Aquí en las aguas negras,
aquí entre el musgo acuático,
haces tú llegada a México.

Poema de Nezahualcóyotl

 

La Historia reconoce desde sus orígenes mismos que la humanidad ha estructurado mitos y leyendas como sustento y fundamento de la diversidad cultural que hoy, gracias a las tecnologías, recibe una enorme difusión entre los habitantes del planeta Tierra.

A la luz de las nuevas dimensiones morales provocadas por las profundas transformaciones sociales de fines del siglo XX, hoy la humanidad enuncia una sociedad sexo-igualitaria, pluricultural y pluriétnica, que desemboca en merecidos debates en torno a valores considerados inmanentes a la civilización occidental.

En esta sociedad sujeta a transformaciones, resulta entendible romper con la historia contada solo por hombres y para hombres, que nos lleva a reconocer la vigencia milenaria de un patriarcado historicista que excluyó a mujeres y a pueblos conquistados, de su conformación e investigación académica.

Es evidente que nuestro país no escapó a esa tendencia masculinizante para reestructurar su pasado histórico, y si bien es cierto que las expresiones culturales fundacionales llamaron más a la curiosidad que a la socialización de sus conceptos, hoy es momento de reconfigurar y de reconocer las inexcusables omisiones hechas a lo largo de los últimos siglos en contra de las aportaciones femeninas y de las diversidades culturales en resistencia perenne.

Así como surgieron reacciones aisladas en contra de la decisión gubernamental de equilibrar la presencia de los héroes de la Reforma con la de mujeres relevantes rescatadas de los áticos de la historia Patria, es previsible que surjan voces alertando deformaciones históricas en función de este proceso de reedición del devenir de México.

En este contexto, el debate sobre la fundación lunar de México tiene todo el merecimiento para llevarse a cabo en este 2021, toda vez que este mismo año se analizarán hitos tan relevantes como el quinto centenario de la aprehensión de Cuauhtemoctzín, el bicentenario de la Consumación de la Independencia, el centenario de la instauración de la Secretaría de Educación Pública y el del fallecimiento del “Poeta de la Patria”, Ramón López Velarde.

El mito fundacional de nuestra capital se debe al pensamiento náhuatl, fincado en una dualidad permanente, que está presente en el binomio toponímico México-Tenochtitlán que indica una fundación lunar previa a la solar expresada en el hallazgo de lo que hoy es nuestro escudo nacional. Tan potente debe haber sido ese proceso diferenciado por cuatro años, que el Templo Mayor dio testimonio de ello colocando a los pies del templo del Sol-Guerrero a su hermana la Luna-Guerrera o Coyolxauhqui, desmembrada a sus pies.

Esa potencia se percibe en algunos de los poemas en náhuatl que han llegado a nuestros días, versificaciones que reconocen que lo nocturno le es propio a México, el ombligo de la luna, y lo diurno a Tenochtitlan, el lugar del portador del sol en su advocación guerrera.