La Pandemia Trump

Una pandemia, que da lugar a tantos comentarios como daños provoca y de la que me ocupé en una colaboración anterior, es el coronavirus, sus nuevas oleadas y sus mutaciones, que ha victimado al mundo durante 2020 y no termina, aunque la vacuna nos da esperanza.

Pero el mundo padece otra pandemia, elocuentemente representada por Trump, el “bufón obsceno”, que también ha hecho tanto daño a la humanidad. Y que, encarnada en otros gobernantes, está presente en todas las latitudes del mundo.

El presidente, derrotado, se va -y con él su hija Ivanka, Jared Kushner su yerno y el resto de su familia-, pero alterando gravemente la paz social, vulnerando las instituciones y después de que sus fanatizados partidarios irrumpieran violentamente el 6 de enero en el Congreso, con un saldo de daños materiales, heridos y muertos, para impedir la certificación de Joe Biden como presidente electo y forzar la reelección de Trump. Grave suceso que hace ostensibles debilidades y miserias de los Estados Unidos, aunque también, afortunadamente, sus fortalezas.

Juristas y comentaristas políticos discuten sobre la calificación que ameritan tales acciones, que para mi son un intento, fracasado, de golpe -o autogolpe- de Estado, turbia maniobra típica de América Latina: Pinochet es ejemplo emblemático y la obligada renuncia de Evo Morales el más reciente. Pero también otras latitudes han sido escenario de golpes de Estado, como el que dio Hitler en 1933 en Alemania y el autogolpe de Recep Tayyip Erdogan, que lo convierte, de facto, en un extemporáneo sultán otomano.

La incitación del presidente a la chusma para tomar el Congreso dio lugar, como se sabe, a que Twitter, Facebook y otras redes lo dejaran, indefinidamente, sin acceso, lo que provocó reacciones de gobernantes, analistas y otras personalidades, unos apoyando la decisión, otros criticándola. Yo por mi parte, aunque no apruebe que las redes -sus dueños, administradores, etc.- coarten la libertad de expresión de sus usuarios, no dejo de considerar que, a través de ellas Trump cometió graves y peligrosos delitos y empujó a muchos a cometerlos.

Los fanáticos que tomaron el Congreso dieron testimonio de que el racismo multisecular de un segmento importante, ¿la mayoría?, de la sociedad estadounidense persiste, convencido de que el país pertenece a los blancos, que siempre deben ser la mayoría, con lo que niegan el futuro -en 2044 los blancos serán minoría. Vale la pena ver la entrevista de Jorge Ramos al supremacista blanco Jared Taylor, el 13 de febrero de 2017, elogiando las medidas de Trump contra los inmigrantes (miINTEHNMPs).”
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Resulta interesante, asimismo, lo que dice la filósofa estadounidense, profesora de la universidad de Chicago, Martha C. Nussbaum, de que en Estados Unidos la cólera siempre ha sido para los hombres un medio de probar su virilidad, y que la muchedumbre en Washington, muy peligrosa, creía encarnar a loa verdaderos patriotas, pero estaba al mismo tiempo sedienta de venganza y destrucción. Comentó también que quienes la han apoyado son oportunistas, como los senadores Ted Cruz y Josh Hawley, marcados por la “S” escarlata, de “sedición”.

La toma del Capitolio mostró al mundo una parte mínima del infinito número de grupos de conspiracionistas, de los que no son ajenos los evangélicos, cuyas mentiras envenenan a millones de estadounidenses. Es el caso de Qanon y The Proud Boys ¸—cuyo presidente es Enrique Tarrio, estadounidense afrocubano nacido en Miami, Florida—. También mostró, entre sus fanáticos seguidores a un tal Jake Angeli, ataviado con piel y cuernos de bisonte y a Robert Keith Packer, antisemita, cuya camiseta celebraba al campo de exterminio Auschwitz.

Ali Alexander, uno de los extremistas que asaltaron el Congreso, confesó que fue apoyado por los legisladores republicanos Andy Biggs, Mo Brooks y Paul A. Gosar, de Arizona. Por fortuna, tanto Mitch McConnell, el poderoso y deshonesto líder republicano en el Senado, había avalado la elección de Biden y el vicepresidente Mike Pence, un obediente colaborador de Trump, no le siguió el juego y cumplió con su obligación constitucional de certificar el triunfo del candidato demócrata como presidente. Interesa también informar que hubo congresistas republicanos que condenaron al mandatario, como Liz Cheney —hija del exvicepresidente ultra Dick Cheney— quien le culpa de la “mayor traición por parte de un presidente”.

