¿Existe la censura? Sí, siempre ha existido, sería ingenuo pensar que no, actualmente el marco jurídico electoral, sin llamarla así, la aplica en el modelo de comunicación política. ¿Cómo funciona? Más o menos fácil, los partidos políticos hacen uso de su derecho a dispersar sus spots de 30 segundos, para ello el video se “sube” a una página pública, los demás ven el trabajo y “se quejan” si se sienten agraviados para que este no llega al aire. ¿Es bueno? Creo que no, pero son las reglas que nos hemos dado y funciona más o menos bien.
Uno de tantos componentes en las democracias modernas es la libertad de expresión, entendida esta como el derecho a decir lo que se quiera, pero si en algún momento el discurso deriva en odio, apología del delito, calumnias, discriminación, racismo o violencia de género, entre otras, los ciudadanos podemos hacer uso del sistema de procuración y de impartición de justicia para callar al emisor y para reclamar la reparación del daño, si así estimamos prudente. ¿Es censura? Si claro, pero cumple un propósito.
Suponemos que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos para vivir en sociedad, todos tenemos el derecho para emitir nuestro voto, el cual vale lo mismo si es emitido por el ciudadano más humilde o el más encumbrado, claro que no es perfecta y tiene sus bemoles, pero hoy día no hemos encontrado un mejor arreglo y tal parece que la mayoría nos sentimos satisfechos con su existencia y ejecución.
Ahora bien, la democracia tampoco es que haya florecido sola, no llegó a crecer por generación espontánea, muchos capítulos históricos se sucedieron para que ello pasara, millones de mujeres y hombres dieron lo mejor de sí mismos para abonar a su implementación y a su perfeccionamiento, para defender un buen número de derechos que nos aseguran vivir libres y en paz.
Posterior a la elección estadounidense, unas horas después, el candidato y presidente Donald Trump, decidió argumentar que “le habían robado la elección a través de un muy elaborado fraude postal”, tampoco es que se haya sacado la idea de la manga, la estuvo madurando poco a poco hasta llegar a comunicarla, y justo estaba en ello cuando la mayoría de las cadenas televisivas norteamericanas decidieron por mutuo propio que no había necesidad en abonar al discurso conspiranoico y de odio, de quien ya era casi un hecho que había perdido.
Lo mismo hicieron las redes sociales, al “bajar” o censurar, mensajes del mismo personaje que había compartido tanto en Facebook como en Twitter, ante su incapacidad de administrar de forma prudente la emergencia sanitaria al interior de su país y dada la información imprecisa que compartía, los dueños de las redes sociales decidieron bajarle el switch. ¿Lo censuraron? Sí ¿Era necesario? Sí.
Los seres humanos nos hemos dado espacios públicos de debate y ludismo, pero hay reglas, y una de ellas es evitar el discurso abusivo, ser ofensivo o irrespetuoso, acosar a alguien o discriminarle, amenazar o fomentar suicidio o actos violentos, incitar al odio. ¿Lo hacía Donald Trump al compartir información imprecisa como la ingesta de cloro para vacunarse del Covid-19 o lo hizo al hacer un llamado a la toma del Capitolio? Sí, sí lo hizo. ¿Era necesario detenerle de alguna forma? Sí, también. El estado no se atrevió, los ciudadanos tuvieron el valor de hacerlo.
¿Qué hubiera pasado en 2006 en nuestro país si las televisoras y los principales analistas y periodistas hubieran cancelado la posibilidad de transmitir el mensaje de odio del candidato perdedor y su partido? Defender la democracia implica, ocasionalmente, llevar a cabo algunos o muchos actos difíciles de explicar, pero necesarios para sobrevivir como sociedad. Pero muy pocos lo entienden, les es más fácil y redituable la corrección política. Está permitido equivocarse. Lo verdaderamente cobarde es no intentarlo…

