algunos años –siempre con intervalos de un lustro o poco menos– un librito que obsequio a mis amigos y allegados bajo el título común Para la Navidad. Y en cada caso agrego el año en turno. En el pasado diciembre mi librito se intituló Para la Navidad del 2020 y llevó el subtítulo, ganado a pulso, de Crónica de un tiempo sombrío. Como tengo especial devoción por el “árbol de la vida”, prenda de salud y esperanza, en cada publicación he utilizado esta figura, que se ha vuelto característica de las experiencias y expectativas navideñas que comparto.

En la portada del libro de 2020 reaparece el árbol de la vida, pero sobre su copa se abate la sombra de una nube que anuncia tormenta. Al fondo está el perfil de México, nuestra República dolida, que hace muchos años –pero muchos– pareció un “cuerno de la abundancia” y hoy es tierra incierta, colmada de problemas y escasa de soluciones verdaderas. Por cierto, con gusto remitiré ese librito, en versión electrónica, a quien lo solicite.

En Para la Navidad del 2020 recogí algunos artículos publicados en Siempre y en El Universal a lo largo de muchos meses. El primero de la serie, en orden cronológico, apareció en Siempre merced a la invitación de la directora Beatriz Pagés, el 3 de marzo de 2019, poco antes de que tomáramos conciencia de la pandemia que nos alteró la vida. ¡Pronto hará un año! Lo denominé “Coincidencias y discrepancias ¿Obedecer y callar?”

A partir de entonces –y gracias a la benevolencia de ambos medios periodísticos, que dan voz a mi pensamiento–, he tratado de analizar los grandes problemas que afronta nuestro país, conducido por mano incompetente en la gran aventura de la supervivencia, el progreso y la justicia. En el catálogo se hallan la pandemia, la crisis económica, el desempleo, la declinación del Estado de Derecho, el desmontaje de las instituciones, la inseguridad, el crimen, las revanchas políticas, la discordia, los tropiezos en la relación internacional y otros males que caracterizan esta etapa, a la que califico como “tiempo sombrío”. Por supuesto, quedan pendientes otros temas que figuran en la agenda. Pero en todo caso aquéllos, que no son pocos ni menores, han poblado la historia moderna de México.

En un artículo publicado en estas páginas me ocupé del futuro inminente, que debemos iluminar con las lecciones del pretérito inmediato –ayer mismo–  y el ominoso presente. Se ha dicho que quien no conoce la historia está condenado a repetirla, es decir, a caer en los mismos abismos que abatieron sus pasos. En este momento no me remonto a las horas distantes, sino a las más cercanas, y a los hechos notorios que despiertan una intensa alarma.

Dondequiera hay señales desfavorables, errores mayúsculos, peligros evidentes. No es posible seguir ocultando el sol con un dedo o suplantarlo con discursos mañaneros y falaces, que pretenden ocultar la gravedad de los males que nos aquejan y  la torpeza de las políticas  –por llamarles de alguna manera– con las que se pretende aliviarlos.

Hemos recibido –y aceptado con frecuencia– gato por liebre; palabras a cambio de acciones. Llega la hora de mirar las cosas como son –ver la realidad que “sí existe”– y rectificar con lucidez y energía. Muchas voces nos han instado a hacerlo. Son voces que advierten sobre los riesgos que tenemos al frente y previenen sus consecuencias. Voces que denuncian, por si no bastara la evidencia que tenemos a la vista, los millares de vidas que perdemos cada día, el pavor que siembra la criminalidad incontenible, la pérdida masiva de fuentes de trabajo, el hundimiento de nuestras expectativas de educación, ciencia y cultura.

Esas   voces instan a adoptar medidas que frenen, antes de que sea demasiado tarde, la desorbitada concentración del poder y la declinación de la democracia. Llaman a elevar otras voces, orientadoras de acciones fértiles que rectifiquen errores y recuperen derechos y libertades.