Concluyo mi reseña de los últimos días de Trump mencionando que ha indultado a 73 delincuentes entre los que destaca su exasesor Steve Bannon, que se robó un millón de dólares de los donativos de los partidarios del presidente, para construir el muro de la frontera con México. Menciono, asimismo, que el mandatario, ya como expresidente, seguramente enfrentará demandas y persecución de la justicia, por motivos financieros, entre otros. Me refiero, por último a las declaraciones del 19 de enero, del senador Mitch McConnell, quien, a pesar de haber sido uno de los más sólidos aliados del mandatario, lo critica acerbamente porque incitó a sus partidarios a invadir el Capitolio y añade el senador que no excluiría votar para declararlo culpable en un eventual proceso de destitución (Impeachment).

 

La vacuna Biden

Joe Biden inició su gobierno con un llamado a la reconciliación, en un largo, cálido mensaje y una ceremonia en la que no faltaron menciones a la religión, lo que es respetable pero hoy ajeno ¡gracias a Dios y que siga así! al laicismo de la vida pública mexicana. La ceremonia incluyó, como se sabe, la participación de Lady Gaga que cantó, con voz espléndida y emoción que nos contagió, el himno de Estados Unidos. También cantó magníficamente Jennifer López.

El nuevo mandatario enfrenta el desafío de un país que, si bien ha mostrado la fortaleza de las instituciones del Estado, sufre de una polarización exacerbada por Trump, una de cuyas graves consecuencias es la de que millones de ciudadanos siguen convencidos de que la mentira de que este ganó la elección y es víctima de un fraude, no es mentira, sino la verdad.

Por fortuna Biden cuenta con el apoyo de millones de ciudadanos que saben que él ganó las elecciones y condenan las falsedades de su antecesor, la violencia que desencadenó, de quienes la ejercieron y de los que sostienen, por fanáticos o por oportunismo, la distorsión de la realidad a lo que da por llamarse “Posverdad”.

En un esfuerzo por mostrarse como el presidente de todos, los blancos y las minorías latina, afro, asiática, etc., el mandatario que inicia ha nombrado en los puestos clave de su gobierno a colaboradores —altamente calificados— blancos y de las minorías que integran y enriquecen a la sociedad estadounidense, comenzando por Kamala Harris, de ascendencia afrocaribeña e india, y además mujer. Entre estos colaboradores hay cuatro latinos —una es mujer— además de que hay paridad de género. Y, habría que añadir, que nombrará a Roberta Jacobson, exembajadora en México y destacada experta, como coordinadora, en el Consejo de Seguridad Nacional, de asuntos para la frontera sur.

Biden se ha propuesto, desde el primer día de su mandato, expedir órdenes ejecutivas en materias importantes, de las que destaco la reincorporación al Acuerdo de París sobre cambio climático y procedimientos para reunir a los niños que fueron separados de su familia al cruzar la frontera. Y, de vital importancia, la iniciativa de una amplia reforma migratoria que de oportunidad a los inmigrantes ilegales —11 millones— de obtener la ciudadanía, lo que se traduce en apoyo a los Dreamers, migrantes que entraron irregularmente a Estados Unidos cuando niños y crecieron, han estudiado y trabajan en el país. Así lo confirma el Washington Post y otros medios de la prensa internacional.

Interesa, desde luego, enterarse de cual podrá ser la política latinoamericana del nuevo presidente, región de la que —subraya Michael Shifter, presidente del prestigiado Inter-American Dialogue, de Washington— es un “fino conocedor”, habiéndola visitado en más de dieciséis ocasiones.

Respecto a Cuba, a la que Trump en vísperas de irse, afirmó que patrocina el terrorismo, es deseable volver a la relación que estableció Obama para estimular -—y presionar a La Habana a abrirse a la economía de mercado y a la democratización política. Con Venezuela hay que buscar una solución al impasse político, la que no puede prescindir de Maduro —y parece que tampoco de Guaidó— que negocien la Unión Europea, Estados Unidos, ¿y México?, con el apoyo de Cuba -a cambio de beneficios incluso pecuniarios para la Isla, por parte de Washington.

Destacó, por último, el proyecto de desarrollo del sur de México y los países del Triángulo norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala), uno de cuyos beneficios será el que la gente en Centroamérica no se vea obligada a emigrar. Este proyecto de política exterior del actual Gobierno mexicano, fue celebrado por el presidente López Obrador, que otorgó apoyos millonarios a mandatarios de los países vecinos, entre otros al impresentable Nayib Bukele, de El Salvador. Además de comentarse que Estados Unidos —léase Trump— ofreció también apoyos financieros, mucho mayores, que finalmente quedaron en nada.

Yo me referí elogiosamente en varias ocasiones a esta iniciativa, y el lunes 18 de enero —la presente semana— el presidente mexicano recordó que él la había planteado y que esperaba se incorporara al programa de reforma migratoria que Biden ofreció llevar a cabo.

 

Otras pandemias y vacunas políticas

Estados Unidos: Las fundadas esperanzas que despierta la gestión del nuevo mandatario estadounidense no hacen olvidar, sin embargo, las pandemias políticas de las que es víctima ese país: los millones de fanáticos que votaron por Trump—-por supuesto, no todos sus votantes— las redes sociales conspiracionistas y sus heraldos, los teóricos del supremacismo y políticos, principalmente republicanos. Destaco, asimismo, a la mafia cubana: los senadores Ted Cruz y Marcos Rubio, Mauricio Claver Carone, presidente del BID y Enrique Tarrio, líder de The Proud Boys.

Latinoamérica y el Caribe: Son pandemia el mencionado Bukele, presidente salvadoreño, que llegó a tomar el Congreso, escoltado por el ejército. Daniel Ortega, eternizado, a través de fraudes electorales, en la presidencia de Nicaragua. Nicolás Máduro, casi dictador de Venezuela. Jair Bolsonaro, déspota fanático de Trump, —la “viuda de Trump”, le dicen— coludido con evangélicos. ¿Y Cuba? Reitero mi esperanza de que el gobierno Biden recupere la relación establecida por Obama y contribuya y presione hacia la liberalización y democratización del régimen. ¿Serán, por otro lado, la vacuna latinoamericana regímenes democráticos firmemente asentados, como Colombia, Chile, Argentina y -esperemos- Bolivia?

Unión Europea: Se ha fortalecido felizmente, durante la presidencia alemana —vale decir Ángela Merkel— del Consejo de la Unión Europea, con la aprobación de un presupuesto, sin precedente por su volumen y naturaleza, y el compromiso de los Estados miembros de reducir sustancialmente, en plazos razonables, sus emisiones de gas de efecto invernadero. Europa discute, asimismo, un plan migratorio que pretende aprobar en 2021 y que incluye un férreo control de fronteras —Frontex, por ahora con problemas— y acuerdos diplomáticos con los vecinos del Norte de África.

La Europa comunitaria, en boca de los presidentes de las instituciones europeas ha propuesto al flamante mandatario norteamericano “construir juntos un nuevo pacto fundacional”, y la presidenta de la Comisión europea, Úrsula von der Leyen, declaró que la Unión contaba “de nuevo con un amigo en la Casa Blanca, después de cuatro largos años…”

El actual fortalecimiento de Europa se debe a líderes como Merkel, que se prepara a dejar su cargo después de casi 16 años de gobernar -su probable sucesor será Armin Laschet, tiene, felizmente, planteamientos similares a los de la canciller, al presidente galo Emmanuel Macron, a España, que parece liberarse del absurdo secesionismo en Cataluña — gràcies a Déu— Portugal, Italia, que supera uno de los frecuentes dramas operísticos de su política, y a otro buen número de los países miembros del exclusivo club de Bruselas.

Sin embargo, la pandemia política sigue presente con Boris Johnson, el prófugo brexitero, que complica la vida del Reino Unido y de la Unión Europea; y su amenaza subsiste mientras haya líderes como Orban de Hungría y Kaczynski de Polonia, así como extremistas ansiosos de conquistar el poder, ejemplificados por Marine Le Pen y otros que pululan en más de un país europeo.

Tres dictaduras: Pandemia política son también Putin, al que reformas constitucionales lo eternizan en el poder en Rusia y acaba de someter a prisión al opositor Alexei Navalni. China, dictadura sin ambages, que ha hecho de Xi Jinping un segundo Mao Zedong, reprime brutalmente a la comunidad musulmana de los uigures y viola los derechos humanos de opositores en Hong Kong. Por último, Turquía, cuyo presidente, Recep Tayyip Erdoğan, hirió de muerte al país secular y moderno que instauró Kemal y restaura un islamismo retrógrado, al mismo tiempo que se torna imperialista en el Mediterráneo, el Magreb y el Medio Oriente.