Hemos ingresado en el año 2021, en el que nos aguarda un proceso político de enorme importancia: proceso decisivo para disipar –al menos en alguna medida– la oscuridad de este tiempo sombrío. Es obvio que en el “cuarto de guerra” del poder omnímodo se fragua la retención del poder sin control ni contrapeso. Y esto ocurriría si las próximas elecciones refrendan la “tiranía de la mayoría”, que en realidad es despotismo (pero no ilustrado) de quien dispone –a la sombra o a la luz del día– el curso de las decisiones en el Poder Legislativo y en otras instancias públicas.

En ese cuarto de guerra se mueven las piezas que procurarán –con grandes recursos a la mano– armar una elección “a modo”, seduciendo electores y ejerciendo presión irresistible sobre sus opositores. De ello dan anticipado testimonio las advertencias y las injerencias del Ejecutivo en el proceso electoral, que cuestionan los agrupamientos de fuerzas políticas y merman la respetabilidad y la autoridad de los órganos que supervisan los comicios. El Ejecutivo ha optado por encabezar un movimiento político, mejor que gobernar para todos con imparcialidad y equidad republicana. El Jefe del Estado se constituye en jefe de un partido.

En esta Revista me he referido al propósito emergente que hoy vincula a varios partidos políticos y a numerosos sectores de la “sociedad civil”, propósito que deberá mantenerse con vigor creciente en los primeros meses del 2021. Los partidos de oposición, acosados, y los sectores de la sociedad civil, combatidos, han resuelto por fin –con el impulso de la razón y del instinto– asociar sus fuerzas y librar una gran batalla legítima en favor de la libertad y la democracia.

Esos aliados pretenden reintegrar la Cámara de Diputados y algunas gobernaturas para que ejerzan, con dignidad y legitimidad, su papel supremo como frenos y contrapesos del poder omnímodo. Ese es el proyecto, que merece la atención y el favor de los ciudadanos. Se trata de una propuesta democrática, amparada por la ley. Es el supremo esfuerzo de millares de compatriotas –que deberán ser millones, acudiendo a las urnas–  para detener el arbitrio y encaminar la gestión del Estado por un cauce de legitimidad y cordura.

Algunos observadores hallan un punto débil en esta sugerencia de partidos y asociaciones civiles. Ese punto radica en las diferencias ideológicas de aquéllos y en las arraigadas militancias de muchos ciudadanos, que tradicionalmente han marchado por rutas distintas, y a los que ahora se convoca para conformar un frente unido que reconstruya al Poder Legislativo. ¿Cómo conciliar las distancias y favorecer las coincidencias? ¿Se pretende abatir identidades y convicciones, desconociendo la pluralidad política?

Es necesario que quienes saludamos la concertación de fuerzas, insistamos en explicar cuál es el sentido de la propuesta. Ésta sirve con notorio pragmatismo, que reconozco, a una finalidad legítima. No propone la abolición de ideologías y el abandono de convicciones. Lo que pretende es construir, con fuerza democrática y amparo legal, un muro colectivo frente al peligro común que representa la sumisión del Poder Legislativo al Ejecutivo, que reclama –a voz en cuello– servidumbre ciega a un proyecto personalista, a un pensamiento único, a una estrategia demoledora de las discrepancias y destructora de la pluralidad política.

Para que el proyecto democrático tenga éxito es indispensable que la sociedad civil opere con sensibilidad y los partidos políticos y sus militantes actúen con generosidad y patriotismo. No es el momento de repartir utilidades hipotéticas, sino el de servir a la Nación para que ésta logre romper las cadenas con que se pretende sujetarla. Habrá que poner en receso los intereses personales y sectoriales –secundarios si se les compara con el interés de la República– para lograr candidaturas viables y atraer electores escépticos.

Cada quien sabe, in pectore, si verdaderamente representa –o no, con franqueza– la mejor opción para convencer a los ciudadanos, dar ejemplo de probidad política, convicción patriótica y disposición democrática, y ganar las elecciones. No será fácil, pero no es imposible. Ese es el camino hacia los comicios del 2021: ruta de renovación del Poder Legislativo federal y de los poderes locales. Por aquí comienza el rescate que México necesita. Esta es la luz que se ha encendido en el horizonte. Por ahora no tenemos otra. Aprovechémosla y detengamos las pretensiones arrolladoras que se abaten sobre México.