El Magreb: Padece pandemias políticas en Libia, con las disputas imperialistas de Rusia y Turquía apoyando a adversarios domésticos; es, sin embargo, escenario de una democracia ejemplar, la de Túnez, pequeño país, cuna de la Primavera Árabe y de una esperanza en Marruecos, que felizmente avanza hacia la plena democracia y que, de la mano del rey Mohamed VI, se consolida como potencia africana e interlocutor privilegiado de Europa, aparte de recuperar su amistad con Israel. Este Marruecos que contrasta con Argelia, su “hermano enemigo”, otrora potencia tercermundista y hoy empantanado políticamente.

África Subsahariana: Es un zurcido de violencia y miseria junto a progreso y esperanza, donde la pandemia política son los gobernantes que se eternizan, como Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial desde 1979, y Yoweri Museveni, de Uganda, en el poder desde 1986 y reelegido este 14 de enero, para iniciar su sexto “mandato”.

Mi amiga Gabriela Colín, diplomática impar ahora en Sudáfrica, me habla de las graves violencias en Mozambique, en las que participa el yijadismo armado —otra pandemia— aunque mi amiga tiene esperanzas de que la Comunidad para el Desarrollo de África Austral, abocada al tema, proponga soluciones viables. Por otra parte, con Jeannette Hennequin, mi alumna de Puebla, que hoy estudia una maestría en La Sorbona, analizo la violencia asesina de los yijadistas en Mali, Chad, Niger, Burkina Faso y Nigeria, a los que la operación militar Barkhane, de Francia trata de derrotar. Mi esperanza, en todo caso, está en la juventud de muchos de los países del continente, conectada a la modernidad de hoy, que afirma, según una encuesta de la prestigiada Africa Youth Survey, que “en el siglo XXI ser africano es ser cool”.

El serpentario de Medio Oriente: Los llamados Acuerdos de Abraham, están dando lugar al establecimiento —en algún caso restablecimiento— de relaciones diplomáticas, comerciales, etc. entre Israel y países árabes, para empezar Emiratos Árabes Unidos, Barein, Sudán y Marruecos. Lo que es de celebrarse porque estaría echando por tierra los enfrentamientos que tanto daño han hecho, del Estado hebreo con los países árabes, cambiando, para bien, el escenario geopolítico de Medio Oriente, y echando a andar una cooperación fructífera en todos los aspectos.

No es de celebrarse, sin embargo, que los gobiernos árabes, independientemente de lo que algunos declaren, se olviden de los derechos e intereses del pueblo palestino, avalados por resoluciones de la ONU y por el derecho internacional, mientras la pandemia política por excelencia, de la región, Benjamín Netanyahu, sigue construyendo colonias judías en la Cisjordania que pertenece a los palestinos y se prepara a ocuparla. Con la complicidad de Mohamed bin Salman, el príncipe heredero saudí, que simplemente voltea a otro lado.

Hay que advertir, sin embargo, que Netanyahu, que cuenta con el apoyo de un segmento importante de la sociedad en Israel y por evangélicos, “sionistas cristianos”, es objeto de la desaprobación de la comunidad judía estadounidense, que se volcó a votar por Biden; y en la que no pocos, al igual que Jan Ossoff, el senador judío electo en Georgia, reprueban la anexión de Cisjordania, “contraría a los acuerdos de Oslo”.

Otra consecuencia, nefasta, de las relaciones entre Israel y su premier con los gobiernos árabes, especialmente las monarquías del Golfo, es la colusión de Tel Aviv con estos para atacar a Irán, lo que, además de provocar más violencia en la región, pone obstáculos a la estrategia de Biden y de la Unión Europea de revivir el importante acuerdo nuclear con el régimen de los ayatolás, que Trump había tirado a la basura y ha propiciado reacciones extremistas de Therán.

En síntesis, en el escenario internacional de este 2021 al que me he asomado, subsisten riesgos y miserias y se presentan otros. Pero también es válido el optimismo, ante la atmósfera saneada en los Estados Unidos y un gobierno decente, de un presidente y una vicepresidenta que generan confianza y simpatía. Y con la Unión Europea fortalecida. Nuestros interlocutores naturales.

Que todos tengamos un feliz 2021.